“El miedo aparece con la inteligencia” – .

En 2022, en una entrevista con La voz, Luciano Lamberti reivindicaba un nivel de consagración “mucho menor” que otros escritores de su generación, sin que ello le pesara mucho. En noviembre de 2023, en el teatro Colón de Buenos Aires, su libro Para encantar a un cazador fue anunciado como el ganador del premio Clarín Novela 2023. Ahora estamos en otoño de 2024, Lamberti (natural de San Francisco, estudió en Córdoba y reside en Buenos Aires desde hace varios años) fuma un cigarrillo en la puerta de un café de un barrio de Córdoba. Vino a presentar su nuevo libro a la ciudad.

“No soy de los que ganan premios. Y con una novela así, experimental y un tanto provocativa, pensé que ni siquiera iba a ganar”, afirma. Eso le pasaba por la cabeza aquel día en el Colón, mientras veía pasar bandejas de salmón, aunque por alguna razón no podía comer ni un bocado. Había enviado la novela de todos modos, con la idea de que pudiera quedar finalista para poder poner en la portada “una fajita que diga ‘finalista del premio Clarín’”. Pero ganó.

“Pasé de perder premios a ser juez de premios y no tengo costumbre de ganarlos. Es un honor para el jurado, al que admiro mucho. Me hace feliz que la hayan elegido”, fue su agradecimiento al jurado integrado por Ana María Shua, Samantha Schweblin y Carlos Gamerro.

Y cerró: “No puedo dejar de dedicárselo a las 30 mil personas torturadas, desaparecidas por la última dictadura militar. Eso es todo”.

Hechizar a un cazador, de Luciano Lamberti

En su trayectoria desde San Francisco hasta Córdoba y Buenos Aires, Lamberti publicó 10 libros. Comenzó con una colección de poemas, continuó con el asesino de cerdos y El loro que podría predecir el futuro y, en los últimos años, ya en la editorial Penguin Random House y con el pie firme en la fantasía y el terror, destacó con el maestro rural, La masacre de Kruguer y La casa del eucalipto.

“Pero nunca me dieron el mango que me dan ahora”, afirma. Y eso es genial. Porque ya tengo lectores, pero son… como frikis. Mi frikis, mis pequeñas deformidades, mis pequeños monstruos, como dice Lady Gaga. Y me interesaba ampliar un poco mi horizonte”.

El escritor Luciano Lamberti, interpretado por Juan Delfini

Para encantar a un cazador Es una novela de terror enmarcada en la dictadura, en ese Terror con mayúsculas. Está ambientada en varias líneas de tiempo de los últimos 50 años, atravesadas (como la propia historia argentina) por esos años de plomo. Como en libros anteriores, tiene elementos sobrenaturales, ritos paganos, guiños a la cultura pop, escenas sangre y las voces de varios personajes que permiten cambiar el punto de vista de lo que se narra.

La Córdoba de entonces aparece en un capítulo que ficcionaliza con realismo y pequeños detalles atentos a la verosimilitud la toma de La Calera por Montoneros en 1970. En otro capítulo, la operación se invierte: narrar cómo era el centro clandestino de detención de La Perla. . , la historia gira en una dimensión absurda, que incluye a detenidos que visten albornoces, zapatillas cómodas y juegan al tenis.

“Quería escribir una novela corta de terror. La historia de terror que más me gusta es ‘La pata del mono’, de Stephen King. Él escribió de esa historia. cementerio de animales. Y él quería hacer algo así, con el tema de la reanimación. Empecé ahí y fue creciendo. Al principio, el tema de la dictadura no estaba ahí. Pero apareció cuando comencé a pensar que necesitaba una muerte muy injusta, muy repentina. Luego, claro, cuando entramos en el tema empezaron los problemas”, explica.

–La elección del tema para una ficción como ésta incluye un amplio espectro de riesgos, ¿cómo los evaluó y superó?

–Hay muchas novelas sobre la dictadura y muchas escritas en términos muy simples, muy “buenos versus malos”, reafirmando lo que ya sabemos. Entonces partí de ese punto: si el lector ya sabe que pasó lo que pasó en La Perla (que espero que lo sepa) voy a hacer algo diferente. Y el contraste entre ambas cosas es aterrador. ¿Cómo hacer que La Perla sea más espeluznante de lo que ya sabemos que era? Empecé por ahí y luego dejé que lo real apareciera poco a poco. Yo crecí en los años 90: Menem estaba ahí y el discurso sobre la dictadura era otro (venimos de la obediencia debida, del punto final). Con el kirchnerismo se volvió discurso oficial, y era una locura estar repitiendo el discurso oficial (por más afinidad que uno tuviera). Entonces, tuvimos que encontrar una manera de trabajar en eso sin ser provocativos.

–Un camino minado…

–Con Carlos Busqued hablábamos a veces de eso, cada vez que aparecía “otra novela sobre la dictadura”. su novela Bajo este tremendo sol, Es una novela sobre la dictadura, sobre la posdictadura, las secuelas, la complicidad civil, el trabajo desempleado de la represión. Está en la tradición de la dictadura, pero no es tan fácil de encasillar. Toma el tema como fundamento de la emocionalidad, lo que King llama “los puntos sensibles de la sociedad”. Mariana Enríquez también lo hace: generar terror a partir de ciertos acuerdos, de una determinada memoria emocional, trabajar lo que está presente en la memoria y, a partir de eso, generar terror.

