Con el puño en alto, la palabra y la flor (+Video) › Cultura › Granma – .

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Para homenajearlo y asistir a su última despedida, se ha elegido el salón Villena de la Uneac, del que tantas veces fue testigo; ya sea escuchando a los demás, o emitiendo criterios, ciertamente contundentes, como los expresados ​​por destacados intelectuales. La sala Villena, que lleva el nombre de un poeta ilustrado, que pedía cargos para hacer revoluciones, y que un día, sarcásticamente, desembocó en su velorio, que no fue en absoluto como había imaginado.

Aquella Canción del Sainete póstumo recreaba un acto fúnebre, al que asistirían personas que dirían “frases de vulgar pésame”. Cuando murió, habiendo dado lo mejor de su vida a Cuba, fue llorado por un pueblo entero, y sus compañeros de lucha le hicieron guardia de honor, con el puño en alto.

Como aquéllos, a los funerales del periodista Pedro de la Hoz asistió un público profundamente afligido, consciente de la talla del intelectual del que se despedía. Rostros abatidos, lágrimas sentidas, temas de conversación, a la altura de una escena en la que -junto a ofrendas florales de personalidades e instituciones- reposan las cenizas de un militante, que no dejó de luchar ni en las horas más duras, y asumió su destino con maravilloso coraje.

Allí quedó su historia de heroicidades profesionales: el Premio Nacional de Periodismo José Martí; la réplica del machete de Máximo Gómez; los diplomas y medallas… la imagen de Pedro de la Hoz, sonriente y triunfante, en un gesto de saludo, o quizás, de ir por más.

Junto a las ardientes palabras del poeta y etnólogo Miguel Barnet, quien en una sobrecogedora lectura recorrió los vericuetos que definieron la vida y obra del periodista, escuchó un respetuoso público, presidido por Marydé Fernández López y Liudmila Álamo Dueñas, vicepresidenta jefes del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido; la viceprimera ministra Inés María Chapman Waugh; Alpidio Alonso Grau, ministro de Cultura y dirigentes de la Uneac, UPEC y AHS, junto a familiares, compañeros y amigos.

Tras las palabras de Barnet, estallaron aplausos que parecieron no tener fin. Sostenida y ejecutada por seres silenciosos, lectores de la obra periodística y ensayística de Pedro de la Hoz, ondulaba en la sala, y por momentos, se hacía más fuerte, como anécdotas, aseveraciones, lecciones agradecidas de quien, con La luz del su inteligencia contribuyó a mejorar las cosas.

Pronto las cenizas, por decisión familiar, irían al azul del mar. Pero Pedro permanece para siempre. Hay maneras de permanecer entre los vivos. Su ejemplo virtuoso nunca podrá disolverse.

 
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