Caras y máscaras cordobesas

Por Víctor Ramés
[email protected]

Coches fúnebres y caballos flacos

Quién sabe si un ejemplar de la revista Caras y Caretas del 25 de agosto de 1906, que le dedicó un breve espacio con motivo de sus 36 años como cochero fúnebre, pudo llegar a manos del humilde auriga cordobés Silenio Flores. La sección se tituló Portafolio de curiosidades, donde el cochero compartió página con otras “rarezas”, entre ellas una mención a la extrema delgadez de los caballos del tranvía de Córdoba. La publicación porteña estaba dirigida a un público que la escuela Sarmiento había logrado educar, que no tenía en cuenta la distancia cultural que separaba a los lectores habituales del semanario de los de extracción más popular.

Lo cierto es que Silenio había tomado las riendas en 1870 para transportar a los difuntos al cementerio. Y aunque el anónimo automovilista no apareció personalmente en los periódicos locales de aquellas tres últimas décadas del siglo XIX, sí tenemos información sobre su trabajo, los servicios funerarios y las denuncias que se elevaron a través de la prensa, sin una palabra de satisfacción. respecto de los traslados que se realizaron al lugar de última morada. De aquellos cocheros, Silenio era sin duda el decano, como se le consideraba en 1906, por su inclusión entre las “curiosidades”, y por la breve nota al pie de un par de fotografías suyas donde se ve al trabajador después de sus tres décadas y medio, sentado encima del auto que un epígrafe en Caras y Caretas llama, muy porteño, “fiambrera”. Esto decía el texto de la noticia:

“Silenio Flores, vecino del presidente de la república, es el sepulturero más famoso de Córdoba y de muchas leguas a la redonda. Contabiliza 36 años de ‘servicios’, ha provocado, en promedio, 1.100 muertes al año, es decir, 39.600 almas, toda la población de esa capital hace cuatro décadas. Tan acostumbrado está a su oficio que el día en que la mortalidad disminuye, Flores siente nostalgia y piensa alarmado en el triste destino de la humanidad que no muere…

El presidente… pero no: punto en la boca”.

La falsa discreción del final, pretendiendo reprimir la idea de que José Figueroa Alcorta bien podría estar tirado dentro del carruaje de Silenio, resume la idea de que Córdoba, ciudad natal del presidente Pepe, no era bien vista por varios ojos porteños. , entre los que sin duda se encontraban los del cronista de la sección curiosa.

Del año en que Silenio Flores inició su luctuosa profesión, los dos matutinos rivales de entonces, hermanados en sus críticas al funeral cordobés, brindan información. El Progreso, en una nota de 1870 titulada Carros funebres, menciona a su competidor y expresa:

“El hack de Echo dedica algunos versos a este ser antediluviano. Agrego lo que dijo últimamente un extranjero, al ver pasar a este representante de la indolencia municipal: “Si muero en esta ciudad, cuerpo de Cristo, más vale arrastrarme en la cola de un caballo que ser metido en esta basurero.”

El Eco de Córdoba, por su parte, explicó la existencia de dos coches fúnebres en la ciudad, uno para ricos y otro para pobres, y sobre la categoría más alta opinó: “El coche fúnebre de los ricos no es ni siquiera como el el coche de paseo más pobre del pueblo. Es sucio, repugnante, con un aspecto verdaderamente fúnebre, porque si los muertos pudieran protestar, dirían que allí se deprime la majestad de la muerte, porque ni por burla podrían utilizar tales muebles en otros lugares para llevar los cadáveres a su destino final. lugar de descanso. Dicho esto, sobre el coche de los ricos, creemos que estamos excusados ​​para hablar del coche de los pobres”.

Que esta situación se venía dando desde hacía mucho tiempo lo confirma una publicación del diario El Imparcial, en 1856, que afirmaba: “Nos ha llamado la atención el mal estado de los carros que prestan este servicio y sería deseable que Si la policía no puede mejorarlos, ponga ese ramo en subasta. Los coches fúnebres que hoy tenemos son indignos de la culta ciudad de Córdoba, tanto por la suciedad que en ellos se nota, como por el feo aspecto que presenta su conductor, cuya vestimenta muchas veces es inapropiada incluso para aparecer en las calles. ”.

Y en 1860, El Eco Libre de la Juventud afirmaba que “el coche fúnebre de primera es un vagón inútil, tanto por su forma como por su estado de deterioro y mal estado. Su mera visión produce muy mala impresión. Todo hecho pedazos, descolorido y polvoriento, a lo que se suma el tiro que lo arrastra, compuesto por una mula y un caballo malo, espectros andantes…” Sobre el auriga, antecesor de Silenio Flores en el oficio, El Eco agregó: “ El sepulturero hace juego con el carro y los caballos, ya que su aspecto repugnante no nos representa más que la imagen de la muerte, su guardiana en la tierra”.

Dejando en paz a Silenio y a los detractores del funeral, tomamos nota de la otra “curiosidad” cordobesa en la que se centró Caras y Caretas, refiriéndose a la extrema delgadez de los pobres caballos de tiro que aún corrían delante de los tranvías:

“En Córdoba, ciudad natal de Silenio Flores y presidente de la República, hay otro prodigio: el prodigio de la delgadez de los caballos tranvía, que, a pesar de las enormes heridas, trotan y trotan, en pos de un retiro que no llegar….

Y en cuanto al tranvía, a veces va de este a oeste o viceversa”.

Es posible que lo dicho por el semanario tuviera su fuente en un comentario como el siguiente, publicado el 1 de mayo del mismo año 1906, por el matutino La Voz del Interior sobre el Tranvía Argentino:

“El espíritu recibe una triste impresión al contemplar los destartalados autos de esta empresa que, como ruinas andantes, recorren las calles de nuestra culta ciudad, arrastrados por jamelgos espantosamente flacos, llenos de imperfecciones que sangran al rudo contacto de los arneses y el látigo. , o palo que se acarician la cintura para acelerar el paso incierto de la lenta marcha”.

 
For Latest Updates Follow us on Google News
 

PREV Confirman que no habrá colectivos ni trenes
NEXT ¿De qué murió el técnico argentino? – .