¿Malestar o malestar? – .

No hay duda de que la mayoría de los chilenos hoy tienen la sensación de vivir en una sociedad en problemas o en crisis. Todas las encuestas muestran, a través de diferentes preguntas y series de datos, cómo ha ido aumentando el número de quienes afirman que la sociedad chilena va por mal camino, está estancada o en decadencia. En resumen, hay malestar en Chile.

Pero en nuestro país llevamos casi 30 años hablando de malestar social. Un icono en este tema fue el Informe del PNUD de 1998, llamado “Paradojas de la modernización”. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Es el malestar actual una continuación directa o una profundización de ese malestar original? ¿Qué diferencias y similitudes existen entre ambos malestares? Por supuesto, estas preguntas no pueden responderse completamente en una columna corta como ésta, ya que requerirían mucha más evidencia empírica y reflexión de la que podemos presentar aquí. Por lo tanto, sólo pretendemos presentar algunos argumentos que se pueden deducir de los resultados de las encuestas realizadas hoy y de la serie más larga de preguntas de que disponemos.

Para comenzar este análisis, primero que nada debemos explicar cómo se describió el malestar que hubo en Chile en 1998. En la formulación canónica del PNUD, este malestar nació de la contradicción entre la evidencia objetiva de un país con un importante desarrollo económico y social, que estaba mejorando su capacidad para integrar a diversos grupos sociales y brindarles oportunidades de desarrollo, y una percepción subjetiva de inseguridad e incertidumbre entre una parte importante de la población. Es decir, se reconocía que el país estaba bien, pero se dudaba de la capacidad personal o familiar para aprovechar las oportunidades que teóricamente esas condiciones permitían. Se describieron tres componentes principales en este malestar: a) miedo al otro, b) miedo al sinsentido yc) miedo a la exclusión social.

El miedo al otro se manifestó principalmente en el miedo al crimen y la pérdida de confianza en las instituciones (especialmente las políticas y los medios de comunicación) y en las personas ajenas al entorno inmediato. El miedo al sinsentido se manifestó como el debilitamiento del sentimiento de comunidad y de vínculo social, mientras que el miedo a la exclusión social se tradujo en una sospecha sobre las capacidades de los sistemas de salud, educación, trabajo y seguridad social para brindarnos seguridad frente a la crisis. momentos críticos de la vida.

¿Cómo se explican estos temores en el contexto de un país en fuerte crecimiento y con procesos activos de integración social? El PNUD planteó la hipótesis de que la principal explicación estaba en los débiles mecanismos de seguridad social con los que contaba la sociedad chilena, además de las importantes diferencias en las condiciones de vida que generaban desigualdades a la hora de aprovechar las oportunidades que ofrecía en el desarrollo nacional.

Finalmente, el diagnóstico de 1998 señalaba que el malestar que atravesaba a la sociedad chilena derivaba más de un riesgo que de una realidad, por lo que la mayoría de la población reconocía que vivía mucho mejor que las generaciones anteriores, al mismo tiempo que Era un malestar privatizado (cada quien lo refería a sí mismo o a su familia, sin tematizarlo como un problema colectivo) y políticamente inactivo (no se expresaba en protestas o manifestaciones).

Entonces, y a la luz de los resultados de las encuestas más recientes, ¿qué elementos de continuidad y cambio existen entre este malestar y lo que podemos ver hoy?

En primer lugar, con respecto a los tres temores identificados en el Informe del PNUD de 1998, la evidencia actual nos muestra que algunos se han profundizado, mientras que otros al menos se mantienen en niveles elevados. Un caso claro de profundización parece verse en el caso del miedo al otro, en el que no sólo el miedo al delito ha aumentado con el tiempo (ver figura 1 que muestra cómo ha aumentado la importancia de la delincuencia como problema para la sociedad). población), pero a la figura del delincuente como fuente de inseguridad se suma el miedo al narcotráfico, la corrupción y los inmigrantes, que la mayoría de encuestas señalan que han aumentado en los últimos años.

Figura 1. La delincuencia como principal problema a resolver por el gobierno, serie de encuestas CEP.

Algo muy similar puede decirse respecto del miedo a la exclusión: los problemas en la atención sanitaria, las desigualdades en la calidad de la educación y la baja capacidad de las pensiones para sostener niveles de vida adecuados ya no son riesgos sino realidades para la mayoría. de la población que evalúa mal o muy mal estos sistemas. Al mismo tiempo, el miedo a la pérdida del empleo o al desempleo ha estado en los niveles más altos de prioridad para la población en los últimos años.

