Contra el adoctrinamiento (II) | Página|12 – .

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El libro Abolir la familia, un manifiesto por el cuidado y la liberación, editado por comerciante de sueños sigue dando que hablar o, mejor dicho, sugiriendo planes sociales y políticos donde Milei ni siquiera lo recordaba porque los deseos inflamados nos hacen olvidar esos derechos que son tan peligrosos como payasos.

El libro comienza con largas disculpas en nombre de las familias felices, el Edipo bien ubicado y las mentas familiares como refugio, consuelo y seguridad. Luego critica la famosa frase de Tolstoi: “Todas las familias felices son similares entre sí, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Sé que es un buen comienzo para Anna Karenina pero prefiero la frase de Tolstoi. Paul Nizam: “para liberarse de una familia terrible hay que fundar otra familia”. Al menos es ambiguo. ¿Qué quieres decir con otra mujer? ¿Camaradas? el parentesco como exclusivo y dominante en la estructura familiar y desde su posición como transfeminista, marxista deudora de maestras como Donna Haraway y Shulamit Firestone. Abolir la familia No aborda la sexualidad a menos que la considere ajena a la institución.

Los frutos del amor rojo.

La maternidad fue fuente de debate en las organizaciones armadas de los años 1970. Para muchos camaradas, en nombre de los riesgos que corrían, los niños debían ser la reserva para los tiempos de paz, para otros constituían un talismán para llegar al futuro y testigos de la revolución efectiva. Pero para la mayoría, el deseo de tener hijos fue, como casi siempre, la aparición de un deseo insensible a la razón que, cuando se cumplió, adoptó diversas formas. En ocasiones los hijos constituyeron un cable a tierra en medio de la cambiante realidad de vivir sin hogar y alejados de vínculos biológicos secundarios, dentro de lo que se requería como Familia extendida, el revolucionario. Para otros, el vínculo con sus hijos fue el límite que se puso a las exigencias de la lucha. Algunos militantes optaron por abortar sistemáticamente. Los niños guerrilleros nacieron o fueron engendrados en contextos donde aún no se sospechaba que los líderes de la familia pudieran utilizar los sentimientos familiares como elementos de chantaje durante la prisión y la tortura.

En julio de 1972, la revista penitenciaria del PRT en la prisión de Rawson, denominada Gaviota publicó el documento Sobre la proletarización moral Firmado por Julio Parra. En él coincidía con Engels en que la familia revolucionaria debía estar constituida por la pareja monógama, superior a las formas que la precedieron: la poligamia, la poliandria y los matrimonios grupales. El documento, tiene deslices machistas, contiene párrafos utópicos como el que exime a las compañeras que acaban de parir de tareas militantes, permitiéndoles descansar leyendo aunque no aclara qué lecturas (¿por ejemplo este documento?)

Moralidad y proletarización No deja de proponer la abolición de la familia: “Debemos desterrar para siempre la idea de que criar a los hijos es ‘tarea de madre’, incluso en sus aspectos prácticos más básicos. La crianza de los hijos es una tarea común de la pareja y no sólo de la pareja sino del grupo de compañeros que comparten casa. Esto es particularmente importante en los casos de hijos de compañeros de extracción no proletaria. Generalmente estos niños quedan en manos de los abuelos o tíos y de esta manera todo lo que sus padres hayan avanzado en la lucha contra el individualismo burgués y pequeñoburgués, lo perderá el niño, al regresar a la casa de sus abuelos o tíos. influencia de la hegemonía burguesa.
Confrontar sus prácticas y puntos de vista con nuestros vecinos, compartir con ellos la crianza de nuestros hijos y los suyos, brindar atención general a los problemas infantiles, sin establecer odiosas diferencias entre “nuestros propios hijos y los de los demás”.

Los parientes consanguíneos mostraron durante la dictadura una transformación cualitativa de su “extracción burguesa” y su politización hizo que los lazos de sangre sean idénticos a los de restitución simbólica. Por eso el relato de Firmenich que aparece en El tren de la victoria Por Cristina Zuker.

