Feria y multitud, de Cristina Casabón – .

Feria y multitud, de Cristina Casabón – .
Feria y multitud, de Cristina Casabón – .

Los árboles han florecido en pleno Retiro, ante la indiferencia de los lectores que se acercan al Feria del Libro, que es una peregrinación. La hilera de casetas alguna vez fue coloreada y se instaló en el Paseo de Recoletos. Estamos en el siglo XXI y a veces uno ignora que seguimos manteniendo un hábito sagrado: la lectura. Cementerios de libros serán nuestras ciudades, noctámbulos haciendo cola para entrar en la Feria, el Parque de la Florida, el aire pestilente que sale del Metro, el cielo despejado de Ibiza, árboles sin terreno donde expandirse. Llega la Feria del Libro y la gente va y viene en la vorágine o espera en fila como adolescentes sombríos y maduros.

Camino por la Feria y veo la que tiene un público de estudiantes, jóvenes e intelectuales, pero también veo la que tiene un público de señoras haciendo fila, y algunos hombres deconstruidos. La Feria es un zoco o medina donde todo el mundo vende mucho, por eso regalan los libros más baratos, pero claro, no es la primera vez que veo literatura sólo para señoritas: Virginia Woolf, Henry James o Jane Austen Ya se especializaron en este público.

La calidad de un libro se mide hoy por la riqueza y la homogeneidad de las masas. En un país donde socializamos más de lo que leemos (y eso es bueno y nos distingue de los noruegos), el Retiro, un parque enorme, de repente se llena de lectores porque es un buen plan. Pero la cultura no se improvisa ni es demasiado sociable y un buen lector tarda toda una vida en llegar a serlo, cuando aprende a saltar páginas innecesarias y abandonar un mal libro.

La revolución puso a la gente en pie primero y ahora el consumo. Todas las revoluciones se han calmado y la revolución consumista no es más que el hábito compulsivo de comprar. Hay libreros y hay filólogos que aman tanto los libros que se frotan con ellos.. Luego vemos la bulliciosa manía de amontonar libros en los estantes de las redes sociales. El libro sólo reúne a la multitud cuando es previamente vulgarizado, cuando es transmutado en objeto de decoración. Pronto veremos en las plazas a un puñado de excéntricos intercambiando ejemplares como hacen los aficionados a la filatelia, con sus estafas de sellos y sus circuitos clandestinos.

A la gente le gustan los libros apilados y muchos –desfile de Culturetas– porque el público, mera cantidad, queda fascinado por las cantidades, los precios, los colores, las ofertas. Y cuando el libro esté firmado… ¿van a conocer al autor? No, el autor es conocido por la lectura. Van a ver la cola, a “sentirse” parte de la cola, a ser los primeros en la cola. Hoy el consumo es una forma de pertenecer a los suburbios de la cultura mitificada.

«El ideal de todo escritor fue siempre ser leído por otro hombre silencioso y meditativo, es decir, por el hombre solitario que sueña e imagina despierto.»

Pero el espectáculo de la cultura es en realidad quietud, es silencio y mutismo, la navegación del pensamiento. El ideal de todo escritor fue siempre ser leído por otro hombre silencioso y meditativo, es decir, por el hombre solitario que sueña e imagina estando despierto.. Pero ha llegado la masificación –no la democracia– y la cultura se ha convertido en una feria, se ha convertido en consumo. Y los que no venden van a la Feria a venderse.

La verdadera democracia es la que se basa en la genuina educación de criterios. Es un ciudadano, como digo, con tiempo, ocio, silencio y respeto para pensar desde un banco solitario en Retiro. Los libros nos acompañan en nuestras horas de vigilia. La noche, catástrofe silenciosa, hundimiento cauteloso, la noche se cierne sobre los trenes estacionados. La noche es un silencio incómodo, los durmientes son insectos asustados y los ángeles nos recuerdan que siempre podemos volver al silencio de la lectura. Al eco azul de sus monasterios de piedra.

 
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