Finalmente, la pérdida del sentido de comunidad y la desconfianza social parecen mantenerse invariablemente en niveles elevados a lo largo de todo el período que estamos estudiando (ver figura 2), hasta el punto de que uno de los mayores atractivos que tenía para muchas personas (especialmente los más lejanos) desde la participación política) el estallido social de 2019, fue recuperar un sentido de comunidad expresado en la frase “estábamos todos en lo mismo y unidos” que nos señalan la mayoría de las personas participantes en dicho evento que hemos entrevistado.

En resumen: el contenido subjetivo del malestar de 1998 parece ser el mismo o haberse profundizado. ¿Qué ha cambiado entonces? Como es evidente, el malestar dejó de ser políticamente pasivo, expresándose en numerosas protestas, especialmente a lo largo de la segunda década del siglo XXI. Además, sufrió un proceso de colectivización. Como nos han dicho muchas personas participantes en el estallido social: “nos dimos cuenta de que todos teníamos los mismos problemas”.

Figura 2. Confianza interpersonal, serie de encuestas MORI.

Por otro lado, la gente reconoce claramente que Chile no es el país económicamente vibrante que era a finales de los años 90 del siglo pasado. Muy precisamente haciéndose eco de datos del Banco Mundial que muestran que el PIB per cápita de Chile no crece desde 2013 (sumando 10 años de estancamiento, tras muchos años de crecimiento ininterrumpido), a partir de 2014 la gente es cada vez más pesimista sobre la evolución de la economía del país (ver figura 3).

Figura 3. Evolución de la situación económica del país, serie de encuestas CEP.

Sin embargo, este pesimismo sobre la economía nacional ha afectado, pero no hundido, las perspectivas económicas que la gente tiene para sí y sus familias. De este modo, aunque las encuestas muestran en los últimos 3 o 4 años un empeoramiento relativo en la valoración de los entrevistados sobre su situación económica personal, el grado en que sus ingresos son suficientes para cubrir sus gastos y su situación laboral actual y futura, estas las percepciones son y siguen siendo notablemente más positivas que la evaluación que hacen de la economía del país. De hecho, la encuesta Bicentenario de la PUC muestra que hasta 2021, la mayoría de las personas todavía cree que vive mejor que la generación de sus padres.

La Figura 4 muestra esta relativa resiliencia de la percepción de la gente sobre su propia situación económica, que precisamente debido a su resistencia al cambio ha visto pasar por debajo la evaluación del país: Ya no estamos en un país en desarrollo del que podría quedarme fuera. , sino que estamos en un país estancado al que yo y mis allegados resistimos con cierta dificultad.

Figura 4. Evolución de la situación económica personal, serie de encuestas CEP.

En resumen: si bien los componentes del malestar de hoy son los mismos que ayer, el contexto de este malestar ya no consiste en una paradoja entre lo subjetivo y lo objetivo, sino que ambos han tendido a alinearse: vamos de un tren en marcha a que me temo que me estoy quedando fuera, a un tren parado que ofrece muchas menos oportunidades que antes. No sorprende que en este contexto los componentes del malestar hayan aumentado y diversificado. (Por ejemplo, el miedo al criminal es ahora también el miedo al narcotraficante, al inmigrante y a la corrupción de las instituciones que deberían protegerme. Por otro lado, el riesgo de exclusión ya no es un riesgo, se está activamente operando).

También está claro que este aumento del malestar ya no es tan privatizado ni políticamente inocuo como el de 1998. El año 2019, y en general la segunda década del siglo XXI, generó un aprendizaje en las personas sobre cómo se puede manifestar el descontento y su naturaleza colectiva. pero también respecto de cuáles son los límites y posibilidades de ciertos tipos de protesta respecto de la consecución de determinados objetivos. El malestar del año 2024 es un malestar post-estallido social, que ocurre en una sociedad que ya pasó y recuerda ese proceso político.

¿De qué manera puede manifestarse pública y políticamente un malestar creciente y más complejo, que ya no exige inclusión en un país económicamente exitoso, donde las frustraciones y temores subjetivos se alinean con condiciones objetivas limitadas, y en un contexto donde todos los actores han sido impactados por los acontecimientos de 2019? No lo sabemos, pero asumir que los acontecimientos futuros volverán a seguir el camino del pasado, al menos para mí, parece poco probable.

 
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