Vida, pasión y muerte de un libro prestado – .

Vida, pasión y muerte de un libro prestado – .
Vida, pasión y muerte de un libro prestado – .

¡Pobre libro prestado! Ha pasado su vida desde la cómoda estantería de una librería hasta la aún más cómoda biblioteca del lector que la llevaba a su casa. Desde que llegó, su dueño lo registró como suyo con su propio nombre, lo fechó con el día, mes y año de compra y, finalmente, le puso un forro para protegerlo de roces indebidos.

Después de todo eso, comenzó su lectura pasando las páginas con cuidado y colocando un marcador de cartón delgado en la página al final del tiempo de lectura. Finalmente, lo volvió a colocar en su lugar habitual en el estante, hasta la siguiente sesión.

Y así, hasta muchos días después cuando terminó de leer el libro que, a partir de ese momento, empezó a residir permanentemente en su lugar en el estante; excepto en aquellas ocasiones en las que, por algún motivo especial, el propietario lo hojeaba de nuevo para recordar algún pasaje o tomar nota de cierta información proporcionada por el libro.

Se puede decir que hasta entonces el libro había llevado una vida tranquila y satisfactoria, tanto para el humano que lo creó como para el otro humano que lo leyó y encontró en sus páginas horas de muy apreciado consuelo y aprendizaje.

Pero como sostenía Heráclito de Éfeso, todo fluye, todo cambia y no siempre para mejor. Un día entre muchos, un botones se acercó a la biblioteca y, después de echar un vistazo rápido, tuvo la osadía de hojear algunos libros.

El libro en cuestión pronto llamó su atención y, sin pedir permiso, lo sacó del estante. El tratamiento inicial ya fue descuidado: pasó las páginas sin darse cuenta de que las arrugaba e incluso las humedecía con la saliva con la que se untaba los dedos para la operación.

Cuando encontraba algo que le llamaba la atención, doblaba la esquina superior de la página, lo cual hizo dos o tres veces más, sin que el dueño humano pudiera hacer nada porque el visitante era alguien con quien no convenía enfadarse. . Y, finalmente, cuando el visitante anunció su deseo de pedir prestado el libro, ¿qué pudo responder el dueño del libro sino un sí reacio, mientras en su interior hervía de indignación ante manipulaciones tan sacrílegas?

El libro estropeado salió de esa casa. Y esto no le sucedió a una vida mejor, sino a una vida peor. El nuevo lector extrajo del libro todo lo útil para sus propios fines. Y en ese largo período en que el libro fue material de lectura, conoció los lugares más inadecuados para tal fin: la cocina, debajo del colchón de la cama, en el baño, sobre la mesa del comedor, etc.

En todo momento, el libro estaba doblado hacia atrás para facilitar la lectura, sus páginas eran movidas con dedos salivantes para indicar el cambio de página y, máxima transgresión por no ser su dueño, anotado con observaciones infantiles y superfluas.

El quidam posiblemente lo usó una vez cuando se fue la luz y le resultó muy conveniente encender una vela y apoyar su base sobre el libro cerrado que, ya, ya había perdido su cubierta: prueba de ello era una mancha de parafina en esa cubierta, por no hablar de otra, empalagosa, salsa de tomate.

Un día, finalmente, el personaje inflado le devolvió el libro. Le fue devuelto, por supuesto, le fue devuelto: pero el pobre estaba irreconocible, tal era el deterioro sufrido en aquellos meses de ausencia. Había salido con decoro juvenil y regresado arruinado; y ni siquiera una disculpa: un alto funcionario estatal, por cierto.

Nuestros antepasados ​​íberos tenían un dicho: “No hay que pedir peras al olmo”. Y ahora se han convertido en abuelos ticos, más groseros y malhablados: “¡Al cerdo, con lo que lo crían!”

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El autor es profesor jubilado de la UCR.

Prestar un libro es como dejar salir de casa a una persona mimada. (Persiana)

 
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