El misterio del esclavo de Velázquez que se convirtió en un genio de la pintura en las sombras

Aunque la imagen de Juan de Pareja es famosa por el retrato que de él hizo Diego Velázquez en 1650, pocos conocen la increíble historia de este esclavo moro que se convirtió, en secreto del pintor sevillano, en un genio de la pintura. Él no podría ser de otra manera, si quería evitar las represalias de aquella sociedad española que vetaba cualquier papel en las artes para los de su clase, hasta el punto de que negros, mulatos, ladinos o morenos se convirtieron en un detalle anecdótico en las esquinas de los lienzos, si tuvieron la suerte de estar representados en cualquiera.

Eran un punto exótico dentro del arte, sinónimo de fealdad o elemento grotesco de burla. Algo así como una vaga pincelada que aparecía, muy de vez en cuando, en los cuadros. Ese hecho reflejaba perfectamente cómo era la Sevilla de Velázquez en el siglo XVII, con miles de esclavos marginados, maltratados y despreciados. El propio Cervantes definió a su población como “un tablero de ajedrez”, en referencia al enorme contraste racial que existía. En este sentido, el investigador Luis Méndez Rodríguez analizó miles de pinturas para su libro ‘Los esclavos en la pintura sevillana del Siglo de Oro’ (Universidad de Sevilla, 2011) y descubrió que sólo en contadas excepciones emergen como tema principal de la escena. .

Véase ‘Los tres niños’ de Murillo y otros tres cuadros de Velázquez: el citado retrato de Juan de Pareja, ‘La Mulata’ (1620-1622) y ‘La cena de Emaús’ (1623). Un poco mas. Algo extraño si tenemos en cuenta que la capital Sevilla era, en aquella época, uno de los mercados de esclavos más activos e importantes de España. La cima de la pirámide de una práctica que se remonta a la época cartaginesa y romana y que experimentó un gran impulso tras el descubrimiento de América, para luego multiplicarse con la anexión de la corona portuguesa entre 1580 y 1640.

Aunque la población negra era, por tanto, muy numerosa en Sevilla, su representación en el arte fue muy anecdótica y, prácticamente un milagro, que se pudiera encontrar un artista entre ella. Su vida transcurrió entre subastas públicas que se celebraban en las escaleras de la Catedral y en la Plaza de San Francisco y, tras ser comprado, encargarse de los trabajos más desagradables y duros que uno pudiera imaginar. Y para que no hubiera confusión, llevaban tatuados en sus mejillas una serie de símbolos de esclavo e incluso el nombre de su amo.

Primeras pinceladas

Fue en esa ciudad donde nació Velázquez en 1599 y donde realizó sus primeras pinceladas. El retrato de Juan Pareja, sin embargo, fue pintado en Roma, cuando ya se había convertido en una figura destacada, durante su segundo viaje a Italia en 1650. La obra se conserva en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, adonde llegó en 1971. , pero sólo hasta hace muy poco tiempo los expertos se preocuparon por la vida del retratado, hoy reconocido como un ‘pintor barroco’ y al que Fernando Villaverde dedicó una novela en 2014: ‘La esclava de Velázquez’ (Suma). .

Lo que no sabemos con exactitud es si nació en Antequera (Málaga) como su padre, que tenía el mismo nombre que él, o en Sevilla, donde fue adquirido por Velázquez para incorporarlo a su equipo de ayudantes. Era de origen morisco y “mestizo y de color extraño”, como lo describió el pintor cordobés Antonio Palomino en la segunda mitad del siglo XVII. Se desconoce cuándo entró al servicio del autor de ‘Las Meninas’, aunque en 1642 ya aparece como testigo en uno de los pleitos que tuvo el pintor a lo largo de su vida. También en los poderes para administrar sus bienes en Sevilla, firmados en 1647, y en los de su hija, Francisca Velázquez, en 1653.

Lo que está perfectamente documentado es que fue esclavo de Velázquez durante muchos años. Una época en la que le ayudaba a moler los colores y preparar los lienzos, sin que el maestro, por dignidad del arte, le permitiera jamás abordar temas relacionados con la pintura o el dibujo. Eso le llevó a aprender a pintar a escondidas de su dueño, según cuentan algunos cronistas de su época, hasta que un día cometió el error de olvidar una de sus obras junto con las del gran Velázquez, recostado en la pared como una más.

Felipe IV

Poco después, el rey Felipe IV fue a visitar al maestro a su taller, como solía hacer, y pidió que le mostraran los lienzos en los que el sevillano había estado trabajando últimamente. Cuando el Monarca señaló el de Pareja, el moro se dio cuenta de su descuido y se arrojó a sus pies llorando. “El esclavo suplicó fervientemente protección a su amo, ya que había aprendido el arte y había hecho esa pintura sin su consentimiento”, dijo Palomino. Sin embargo, cuando quitó el paño y vio el cuadro, quedó tan impresionado que no sólo le concedió lo que pedía, sino que ordenó que se le concediera la libertad. “Quien tenga esta capacidad, no puede ser esclavo”, afirmó.

Poco después, Velázquez y Pareja partieron hacia Roma, donde decidió pintarlo y exponer el retrato en el pórtico del Panteón de esa ciudad, el 19 de marzo de 1650, con motivo de la fiesta en honor del patrón de la Congregación. de los Virtuosos del Panteón. , al que se había apuntado un mes antes. Allí permanecieron amo y esclavo durante varios meses más, hasta que, el 23 de noviembre, finalmente recibió la carta de libertad. Esto, sin embargo, no le fue concedido de inmediato a nuestro protagonista, sino que se hizo efectivo después de cuatro años, siempre y cuando no huyera ni cometiera ningún delito.

Desde ese momento hasta su muerte en 1670, el morisco dedicó su vida, de forma profesional e independiente, a la pintura. Según René Jesús Payo Hernanz en ‘Una immaculada de Juan Pareja’ (Universidad de Burgos, 2013), “sus biógrafos más antiguos aseguran que, aun así, siguió sirviendo a Velázquez hasta su muerte e incluso más allá, trabajando en la casa de hija de su antiguo amo y de su yerno Juan Bautista del Mazo.

Sea como fuere, el primer cuadro tras el descubrimiento de Felipe IV y Velázquez está fechado en 1658, al que siguió un catálogo de obras no muy extenso, pero que le dio un gran prestigio en su época, si atendemos a los elogios. que recibió. Antonio Palomino la dedicó en sus crónicas. En ellos Pareja aparecía como un artista más importante que el resto de maestros del círculo del autor de ‘Las meninas’.

 
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