Capitalismo anarco y obediencia, un dilema de estos tiempos

Capitalismo anarco y obediencia, un dilema de estos tiempos
Capitalismo anarco y obediencia, un dilema de estos tiempos

En un artículo anterior, escrito en este mismo diario, se hacía referencia al carácter individualista que profesan corrientes del pensamiento liberal como la del primer presidente de nuestro país en su variante anarcocapitalista. Más allá de otras particularidades que podrían señalar los estudiosos del pensamiento económico más experimentados, el anarcocapitalismo es una corriente liberal que, además de expresar las virtudes supremas del sistema capitalista en el ordenamiento económico de las naciones, desdeña, desprecia y, por tanto, niega la intervención del Estado, no sólo en lo económico sino, más ampliamente, en los planes de vida de las personas.

En el mejor de los casos, esta doctrina indica que las funciones del Estado deben subordinarse a las de justicia y seguridad para garantizar el derecho a la vida y a la propiedad privada. Entonces la falta o falta de presencia del Estado en temas relacionados con la educación y la salud pública, como es el caso del dengue en varias regiones de Argentina, no debería sorprendernos, sino que forma parte de las ideas centrales del libre mercado. y retirada de funciones estatales en nombre de la libertad. La libre competencia privada de la oferta y la demanda de productos como repelentes o vacunas y/o servicios, como la educación primaria, secundaria, universitaria, etc., es lo que eventualmente definiría nuestras posibilidades de acceder a ellos: si hay interés privado en ofrecerlos y si tenemos suficiente dinero para comprarlos.

Esa es toda la lógica que necesitamos entender de un gobierno y un sistema de ideas que rechaza la intervención del Estado en la economía y en el resto de los ámbitos que componen nuestra vida social (educación, salud, cultura, etc.). ).

Max Weber, economista y uno de los autores “clásicos” de la Sociología, señaló que, más allá de los fines que puedan perseguir (que pueden ser muchos y variados), la característica principal que tienen los Estados y que permite identificarlos como tales , es el medio que utilizan para garantizar el orden social: el monopolio legítimo de la coerción física. Esto significa el uso de violencia física que, como ciudadanos, consentimos que sea ejercida por una asociación política (el Estado) a través de la policía y otras fuerzas represivas. La validez de este orden implica un “deber ser” que aceptamos como máxima de nuestro actuar cotidiano y motivo de nuestra obediencia.

Validez que, por otra parte, no debe confundirse con legalidad: la legalidad implica el estado de derecho, es decir, un conjunto de preceptos normativamente establecidos que hemos de cumplir so pena de recibir una sanción; La validez, por su parte, es nuestra aceptación como ciudadanos de que una orden es buena, que es correcta y, por tanto, es un deber obedecerla. Es por eso que la voluntad de aceptar o no un estado de cosas también cobra importancia cuando Weber define la dominación como la probabilidad de encontrar obediencia a una orden dada (Weber, 2012: 43).

Bueno, considerando que el orden social es parte de estos mandatos, y obviando la necesidad de desarrollar aquí una teoría del Estado o enumerar los propósitos específicos que nos llevarían a aceptarlo, cabe preguntarse sobre las circunstancias que socavarían el orden social. monopolio legítimo de la violencia física del Estado, en este caso el Estado argentino, si no ofrece otras funciones o servicios distintos a los de carácter represivo (en este sentido, es sintomático que los cuerpos policiales recibieron dos aumentos salariales estos días en el marco del ajuste y despidos de trabajadores públicos). De hecho, ¿qué orden social puede preservarse únicamente mediante los servicios de justicia y la protección de la propiedad privada? ¿Qué futuro nos espera como nación, como sociedad nacional, si el Estado se limita sólo a estas dos funciones?

Estas cuestiones confluyen en última instancia en un problema colectivo y social, en la medida en que el Estado constituye la organización política de una sociedad. Un Estado que, recordemos, ha jugado históricamente un papel decisivo en la formación de la Nación Argentina, de la Argentinidad, y la construcción de nuestra identidad con su liturgia y sentidos de pertenencia y solidaridad colectiva. Eso ha fortalecido el vínculo social gracias a la promoción, entre otros servicios públicos, de la gratuidad de la educación y del sistema de salud, pilares de la igualdad de oportunidades y la socialidad de los argentinos.

En definitiva, un entorno cultural de valores comunes y vínculos sociales que contrastan con la visión liberal de individuos aislados, abandonados a su suerte, que ofrecen y compran bienes y servicios en el mercado. Entorno cultural concreto, no metafórico, en el que nos desenvolvemos diariamente, yendo a trabajar, yendo a estudiar, disfrutando del tiempo libre: un lugar, un territorio particular, en el que nuestra vida cotidiana tiene sentido.

Si este mundo se rompe, si nuestros vínculos sociales aparecen sólo de forma comercializada, como parece ser la proyección de nuestra existencia en estos tiempos, de individuos que racionalmente maximizan sus opciones en el mercado, y sólo nos queda la policía y Servicio represivo del Estado Con sus otras funciones posibles en retirada, ¿quién garantiza que la voluntad cotidiana de obedecer no se erosione progresiva y persistentemente?

-Weber, M. (2012). Economía y sociedad (18.ª edición). México: Fondo de Cultura Económica.

Víctor Damián Medina

socióloga y doctora en Ciencias Sociales CIHaM/FADU (UBA)

 
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