Sin concesiones – Zenda

Sin concesiones – Zenda
Sin concesiones – Zenda

Sin concesiones, es lo primero que me viene a la cabeza cuando termino esta biografía de Byron de Edna O’Brien, Byron enamorado (Cabaret Voltaire, 2024). Lo comencé pensando en lo difícil que puede ser escribir algo nuevo sobre el gran poeta inglés sobre el que no sólo han corrido ríos de tinta, sino también varias películas. De hecho, ella misma lo expresa en la breve introducción: “Entonces, ¿por qué otro libro sobre Byron?”. Y su respuesta es este estupendo e intenso retrato del poeta.

Con una prosa austera, rítmica, irónica, ágil y eficaz, O’Brien hace un recorrido por la vida de Byron para lo que se ha sumergido “en los doce volúmenes de sus cartas y diarios (…) He leído muchas de sus biografías y las que Se han escrito cosas sobre Lady Byron”, reconoce. Un hombre esquivo y contradictorio que parece tener preparada una máscara para cada situación y para todo aquel que se le acerca. “En él todo era paradójico” (p.17), señala. Se necesita cierta valentía para enfrentarse a una figura mitificada en la que leyenda y realidad se entremezclan de un modo prácticamente imposible de destilar. Pero el escritor irlandés no se amilana y se propone, ni más ni menos, descubrir Byron el Hombre, el que “no podría existir sin el objeto de su amor”el que se levantaba, montaba a caballo o jugaba al billar.

Donde todos se detuvieron, donde nadie se atrevió a continuar, Byron se lanzó. Nunca se escondió de sus múltiples amores, amantes, aventuras, idilios y orgías de todo tipo.

Cuál es ese “objeto de su amor” es la clave que se irá revelando poco a poco. Comenzando con su infancia única, la compleja relación con una madre voluble y un padre ausente cuyas hazañas supuestamente coloridas y atrevidas el niño admiraba. O’Brien señala cómo antes de los ocho años había leído todos los libros del Antiguo Testamento “en comparación con los cuales el Nuevo no parecía ni la mitad de interesante” (p.27). Esa precoz atracción por el lado oscuro y, sobre todo, el coraje y el tesón de Byron para continuar su camino, casi siempre prohibido, son parte del personaje fascinante que subyugaba a sus contemporáneos y nos sigue subyugando ahora. El propio Byron convierte la deformidad de su pie derecho en una metáfora de sí mismo cuando habla de él como “el signo de Caín, un símbolo de castración y estigma que arruinó su vida”. (pág.20). Donde todos se detuvieron, donde nadie se atrevió a continuar, Byron se lanzó. Nunca se escondió de sus múltiples amores, amantes, aventuras, idilios y orgías de todo tipo. Las convenciones sociales estaban ahí para romperlas y exponer la hipocresía de una sociedad que agotó las ediciones de sus libros y anhelaba conocerlo pero se negaba a enterrarlo en el Rincón de los Poetas de la Abadía de Westminster. Byron siempre fue Byron, indomable y misterioso, y fueron los demás quienes intentaron encajarlo en sus moldes, creyéndose los elegidos.aquellos que iban a poder calmar esa alma torturada, reconducirla, pero que terminaron una y otra vez, de mejores o peores maneras, desembocando en decepciones terribles, incluso trágicas, como relata vibrantemente O’Brien.

Ese es el elemento que fascinó a hombres y mujeres, esa lucha interior de la que pudo y salió lo mejor y lo peor: la amistad más fiel, la entrega más rotunda, el poema más sublime y el abuso más cruel.

Byron el Hombre busca insaciablemente lo sublime, las situaciones que le permitan transformarse en Byron el Poeta, como si tuviera que alimentar a su propio Minotauro escondido en los entresijos de una personalidad compleja, conoce esa fuerza prometeica que vive en él y que plasma en su poesía por encima de cualquier otro amor, por encima de cualquier otra cosa. No es extraño que sea su visita al campo de batalla de Waterloo la que desencadene un terremoto: “Waterloo fue para Byron lo que la magdalena fue para Proust (…) Es el Byron más profundo, el que habla del horror de la guerra, de la piedad de la guerra y, sobre todo, de la locura de la guerra” (pág. 175). Eso sí, es el mismo Byron que, poco antes, había convertido su matrimonio en un infierno digno de un cuento de Allan Poe (p.148), quien mantiene una relación incestuosa con su hermanastra Augusta, quien tiene la custodia de su hija. con Claire Clairmont, Allegra, para abandonarla en un convento donde muere poco después…, humana demasiado humana, como diría Nietzsche, por cierto, otra niño horrible.

Pero: “Más allá de todos los reproches, estaba su propio tormento. Como él mismo dijo en una carta a Lady Melbourne: ‘Todos estos ataques desde fuera no son nada comparados con lo que está pasando dentro de mí’ (pág. 131). Y ese es el elemento que fascinaba a hombres y mujeres, esa lucha interior de la que podían salir y salieron lo mejor y lo peor: la amistad más fiel, la entrega más rotunda, el poema más sublime y el abuso más cruel.

Sin concesiones, tal como se comportó el propio Byron durante toda su vida consigo mismo y con los demás, y como muy probablemente lo fueron sus recuerdos quemados.

Sin concesiones, escribe O’Brien, que no duda en reflejar con sentido del humor muchas de las situaciones casi vodeviles de la vida del poeta, con momentos verdaderamente delirantes, el barro por el que se arrastró y el barro que arrojó a otros en su desesperada buscar ese amor que lo alimentó, reconociendo al mismo tiempo su grandeza. “Byron no pestañeó ante nada. Su visión de la humanidad era despiadada; su mirada, radical” (p.191), aclara. Si Byron no hubiera existido y se hubiera publicado un libro con las hazañas de tal personaje, se habría considerado inverosímil.

Sin concesiones, tal como se comportó el propio Byron durante toda su vida consigo mismo y con los demás, y como muy probablemente fueron sus recuerdos quemados: “La quema de las memorias de Byron fue un acto de vandalismo colectivo del que fueron culpables todos los que intervinieron”, denuncia O’Brien y luego, también sin concesiones, los nombra uno por uno: “Moore, por la responsabilidad de vender el manuscrito; Hobhouse, por su falta de honestidad acerca de la reputación de Byron; y Murray, por su flagrante superioridad moral (…). También fueron culpables Augusta y Annabella, por su silenciosa connivencia, y los dos “ejecutores”, el coronel Doyle y Wilmot-Horton, que arrancaron las páginas de las copias y las arrojaron al fuego. Murray llamó a su hijo de dieciséis años para que fuera testigo de ese momento histórico” (p.277).

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Autor: Edna O’Brien. Calificación: Byron enamorado. Traducción: Amado Diéguez. Editorial: Cabaret Voltaire. Venta: Todos tus libros.

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