“En los años posteriores al golpe, recuerdo a Chile como una larga pesadilla” – .

“En los años posteriores al golpe, recuerdo a Chile como una larga pesadilla” – .
“En los años posteriores al golpe, recuerdo a Chile como una larga pesadilla” – .

Nací en Santiago el 26 de abril de 1944, pero debí nacer en Valparaíso, donde vivía mi familia, por lo que, si tengo el orgullo de ser Ciudadano Ilustre de Valparaíso, nunca podré tener el honor de serlo. un Hijo Ilustre de la ciudad.

Viví toda mi infancia en un pueblo naval de Las Salinas, en Viña del Mar, donde mi padre trabajaba como oficial civil en la Armada. Mis amigos eran los otros niños allí y no nos portamos particularmente bien. Actuamos como una pandilla, igual que en el colegio, y eso me costó una expulsión muy justa del colegio. Fui al Seminario San Rafael de Valparaíso, un colegio episcopal donde me tuvieron más paciencia, porque seguía portándome mal. Pero en esa escuela, además de clases y deportes, había un grupo de teatro y academias de literatura, historia y ciencias. Todo ese ambiente me hizo muy bien.

cristiano e izquierdista

La política y el debate eran importantes en mi familia, aunque no en gran medida. En la escuela y luego en la universidad hubo mucho debate de ideas, algo que para mí fue igualmente bueno. En el colegio llevaba un diario de pared que fue censurado un par de veces y en la Facultad de Derecho del entonces Campus de Valparaíso de la Universidad de Chile –hoy Universidad de Valparaíso– encontré una diversidad de personas e ideas que fue muy formativa. En ese Colegio entré por primera vez a los 18 años y salí a los 78. Allí pasé toda mi vida, primero como alumno y luego como profesor, y en sus aulas tuve mi labor más entrañable y feliz. experiencias.

A finales de los años 60 del siglo pasado, Chile era un país interesante, atractivo y entretenido. Eso al menos para un joven que vivía en buenas condiciones materiales de existencia y que tenía inquietudes políticas, sociales y culturales. La derecha política estaba en declive y surgían figuras mucho más atractivas, como Eduardo Frei Montalva, Radomiro Tomic y el propio Salvador Allende. Pero las cosas no duraron mucho. Llegamos a las manos pisando el palo de la lógica del conflicto a toda costa.

Tuve muy poca conexión directa con la política en los años previos al golpe, casi nada. Nunca participé en un partido político y tampoco lo hago ahora. Aclaro que tampoco me he contagiado de la fiebre actual de fundar nuevos partidos. Fácilmente llegaremos a los treinta y a todos nos tocará un cierto mesianismo y redentorismo que no me comprende en absoluto.

Poco antes del golpe hice algún contacto con lo que entonces se llamaba la Izquierda Cristiana, porque me sentía a la vez: cristiano e izquierdista. Al poco tiempo me di cuenta de que el mío era un liberalismo de izquierda, es decir, un liberalismo social, igualitario, con una conciencia de justicia social, muy alejado de lo que hoy se llama neoliberalismo.

Creo que recién me titulé como abogado en 1970. Me demoré en hacerlo, porque dejé pendiente por más de un año el informe que debía presentar luego del ejercicio profesional. Puro abandono, no más. Dejar y también gusto por el periodismo. Junto a dos amigos de la universidad habíamos sido admitidos en la redacción del entonces diario La Unión de Valparaíso, y fue una experiencia extraordinaria y muy absorbente. Escribimos columnas, reportajes, editoriales e incluso cartas al director que no llegaron al periódico en grandes cantidades.

En esa misma época inicié mi actividad académica, primero como segundo asistente, luego como primer asistente, luego como profesor y posteriormente como profesor titular. En aquellos años, la carrera académica era una prueba de fondo, o media distancia, mientras que hoy se ha transformado en una carrera de 100 metros lisos.

La reacción tardía de Allende

Lo vi venir, como todos, o casi todos, el golpe. Todos vimos cómo las puertas de salida de una crisis política muy profunda se iban cerrando una a una. Ni el Gobierno cedió ni la oposición. Creo que el presidente Allende reaccionó tarde con la idea de convocar a un plebiscito: los militares adelantaron la fecha del golpe y lanzaron bombas sobre La Moneda. En cuanto a la oposición, creo que sus líderes fueron lo suficientemente ingenuos como para creer que un golpe de Estado los devolvería rápidamente al poder.

Cuando pasó, yo trabajaba como subdirector del Canal de Televisión de la Universidad Católica de Valparaíso y también tenía un curso en mi Facultad de Derecho. El 11 de septiembre de 1973 debía viajar de Viña a Santiago, pero un vecino con el rostro tiznado, apostado en la calle junto a marineros armados, me obligó a regresar a casa. “Están desgranando el maíz”, dijo, y comencé a deambular por la ciudad, completamente desconcertado y con la clara intuición de que la toma del poder por parte de las Fuerzas Armadas sería para mucho tiempo. Un rato antes, mi madre, con quien vivía cuando estaba soltera, escuchaba la radio y hablaba de un golpe de Estado. Más tarde, ver el bombardeo de La Moneda por televisión fue tan brutal para mí como lo sería para cualquier otra persona. Cuando descubrí lo que estaba pasando, sentí un profundo malestar y miedo.

