«O vencedores o muertos» › Mundo › Granma – .

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CARACAS, Venezuela.–La última vez que comió fue el 11 de abril de 2002, al mediodía. Durante 48 horas sólo pudo fumar. Recuerda que en su chaleco había unos 12 paquetes de cigarrillos. Los acabó todos. La comida no bajaba por su garganta. Él tampoco podía dormir. “Incluso si me acostaba, parecía un tigre enjaulado”.

No quiso despedirse, pero ese día almorzó su comida favorita y al salir de casa le dijo a la familia: “Cuiden al niño, yo me voy a la resistencia”. Sabía que si querían doblegarlo irían directamente a buscar a su hijo, que solo tenía 13 meses.

Jacobo Torres de León tuvo el “dudoso privilegio” de estar entre los 600 chavistas que la extrema derecha había marcado para su eliminación durante el golpe del 11 de abril.

En ese momento era Coordinador General de la Fuerza Bolivariana de Trabajadores, habiendo sucedido al entonces diputado Nicolás Maduro. Cuando llegó al Palacio de Miraflores lo dejaron pasar. Justo al entrar, sintió el portazo que lo confinaría allí. Miró a sus compañeros y les dijo: «Aprietan (…). No hay otra salida de aquí, ni victorioso ni muerto.

“No se trataba de ser imprudente”, advierte, “sino de superar el miedo, de no paralizarse, de trabajar aun sabiendo que podría pasar lo peor”. Estaba del lado de la “gente leal” que no permitiría que le quitaran el Comandante.

Un pequeño soldado, cuyo rifle se elevaba sobre él, intentó en vano hablar con la gente reunida frente al Palacio. Le arrebató el micrófono y dirigió el discurso. Fue su manera de sellar “el compromiso que tenía con la vida y la historia” de su nación.

Veintidós años después, Jacobo recuerda las muertes, la angustia de pensar en regresar a casa -si es que logró- y encontrar a su familia acribillada a balazos. Ése es el precio que pagan quienes hacen campaña por causas justas.

“Sentí una indignación terrible”, dice. Lo que teníamos era fascismo vivo y directo”. Por eso se sorprendió cuando Chávez, a su regreso, sacó una cruz y perdonó a los golpistas. En ese momento no lo entendió. Más tarde se enteró de que el líder intentaba evitar una guerra civil. Sabía que su pueblo seguiría dando lecciones de valentía.

“Cuando volví a ver al Comandante, sentí hambre, sueño, sentí paz interior”. El día 14 Jacobo almorzó con su familia. Tan pronto como entró silenciosamente a la casa, bajó el arma al ver a todos alrededor de la mesa, con la sopa lista para servir.

 
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