“Si me dicen que escriba sobre Francia digo que no. Escribo sólo sobre Sancti Spíritus”. Las palabras de la historiadora María Antonieta Jiménez Margolles, Ñeñeca, llevan la pasión por la ciudad que vive en ella y en cada ciudadano espirituano.
Las piedras entrelazadas en las calles, las aldabas con sus sonidos de antaño, las rejas coloniales, las tejas rojizas cocidas con sudor de esclavos; Cada elemento arquitectónico de este pueblo, fundado hace 510 años, merece la reverencia, la reverencia que le brindan sus hijos.
La arquitectura, según los expertos “es el documento más sincero de la vida”; Por eso, cuando se salva un bien patrimonial, la ciudad late y agradece. Vale la pena entonces ver amanecer Sancti Spíritus, escuchar el repique de las campanas de la Iglesia Parroquial Matriz que por siglos han acompañado a los feligreses, en alegrías y tristezas. ¿Y tu reloj? Su reloj sigue latiendo.
Al pie de su campanario construye su memoria el cuarto pueblo cubano, donde viven los trovadores y sus guitarras rasgando serenatas en las madrugadas, donde viven las rumbas y desfiles, las tonadas y el punto que nos hace más Sancti Spíritus.
Al pie de su campanario, también, el puente sobre el río Yayabo; el puente que realizó el milagro de conectar el centro con el sur de la localidad; pueblo nacido en Pueblo Viejo, al oriente de la ciudad el 4 de junio de 1514; Pueblo que despierta con el sonido de su gente noble y sana.
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