“En el 83 vivíamos con dos compañeros en Bolivia. Era viudo de un compañero caído en la Contraofensiva. Él también había estado allí y había sido salvo. Pues se había quedado con la chica que era hija de ella y de otro compañero muerto. Volvió a ser pareja y su nueva pareja la adoptó como su propia hija. Desde muy pequeña no tenía ningún recuerdo de sus padres. Un día decido comentarles el tema y les digo: ‘Miren, volvamos a la realidad, esta chica necesita su documento’. Estaban convencidos de que eran los padres… ‘Bueno, si los familiares te dan la patria potestad, genial, pero si no te la dan, aunque la hayas criado, no puedes robar una hija. Lo entiendo todo, es un drama humano si quieres. Pero las cosas son como son. ‘Estás secuestrando a una niña que no es tu hija, y puede venir de su familia materna o paterna, de sus abuelos o de sus tíos legítimos, y reclamarla’. Para ellos fue una tragedia, fue una discusión muy dura, pero tuve que prepararlos. Era mediados del 83, iban a haber elecciones, comenzaba la transición democrática y había que legalizar las cosas. Finalmente apareció una hermana de la madre de su madre. Lo destacable es que cualquier pareja estuviera dispuesta a ser padre o madre de un niño cuyos padres habían sido asesinados o secuestrados por la dictadura, con absoluta normalidad y con todo el amor”.

En la organización Montoneros existían documentos donde los padres indicaban, en caso de fallecimiento, a qué compañeros les otorgaban la custodia de sus hijos. El significado revolucionario era el de las teorías de Alexandra Kollontai: los niños pertenecían a todos.

Estas formas de herencia horizontal Eran los deseados por aquellas mujeres que el 24 de marzo aparecieron en los carteles de la marcha como “los guerrilleros son nuestros compañeros”. Firmenich confunde el deseo de una herencia “fraterna” con el robo y apropiación de niños a manos de la dictadura. Abolir la familia propone sin proponerlo, la organización mixta de los vínculos consanguíneos transformados por la formación política y los vínculos no parentales en el cuidado amoroso, incluyendo a toda la sociedad.

La versión capitalista

Al principio se trataba de la pareja. Para ampliarlo, es decir, para acceder a la mujer de tu vecino.

En el siglo XIX, un teólogo radical, John Humphrey Noyes, fundó la comunidad Oneida en el estado de Nueva York. Persuadido de que el amor colectivo a Dios era una invitación a la colectividad total, Noyes interpretó la Biblia como un manual técnico para la organización de una orgía perpetua. Su utopía combinaba la aspiración a un Edén sin fronteras con el espíritu comercial más visionario. Oneida constaba de una granja, una escuela y una mansión donde se trabajaba duro, al ritmo de un sudor que poco tenía que ver con el del éxtasis. Y lo que comenzó como un conglomerado de pequeñas industrias nacionales (que fabricaban escobas con restos de maíz, sombreros de palma y barcos para transportar piedra caliza por el río Hudson) desembocó en una fábrica de cuchillería que en 1970, en manos de los descendientes de Noyes, valía cien millones de dólares.

Las mujeres que ingresaban a Oneida firmaron un contrato que decía: “Nosotros, que no nos pertenecemos de ninguna manera, sino que pertenecemos a Dios, y en segundo lugar al señor Noyes.”.

Eso sí, pragmático y ya viejo, cuando dejó de tener erecciones y para escándalo de sus seguidores, Noyes castidad declarada.

En los años 70 había dos mil grupos. La comunidad Sanderson, por ejemplo, formada por un complejo matrimonio de cuatro miembros intercambiables –los Williamson y los Bullaro– admitía miembros que, por costosas tarifas, podían participar en nudismo, masajes y experiencias de amor gratis. La revolución sexual de estos pioneros consistió fundamentalmente en la socialización de las mujeres, la humillación de los maridos por parte del líder y la explotación de los jóvenes por los viejos, quienes extraían la plusvalía del placer en nombre de lo que Noyes había llamado el undécimo mandamiento: “Amémonos no en parejas sino en masa.”.

menos que un final

Sophie Lewis es una abolicionista de la familia, las prisiones y la policía. Pero ella aclara que abolición No es la desaparición de algo sino una transformación de ese algo tan radical que implica una larga transición. Que los laboratorios creativos que inventan esta transición se desarrollan en los fogones revolucionarios de feministas y disidentes, en las fuerzas creativas de los pobres para unirse y protestar, en aquellos sin respuesta sobre quién es “mamá” o “papá” y quiénes se miran otros sí porque no se les ocurre nada, mudos sobre el futuro y el amor abierto.

 
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