analgésicos y el arnés que la sujetaba

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En las elecciones presidenciales del 11 de noviembre de 1951 -las primeras en las que votarían mujeres a nivel nacional- Evita lo hizo desde su habitación del Policlínico Presidente Perón, en Avellaneda, luego de ser operada de un cáncer de útero.

La mujer esperaba el inevitable final en su cama del dormitorio del primer piso de esa residencia presidencial que ya no existe. Cuando regresó de la clínica después de su operación, le habían preparado una habitación con muebles dorados y cortinas rojas. “Tuve que enfermarme para que me prepararan un lugar como la gente”dijo medio en serio y medio en broma.

Cuando el cuerpo lo permitió, Eva Perón –que había cumplido 33 años el 7 de mayo– escribió conceptos y frases sueltas que usaría para armar un libro, quizás con el título “Mi mensaje”, un fajo de papeles que guardaba en un cajón de uno de los muebles de su dormitorio. En estas reflexiones fue contra la oligarquía, las Fuerzas Armadas, la Iglesia católica y el imperialismo capitalista.

El Palacio Unzué, que fue residencia oficial de Perón y Evita. Allí murió en 1952. El gobierno que lo derrocó lo derribó para que no quedara ningún vestigio del peronismo. Allí se construyó el edificio de la Biblioteca Nacional.

Cuando se sentía sin fuerzas para escribir, los dictaba y los leía a los que diariamente venían a visitarla, que eran muchos. Mientras tanto, otras personas se sumaron a orar en la acera de su residencia para pedir por su salud.

A veces, cuando estaba de más ánimo, salía a dar un paseo en coche con su marido, Juan Domingo Perón, y los fines de semana veían películas juntos. Ella prefería las románticas, él prefería las de acción.

Hasta el último momento intentaron ocultarle la gravedad de su enfermedad. Atilio Renziun suboficial del Ejército que fue su secretario personal y asistente en la fundación que llevaba su nombre, Descalibré la báscula todos los días para ocultar el peso.. Estaba muy delgada y sufría dolores en el cuello, espalda y tobillos debido a las sesiones de radioterapia.

Tiempos felices. Perón fue presidente y su esposa gestionó la acción social a través de una fundación que llevaba su nombre.

El 4 de junio Perón Asumió su segundo mandato presidencial y el aparato de propaganda oficial planeó celebrarlo por todo lo alto. El evento incluyó una movilización de los sindicatos.

Evita, con sus 38 kilos y su debilidad en la espalda, había decidido que No se perdería la ceremonia por nada del mundo. Esa mañana Raúl Alejandro Apold, subsecretario de Prensa y Radiodifusión, fue a verla y le entregó un ejemplar de Argentina en Marcha, un álbum que detalla las obras del gobierno peronista. Ella estaba en la cama, vestida con un pijama azul claro. Al ver las fotos de ella lloró y se lamentó: “Mira un poco lo que he sido, y mira lo que soy”.

Al pasar por el dormitorio de Perón, Apold no pudo evitar escuchar una conversación que el soldado sostenía con su suegra. Juana Ibarguren. Estaban preocupados porque Evita quería ir al evento como fuera.

El pasado 17 de octubre. Era 1951 y Perón debía sujetar a su esposa por la cintura (Popperfoto/Getty Images)

Perón le dijo a Apold que, cuando la saludara, debería quejarse del intenso frío que hacía en la calle. La mujer se dio cuenta enseguida. Ella respondió que Perón le había dicho eso y que sólo se quedaría en cama si estuviera muerta. Además, Renzi también le había dicho algo similar mientras corría las cortinas de la habitación cuando fue a despertarla.

No había manera de convencerla.

El día frío comenzó nublado, con alguna llovizna, pero de vez en cuando el cielo amenazaba con despejarse.

En el taller de residencia Armaron un armazón de alambre y yeso. para ayudarla a mantenerse erguida en el auto. El sistema incluía un banco con un cojín que estaría cubierto por la funda de piel y dos muletas largas donde debían apoyarse las axilas.

