de la pantalla grande al libro y viceversa – .

de la pantalla grande al libro y viceversa – .
de la pantalla grande al libro y viceversa – .

Si hay actualmente un autor que combina a la perfección el saber cinéfilo con el genio creativo ese es Carlos Aguilar. A su labor como estudioso e investigador musical y del séptimo arte –desde su mítico guía de cine a sus parejas Cine y Jazz, Flamenco y cine y Jazz Flamenco. Una historia de amor (los dos últimos en colaboración con su esposa, Anita Haas), pasando por sus monografías en torno a figuras inusuales del celuloide (porque conforman el tipo de cine único y europeo de los años 60 y 70, favorito del autor) como Sergio Leone. Hugo Fregonese, Jesús Franco, Eugenio Martín, Julio Diamante (y su relación con el jazz y el flamenco en dos volúmenes), Mario Bava o John Phillip Law—, se suma a su otra faceta como escritor de libros de ficción con temática claramente cinematográfica: la novelas de suspense la interferencia y Simbiosis, Coproducción —homenaje crepuscular a occidental almeriense—, Nueve colores sangra la luna.himno poético al fantaterror –o al reciente Un hombre, cinco balas y Los hijos de la furia y la noche. —donde el cine occidental se vuelve narrativo, teniendo como protagonistas respectivamente a los legendarios intérpretes John Phillip Law (ya mencionado) y James Coburn. Estos dos libros y otros anteriormente mencionados han sido publicados gracias a la editorial Quatermass, cuyo director Javier G. Romero ha sabido dotarlos de un diseño estético inconfundible, tanto exterior como interiormente. En el caso de estos últimos, tienen una concepción original, ya que el texto va acompañado de una serie de fotografías de distintos intérpretes ilustres de este tipo de cine, en las que el propio Aguilar se inspirará para escribir y describir.

Con cada uno de estos libros innovadores, su autor ha demostrado una capacidad inagotable para renovarse a través de la inventiva, proponiendo en cada caso un libro diferente al anterior y al siguiente. La fórmula utilizada, sin embargo, es muy antigua en la buena literatura, que se vanagloria de utilizar elementos existentes para combinarlos y generar otros nuevos y sorprendentes. Esto es lo que ha vuelto a hacer en su nuevo trabajo, que ha titulado programa doble y que consta, a su vez, de dos pisos: Mejor para los buitres y Cena Escarlata en Transilvania.

Desgraciadamente, a las generaciones más recientes, los conceptos de “programa doble” o “sesión continua” quizás no les suene de nada. En momentos en que las salas de cine parecen desaparecer de las ciudades o se afianzan en nuevos centros comerciales de las afueras –constantemente amenazadas por nuevas plataformas televisivas–, parece que referirse a “reposiciones” o “cines de barrio” “suena a tiempos inmemoriales. Pero quienes los hemos vivido no sólo damos testimonio de ellos sino que además no podemos evitar cierta nostalgia al recordarlos.

Carlos Aguilar rinde así un emotivo y bello homenaje a estos formatos históricos que ofrecen determinadas salas de cine donde, como señala el gran crítico y guionista de cine Juan Tébar –autor de la historia original de La residencia (Chicho Ibáñez Serrador, 1969), sin ir más lejos—“en algunas salas llegaron incluso a proyectar dos películas […]. Es decir, podrías quedarte a ver alguno más de una vez, o a recuperar lo que te faltaba si lo hubieras pillado al principio”. Replicando la idea de los dos volúmenes anteriores, Aguilar vuelve a guardar “algunas de sus caras favoritas, para sacarlas a relucir” en estas dos historias. El primero, honrando una vez más el occidentaldonde encontraremos figuras como Lee Van Cleef y Clint Eastwood, Sara Lezana, Klaus Kinski, Charles Bronson, Richard Widmark, Fernando Rey o Eli Wallach—, y la segunda al cine de terror gótico europeo de los años sesenta—con los nombres de Christopher Lee (en un doble papel como Drácula y el monstruo de Frankenstein), Herbert Lom, Patty Shepard y Peter Cushing. Algunos, enmarcados en papel pergamino tan típico de los carteles de “Se busca”; otros, rodeados de marcos victorianos que fácilmente podrían decorar la habitación de un terrorífico escenario decimonónico.

El propio Aguilar afirma: “Este libro […] Satisface, por tanto, una vieja ilusión personal, al contener dos historias […] a través del cual logro brindar mi ansiado aporte literario a la Cruz cruzada”—esa “aleación de ingredientes e influencias dispares”, uniéndolas inteligentemente en hermandad bajo tres requisitos: “conocimiento de la causa, imaginación creativa, sensibilidad artística”—. El autor elige sus dos géneros favoritos, el occidental y el gótico, y lo hace reuniendo en la primera historia a los protagonistas de sus novelas anteriores –John Phillip Law y James Coburn– en un mismo tiempo y escenario, como preámbulo de las narraciones que antes protagonizaron como sheriff y cazarrecompensas; en el segundo, invitando al barón Victor Frankenstein y su monstruo, el Conde Drácula, sus sirvientes Morpho e Ygor, el hombre lobo y Carmilla a participar en la historia.

Aguilar escribe cada una de estas historias conociendo a la perfección las normas y el lenguaje estético con el que el cine dotó a sus universos. Por tanto, lo hace desde la inventiva pero también desde el respeto a los referentes, cribando las imágenes de la gran pantalla en el formato narrativo del libro. Así, no es de extrañar que, al leerlas, nos resulte fácil trasladar visualmente lo relacionado con las imágenes cinematográficas -apoyadas, a su vez, en las referencias fotográficas de los intérpretes que nos proponen-. La literatura vuelve a la pantalla original, en un círculo perfecto y ambos géneros renacen con lo mejor de sus improntas. Cabalgaremos con John y Coburn por paisajes desérticos hasta llegar a Báratro, un pueblo mexicano asediado por criminales, o viajaremos con Victor Frankenstein y Morpho en carruaje por los caminos de Transilvania, rumbo al castillo de Drácula, donde nos ha dispuesto para tener una cena muy especial en la noche de muertos. ¡Disfruta de estas lecturas cinematográficas o de estas películas literarias!

 
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