Mi familia estaba más a favor del golpe, pero no nos fracturó. Los cuatro hermanos vivíamos con nuestra madre viuda y el quiebre institucional del país, que podía provocar discusiones entre nosotros, nunca nos alejó. Incluso en el caso de algo tan fuerte como una dictadura, las ideas políticas de la gente nunca deberían ser la razón principal de sus afectos y desafecciones.

A España

Mantuve mi trabajo en televisión hasta 1974 y aceleré mi salida para realizar el Doctorado en Derecho en Madrid ese mismo año. Tuve la suerte de conseguir una beca del entonces Instituto de Cultura Hispánica y el apoyo de mi propia universidad. Estar en España, cuando pronto se produciría la muerte de Franco y el inicio de la transición a la democracia, fue toda una experiencia como observador. También me dio ánimo y esperanza de que algún día tuviéramos una transición a la democracia en Chile, sin saber que para eso tendrían que pasar 17 años.

En España viví lo justo para volver con el título de médico bajo el brazo, pero también con el miedo de si me aceptarían o no en la universidad. De hecho me quitaron unas horas que tenía al salir de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, pero no el día que conservé en la Sede Valparaíso de la institución, esto último gracias al apoyo que tuve. del Decano Italo Paolinelli Monti y del director de la Escuela, Mario Contreras Rojas.

Luego del golpe y con la dictadura, la enseñanza del derecho se vio seriamente afectada. Lo que no se vio afectado fueron mis ideas políticas a favor de la democracia y los derechos fundamentales. Pero tengo que ser franco: hasta antes del golpe no dediqué más de dos clases al tema de los derechos humanos, y a partir de ese momento progresivamente le dediqué más y más sesiones. Un día el vicerrector del Campus Valparaíso entró a mi salón de clases y se sentó a escuchar en primera fila. Menos mal que ese día estaba explicando a los estudiantes un tema tan abstruso como la estructura lógica de la norma jurídica. ¿Cómo podría continuar en la universidad? Hubo gente que me dio su apoyo. Sin ese apoyo no sé qué hubiera sido de mí.

una larga pesadilla

En los años posteriores al golpe, especialmente en los años setenta, recuerdo a Chile como una pesadilla. Una larga pesadilla. Además de pisotear las libertades, una dictadura siempre tiene algo muy grosero. Sus jefes suelen ser tipos corrientes, civiles y militares, que se expresan como se expresaron aquí tipos como Pinochet y el almirante Merino. Maniqueísmo en toda regla también. Partidarios y enemigos. Patriotas y antipatriotas. Humanos y humanoides. Nada puede ser más parecido que un dictador a otro dictador. Justifican sus atropellos apelando siempre a un enemigo externo –ya sea la seguridad nacional, el imperialismo norteamericano o el comunismo internacional– y hacen creer a la gente que viven en un estado de guerra permanente, donde ellos son el lado bueno y los oponentes, el lado bueno. El lado malo Hay algo grotesco en toda dictadura.

La dictadura nos dividió, está claro, y todavía nos siguen dividiendo, aunque menos. Muerte, desaparición de personas, tortura, exilio, persecución laboral: todo esto deja heridas profundas y persistentes en las personas y huellas fatales en una sociedad.

La Constitución de la dictadura

Es difícil decir cuánto, pero el golpe y la dictadura están latentes y evidentes en la vida de nuestro país y de nuestros habitantes. Las dictaduras marcan a fuego las sociedades y es muy difícil superar sus efectos perniciosos. Hace 42 años que no reemplazamos la Constitución de la dictadura militar chilena. ¿No es demasiado largo? Las constituciones de las dictaduras no se reforman, se sustituyen.

Ni las personas ni las sociedades están muy dispuestas a aprender de las malas experiencias. Sin embargo, imagino que habremos aprendido algo, al menos para darnos cuenta de que los conflictos políticos no pueden llevarse hasta el punto de poner en riesgo la democracia como forma de gobierno y los derechos fundamentales de las personas. Los conflictos son inseparables de la convivencia, pero hay que saber gestionarlos para que no se resuelvan aplicando la ley del más fuerte, y el más fuerte es siempre el que tiene las armas y el poder de fuego suficiente para desarmar o aniquilar. a otros. Hay que alejarse de la lógica del conflicto a cualquier precio, porque el precio que Chile pagó con 17 años de dictadura fue enorme. Enorme. Demasiado.

Sin gusto por el poder

Ya no tengo a mi cargo carreras universitarias, sin perjuicio de que pueda dar una clase, aquí o allá, por invitación de otros profesores. Dedico mi tiempo a lo que más me gusta –leer y escribir– y a frecuentar el hipódromo de Viñamarino, aunque no con la pasión de otras épocas. También veo películas, como siempre, pero en las plataformas, porque la programación en nuestras salas de cine es canalla.

La política siempre me ha interesado como conocimiento y no como actividad a realizar. Sólo la he hecho en dos ocasiones: en los años que durante el Gobierno de Ricardo Lagos fui asesor cultural de la Presidencia y en el año que estuve en la Convención Constitucional. No tengo madera de político activo ni tengo las virtudes o defectos que se necesitan para trabajar en ese campo. La política es una actividad humana ancestral que tiene que ver con el poder –con ganarlo, ejercerlo, conservarlo, aumentarlo y recuperarlo cuando se pierde– y debe ser que no tengo mucho sentido ni gusto por el poder.

 
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