Con una chaqueta de cuero que disimulaba su delgadez, salieron de la residencia a las tres de la tarde. Antes los doctores Le inyectaron coramina y estimulantes cardiovasculares y sus asistentes la maquillaron meticulosamente para ocultar las huellas de su enfermedad. Llevaba prendida en su pecho la Gran Medalla Peronista en grado extraordinario, condecoración que le fue entregada el 17 de octubre del año anterior cuando renunció a su candidatura a vicepresidenta. En un momento se le pasó por la cabeza preparar algunas palabras, pero se dio cuenta de que no tendría fuerzas para decirlas.

Su última aparición pública. Junto a su marido camino a la Casa Rosada. Su abrigo de piel escondía un arnés que la ayudó a quedarse.

Veinte minutos después llegaron al Palacio Legislativo en medio de una multitud que no dejaba de corear su nombre. Al lado de Evita, Perón vestía uniforme militar y trataba de no mirarla. Personal de seguridad la ayudó a llegar al local.

Nadie supo cómo soportó la ceremonia sentada en el lugar designado para el vicepresidente (Juan Hortensio Quijano había fallecido antes de asumir el cargo). Allí recibió saludos, felicitaciones y aplausos. Necesitaba enfrentar otro desafío. La de ir en el Packard descapotable desde el Congreso a la Casa Rosada. Perón le aconsejó hacerlo sentada, pero ella insistió en permanecer de pie. Era notoria por su debilidad ya que le costaba mover el brazo cuando saludaba a la gente reunida en la calle y en los balcones.

Los opositores expresaron su indignación. Acusaron a Perón de utilizar a su esposa moribunda para hacerla participar de un espectáculo que calificaron de morboso.

Al llegar a Casa Rosada, los médicos Ricardo Finochietto y Jorge Taiana le volvieron a inyectar tres analgésicos. Como se quejaba de fuertes dolores en la espalda, Finochietto le recomendó descansar unos minutos en una silla del despacho presidencial. Evita se negó. Temía no poder volver a levantarse nunca más.

Soportó la ceremonia de juramentación de los ministros sentado en una silla. Posteriormente en el despacho presidencial ocupó una silla, donde recibió los saludos de todos. Su marido aceleró los trámites y le dijo que regresara a su residencia.

Murió el 26 de julio de 1952 y su cuerpo sería embalsamado.

Quienes estaban en la calle vieron aparecer a Perón junto a Eva, a quien sostenía de la cintura. Se sentaron en el asiento trasero y Apoyó la cabeza en el hombro de su marido.. La pareja se perdió esa noche la gala honorífica en el Teatro Colón. Al llegar a la residencia lo escucharon decir: “Qué lindo está el pueblo. Creo que voy a tener que volver a la Secretaría.. Al principio asistiré tres horas diarias”, se mostró emocionada. Se fue directamente a la cama, y ​​su debilidad era tal que tuvieron que llamar al cardiólogo Alberto Taquini, quien le recriminó haber salido en un día tan desagradable.

Se acaba de despertar el fin de semana. se quedaron 52 días de vida.

Días después mandó llamar a sus hermanas y a su madre. Ella, desde la cama, les dijo: “Los he reunido para decirles que voy a morir”.. La madre gritó angustiada y ella respondió: “Pero mamá, ¿no te das cuenta que solo quería asustarte? Ella sólo quería verlos y charlar un rato. Por eso los llamé”.

Los homenajes a su figura, incluso en vida, se produjeron en ambas cámaras del Congreso e incluso se contrató a un escultor italiano para realizar una maqueta de un monumento al trabajador. Evita pidió modificaciones, según la tumba de Napoleón que conoció por uno de sus viajes a Europa. El 18 de julio comenzaron las gestiones del doctor Pedro Ara para embalsamar su cuerpo mientras en un altar gigante al pie del obelisco una multitud asistía a una misa para orar por ella. Su confesor, el padre Hernán Benítez, pronunció el sermón. Falleció el 26 de julio y comenzó otra historia.

 
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