En aquellos días, algunos de los que se habían dispersado, huyendo de la persecución desatada tras la muerte de Esteban, llegaron a Fenicia, Chipre y Antioquía; pero predicaron el Evangelio sólo a los judíos. Sin embargo, había entre ellos algunos chipriotas y cireneos, que al llegar a Antioquía, comenzaron también a dirigirse a los griegos y a predicarles el evangelio del Señor Jesús. Y como la mano del Señor estaba con ellos, muchos se convirtieron y abrazaron la fe.
Cuando esta noticia llegó a la comunidad cristiana de Jerusalén, Bernabé fue enviado a Antioquía. Llegó Bernabé, y viendo la acción de la gracia de Dios, se alegró mucho; Y como era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe, exhortaba a todos a permanecer fieles al Señor, firmes en su propósito. Así se ganó una gran multitud para el Señor.
Entonces Bernabé partió hacia Tarso en busca de Saulo; y cuando lo encontró, se lo llevó a Antioquía. Ambos vivieron durante todo un año en esa comunidad y enseñaron a mucha gente. Allí, en Antioquía, fue donde los discípulos recibieron por primera vez el nombre de “cristianos”.
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Lectura del santo evangelio según san Juan
Jn 10, 22-30
En aquellos días se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era invierno. Jesús caminó por el templo, bajo el pórtico de Salomón. Entonces los judíos lo rodearon y le preguntaron: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si eres el Mesías, dínoslo claramente”.
Jesús les respondió: “Ya os lo he dicho y no me creéis. Las obras que hago en el nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero vosotros no creéis, porque no sois mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y nunca perecerán; Nadie me las arrebatará de la mano. Mi Padre me las ha dado, y es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno”.