Periódico Centroamericano – .

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María Macmillan

Facultad de Artes Liberales

En los últimos años se ha producido un aumento significativo en la producción de textos dirigidos a los niños. Numerosas editoriales, tanto consolidadas como las que conocemos como independientes, han considerado explícitamente en sus catálogos a estos “locos bajitos” como diría Serrat. Si visitas ferias del libro te habrás dado cuenta de esta oferta de libros coloridos, incluso para prelectores con tapa dura, con variedad de temáticas y estilos únicos que marcan cada propuesta editorial.

Los niños de hoy son “consumidores” de libros y los padres están dispuestos a invertir financieramente en esto. artículo. Sin embargo, ocurre un fenómeno curioso y preocupante: una vez que el niño supera la etapa de la infancia y entra en la adolescencia o preadolescencia, deja de leer o de interesarse por comprar libros nuevos.

Se supone que si un niño está familiarizado con el libro como objeto y con el proceso de lectura, continuará leyendo casi espontáneamente en niveles más complejos.

Por supuesto, siguen leyendo los textos de lectura obligatorios en sus escuelas, pero ya no compran sus propios libros. ¿Por qué ocurre este fenómeno? Intentaré arrojar algo de luz. Se supone que si un niño está familiarizado con el libro como objeto y con el proceso de lectura, continuará leyendo casi espontáneamente en niveles más complejos.

Pero no es así. Una primera respuesta a este problema reside en la enorme oferta de libros infantiles que no tienen la calidad literaria suficiente para permitir una experiencia de lectura significativa.

Muchos padres no lectores conciben la compra de libros para sus hijos como una inversión en términos de capital informativo o la lectura como herramienta de trabajo. Pero la experiencia lectora implica muchos aspectos que van más allá de lo informativo.

Un libro es un espacio en el que nos introducen en un marco simbólico, de tradiciones culturales previas, de estructuras narrativas complejas y también de belleza estética. Llenar al niño de libros coloridos no necesariamente lo lleva a un concurso de lectura.

En una experiencia lectora, el niño se plantea sus propias preguntas, cultiva un lenguaje rico en resonancias y connotaciones, sigue una narrativa de la que toma parte con apuestas anticipatorias, rechaza o confirma finales, se mueve en niveles morales respecto de conductas o comportamientos de los personajes, etc.

La lectura es un acto complejo en el que la mediación de un adulto empático y reflexivo sigue siendo de suma importancia. Es lo que la estudiosa de la literatura infantil Teresa Colomer llama “implicación sociofamiliar”.

Esto se debe a que “muchas veces no hay adultos que formen ese marco socioafectivo en el hogar o en el entorno social”. En estos tiempos, este enfoque puede considerarse exigente y centrado en los adultos.

Pero ignorar la importancia de la mediación es olvidar el contexto intergeneracional en el que surge el hábito trascendental de leer por placer. Entendemos la lectura de la mediación como compartir y debe estar lejos de situaciones tipo “adivina lo que tengo en mente” (Gordon Wells).

Es decir, ese hábito de enseñanza en el que “los niños se esforzaban en saber qué esperaba el profesor que respondieran, en lugar de pensar realmente en el cuento sobre el que les interrogaban” (Colomer). La lectura libre que surge de un mismo tema sólo perdurará si ha sido promovida previamente por un adulto interesado en el niño, que con sabiduría y prudencia le ayude a encontrar ese libro que le estimule y le introduzca en su propio camino.

 
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