–¿Se redefinió de alguna manera la recepción de la novela con la circulación de algunos discursos nagacionistas desde la dictadura?

–No me han hecho reembolsos en ese sentido. La novela fue presentada antes de que ganara Milei. Pablo Natale, por ejemplo, jodaly me decía que yo era vidente o que “la vi venir”. A Enríquez le pasa lo mismo, qué sé yo.

pueblos pequeños

La novela cuenta la historia de Luis, el joven hijo único de una familia adinerada de un pueblo de Córdoba, que renuncia a su destino de heredero, impulsado primero por la religión católica, hasta convertirse en soldado en Montoneros. Recrea las visiones del pequeño pueblo en torno a estos jóvenes y ancla la historia en las diferencias generacionales que se vivieron en los años 1970.

“Quería trabajar con una idea de una generación, la de los años 70, y con varias clases sociales. Quería hacer una novela ambiciosa y también un fresco de una época. Y poner el foco en la cuestión de qué hacemos con nuestros muertos, que es la pregunta que me persigue: qué hacemos con la memoria…”, dice Lamberti.

–¿Recuerdas cómo accediste a esa información sobre la dictadura mientras vivías en San Francisco para crear la atmósfera de esos años en el pueblo ficticio?

–Mi mamá fue la primera que me habló de la palabra “desaparecido”, luego me mostró quién era Videla. Debo haber empezado a hacer preguntas cuando él era un niño, en 1988 o por ahí. En los años 90, cuando tenía 16 años, estaba en el grupo católico de San Francisco. Y conocí a un pibe así, como Luisito en la novela: un chico muy rico que trabajaba en ladrilleras. Y lo veías con zapatillas rotas, trabajando allí, con una especie de compromiso católico bastante parecido al que había en el origen de Montoneros. Hoy creo que cada vez que aparece el liberalismo la contrapartida es el catolicismo. Algo muy similar está sucediendo ahora. Hoy los referentes del otro lado son Juan Grabois y el Papa. Casi te dan ganas de ir a misa. Porque el cristianismo, con todo lo que se le puede criticar a la Iglesia, básicamente piensa en los demás. Es partidario del liberalismo.

El escritor Luciano Lamberti (Foto, Alejandra López, prensa Penguin Random House)

–Si bien parte de la historia transcurre en Buenos Aires, el territorio del terror (lo sobrenatural pero también lo real) está en Córdoba, como en sus otros libros. ¿Porque?

–Supongo que para sentir auténtico lo que se escribe hay que poner cosas de uno mismo. Así, por ejemplo, la casa demolida del cuento es una casa que existe en San Francisco, una mansión abandonada. Esa fue mi parte, además de toda la cuestión de cómo se vivió la dictadura en San Francisco. Piensas que en las ciudades pequeñas no pasó nada, pero pasaron muchas cosas. Siempre que escribo sobre el interior es como poner una parte de mí. En un lugar pequeño hay otro tipo de dinámicas. Primero, el espacio crea a los personajes, sus reacciones, su ideología. El paisaje es diferente. Y para mí el paisaje es muy importante. Escribo con mis ojos. Además, todavía existe la posibilidad de guardar secretos allí. Lo importante para lo fantástico: que el secreto no quede expuesto.

–¿Te interesa ser escritor de género fantástico?

–No, no, hago lo que quiero. Cada vez me gusta más la parte teórica del género, en el sentido de que el género es realmente subversivo. Sigo mucho a Ángel Farretta, el filósofo que analiza películas. Y dice que en realidad lo fantástico plantea es la conexión perdida por el liberalismo con lo sagrado. La idea es genial, ¿no? En ese sentido, lo fantástico es subversivo porque propone que no todo puede explicarse mediante leyes racionales. No todo se puede entender. En algunos lugares todavía queda algo de sombra. Y esa idea me fascina. Las fantásticas son metáforas objetivadas. En el sentido de que todos somos el hombre invisible, porque todos nos hemos sentido invisibles. El hombre que se encoge: todos nos hemos sentido pequeños en algún momento. Todos nos hemos sentido como el señor Hyde. Me gusta mucho esa capacidad de simbolización que tiene la fantasía. Pero si se me ocurre algo realista o una mezcla entre ambas cosas, adelante. Me gustan las películas de terror y también las comedias románticas. Un día quiero hacer una mezcla. Ahora estoy trabajando con Sergio Aguirre, entre los dos, en una novela para adultos jóvenes, una historia de terror sobre un tipo que va a una casa embrujada.

–Como lector de terror, ¿qué es lo que te asusta?

-Estaba asustado cementerio de animales y el libro de Miguel Prenz, La masa del diablo, una crónica sobre una secta satánica en Corrientes que mató a un niño, le cortó la cabeza, lo tiró en la vereda y mientras lo torturaban escuchaban a Maná. Eso me asustó. En general, la literatura de terror roza mucho la comedia. Hay gente a la que mi libro les dio pesadillas, a mí eso no me pasa. El terror funciona más en el cine. Pero mientras escribía esta novela, por ejemplo, me sentí paranoico, sentí una mirada en la nuca. Por otro lado, tener hijos me recordó lo que me asustaba cuando era niña. Mi hijo menor, por ejemplo, tiene 2 años y acaba de adquirir miedo. Siempre creo que el miedo aparece con la inteligencia: das un pequeño paso en la adquisición del lenguaje y ya miras la oscuridad de otra manera. Aparece ese miedo atávico a la nada: a una puerta entreabierta, a una sombra oscura.

 
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