Marta San Miguel | Escritor y periodista: “No debemos perder la capacidad de elegir por miedo a caer” – .

Una mujer que enfrenta un cambio vital recuerda la niña que era y el caballo que montaba. Marta San Miguel (Santander, 1981), periodista y escritora, es autora de ‘Antes del salto’, su primera novela, un sueño por el que se atrevió a arriesgar sin saber lo que le esperaba detrás del obstáculo. Este lunes participa en el Aula de Cultura del Diario LA RIOJA y habla de “no perder la capacidad de elegir por miedo a caer”.

–Parece una novela ecuestre, pero es más que eso.

–Es una novela en la que un caballo es una excusa para hablar de la importancia de la memoria, para entender quiénes somos.

LAS INERCIAS Y LOS SALTOS DE LA CHARLADA

«La rutina nos da seguridad y certezas con las que intentamos compensar que la vida es libre albedrío»

– ¿Qué valor le das a la memoria?

–Más de lo que damos, porque tendemos a confundir recuerdo con nostalgia. La nostalgia es un sentimiento igualmente válido, pero es un sentimiento que nos ata a un momento del pasado y cuando uno está atado es imposible avanzar y evolucionar. La memoria, en cambio, es ese cúmulo de experiencias que quizás no hayamos comprendido en su momento, todo lo que recordamos y muchas veces no sabemos muy bien por qué lo recordamos y que es en última instancia la base de nuestra identidad.

– ¿Qué recuerdos han marcado el tuyo?

– Todos somos fruto de experiencias compartidas, de lo aprendido en casa, de lo que hemos visto en nuestro entorno. Cuando aprendemos el significado de palabras como amistad, libertad, miedo, pérdida… Aunque a medida que crecemos interpretamos mal el progreso, como si tuviéramos que avanzar hacia la estabilidad económica y el progreso profesional, y dejamos atrás todo lo que nos formó. .

– La vida está hecha de ilusiones y renuncias, ¿no crees?

– La novela comienza con una mudanza, que es una metáfora del cambio. Si de repente cambias de trabajo y de ciudad y tienes que empezar de cero, cuál es la primera pregunta que te harías: ¿qué quiero hacer? Sin embargo, vivimos de una manera en la que nos hemos salido de la ecuación de esa frase; Ya no nos preguntamos qué queremos hacer, nos preguntamos qué tenemos que hacer. Y obviamente todos tenemos cuentas que pagar y tenemos obligaciones.

– Y terminamos siendo prácticos. ¿No deberíamos?

– La rutina nos da seguridad y certeza con la que intentamos compensar que la vida es precisamente libre albedrío y que no podemos controlarlo. No creo en la filosofía del carpe diem ni en las decisiones que se toman hoy para hoy. El problema no está en rendirnos por practicidad sino en que hemos olvidado que todavía tenemos la capacidad de elegir.

– ¿Elegir significa saltar?

– El salto para el protagonista del libro es ese momento en el que te atreves a saltar sin saber qué hay al otro lado. Pero a medida que envejecemos, perdemos esa valentía.

–¿Cuál ha sido su mayor salto?

–Han sido dos: una siendo madre y la otra dejando el periódico de toda mi vida, El Diario Montañés, para seguir el camino que había iniciado escribiendo.

–¿Se llevan bien el escritor y el periodista?

– Los periodistas no hacemos más que ser periodistas y escribir una novela también requiere dedicación total. En mi caso tuve que elegir. Pero ella no sería la escritora que soy sin esos veinte años en la redacción del periódico.

– Hablemos de caballos, de tu caballo Quessant. ¿Hasta dónde llegó su vínculo con él?

– Con los días, con los años… llegó la confianza. Creo que todo gira en torno a esa palabra. A medida que él me dio más confianza y yo se la di, empezamos a necesitarnos y así surgió el verdadero vínculo.

–Históricamente hemos utilizado el caballo como bestia de carga, para la agricultura, como arma de guerra, para deporte, ocio, terapia, incluso como carne… Es un símbolo de la supremacía utilitaria que el hombre ejerce sobre la naturaleza, ¿no? ¿Tu crees?

–Pecamos de este supremacismo con el resto de especies animales e incluso con nuestros semejantes. Por eso siempre animo a la gente a montar a caballo para que experimenten que lo que estás haciendo es renunciar a tu autonomía y dejar que él te guíe. Subirte a un caballo te da una sensación muy necesaria de ti mismo. Y está bien dejarse llevar de vez en cuando, aunque sea por un bicho de quinientos kilos, porque te das cuenta de que, como en la vida, aunque creas que tienes el control, en realidad no lo tienes, y puedes caer.

– Les atribuimos nobleza. ¿Qué has aprendido de ellos?

– Más que del caballo, he aprendido con el caballo. He aprendido a confiar en que otro me dejará llevar a pesar del miedo. Creo que no debemos perder la capacidad de elegir por miedo a caer.

– ¿Algún caballo como referencia?

– Montaigne. Montaba todos los días, le ayudaba a pensar, y fue precisamente una caída la que, en cierto modo, le convirtió en el gran intelectual que conocemos.

– ¿Te has caído?

– Sí, claro. Una vez nos caímos los dos, pero Quessant me atropelló como un gato para no pisarme.

–Tu novela ha acabado siendo un salto acertado, pero, siendo tan autobiográfica, ¿temes haberte expuesto demasiado?

– Tal vez sí. Pero, de la misma manera que los libros que leo me hacen ver cosas de mí o ver cosas de la realidad que me rodea, eso es lo que anhelo conseguir con lo que escribo: devolver a los lectores lo que ellos me han dado. . Yo todos los autores que leo.

– ¿A quién le debes más?

– Todo es culpa de Miguel Hernández. Mi madre solía dejar libros en mi mesilla de noche y recuerdo que un día entendí de repente aquel verso de la elegía a Ramón Sijé: ‘Tanto dolor se acumula en mi costado que, porque me duele, me duele hasta el aliento’. Allí entendí el lenguaje literario, entendí la capacidad del lenguaje para evocar aquello donde las palabras se quedan cortas. Desde entonces, en todo lo que leo busco ese efecto y en todo lo que escribo, ya sean textos literarios o textos periodísticos, busco provocar algo así en el lector porque a mí me parece pura magia.

 
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