En la Atenas de Cuba “todo se hace a pie” por la crisis del transporte

En la Atenas de Cuba “todo se hace a pie” por la crisis del transporte
En la Atenas de Cuba “todo se hace a pie” por la crisis del transporte

Matanzas/Un autobús Transmetro pasa frente a la parada y no se detiene. Unos minutos más tarde, uno de Transtur lo sigue. Los viajeros en cualquier carretera matancera observan desolados cómo se escapa el vehículo vacío con el ansiado aire acondicionado: “Ni siquiera los autos estatales paran”, lamentan, a pesar de que, para los dirigentes, la orden de recoger pasajeros se le ha dado.

Ni siquiera el adivino Michel de Nostradamus pudo predecir en qué horarios circulan los autobuses públicos dentro de la ciudad de Matanzas. Las rutas tradicionales se disolvieron, hace tiempo, en una inestabilidad que afecta significativamente la jornada de los matanceros.

Ya sean articulados, panorámicos o ensamblados por piezas en un taller estatal -como los de Diana-, los autobuses no funcionan al mismo tiempo y mucho menos todos los días. Eso se traduce en una masa de cubanos apilados y sudorosos que, cuando llega la hora pico a las paradas, deben decidir si esperan un auto estatal que se digne llevarlos o caminan hasta su destino.

“Él bloqueando No viene de afuera, bloqueando “Está aquí adentro”, enfatiza un anciano que afirma -abanicándose con una penca improvisada- haber estado más de una hora esperando el transporte para ir desde el centro histórico a la zona de Peñas Altas. “¿Será que no hay petróleo?” pregunta una mujer y de la misma cola surge la respuesta: “Lo que no hay es vergüenza, señora. Mira ese autobús qué vacío está”.

“El bloqueo no viene de afuera, el bloqueo es de aquí adentro”, enfatiza un anciano

Ni siquiera la figura de los “azules” –inspectores encargados de interceptar vehículos y abordar a los pasajeros– “inspira respeto” entre las estatales Lada y Kamaz. Para empeorar las cosas, reflexiona el anciano que sigue sentado en la parada, son tan ineficaces como el propio transporte público. “Solo trabajan a tiempo parcial y los fines de semana ni siquiera los esperan”, espeta. La tablilla de bagazo con una página en blanco y la mirada fuerte de los “blues” tampoco intimida a nadie.

Pasan los vehículos del Gobierno, hacen una señal y el inspector se despide “como si nada”. Cuando no se conocen, pero se les impone la matrícula estatal, la persona “azul” registra la matrícula -o finge hacerlo- en la hoja para no “ofender” a los abarrotados viajeros.

Al final, el “eslabón más débil”, cansado de esperar, se enreda y toma el asunto en sus propias manos. Cualquier cola bien formada se interrumpe abruptamente cuando aparece un autobús. Aunque esté vacío, los empujones y los insultos no se hacen esperar. Las mujeres embarazadas, los niños, los ancianos y los discapacitados, llamados a pasar primero, también deben cruzar la masa enfurecida para poder subir hasta alcanzar un asiento y no correr el riesgo de quedarse sin montar.

El desorden rápidamente se convierte en pasto para ladrones y carteristas, que se llevan cadenas, dinero en efectivo e incluso teléfonos móviles. Cuando logran subir al autobús, a muchos pasajeros incluso les quitan sus documentos de identidad.

La otra cara de la moneda son los transportistas privados, que, en línea con la inflación, imponen sus precios.
/ 14ymedio

La otra cara de la moneda son los transportistas privados, que, en consonancia con la inflación, imponen sus precios en función de “sus necesidades objetivas y subjetivas”. Por un viaje de apenas unos kilómetros, una mototaxi cuesta entre 300 y 500 pesos, cuenta a este diario Mario, conductor de un patinete eléctrico. En el caso de su vehículo, para la misma distancia, el precio oscila entre 50 y 100 pesos por persona. Las máquinas, en cambio, cobran unos 100 pesos.

Como explica Mario, esos son sólo los “precios estándar”. “Si alquilo o trabajo de noche, los costos aumentan”. Este tipo de vehículos eléctricos, que el Gobierno anunció a bombo y platillo el pasado enero tras adquirirlos a 7.000 dólares cada uno, están lejos de cubrir la demanda de transporte de la ciudad.

En la parada del centro, de la que el anciano logró escapar en un camión agrícola, ocupa ahora su asiento un estudiante de medicina. “Ahora se puede decir con razón que Matanzas es la Atenas de Cuba y, como los antiguos atenienses, todo lo hacemos a pie”, se burla. Unas calles más adelante se pueden ver los restos de la antigua línea de tranvía, inaugurada cuando la ciudad pasaba por tiempos mejores y el único azul era el de la bahía.

 
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