“Las utilidades”, la nueva exposición de Lihuel González en Gachi Prieto

“Las utilidades”, la nueva exposición de Lihuel González en Gachi Prieto
“Las utilidades”, la nueva exposición de Lihuel González en Gachi Prieto

Con la tierra, el artista Lihuel González creó un poema. De hecho, ella tomó fotografías. Y luego, una gran instalación. Durante mucho tiempo se propuso encontrar en un puñado de objetos desechados -y algunos incluso podridos- un motivo para crear obras de arte. Hizo uso de ese superpoder que sólo tienen los artistas: convertir cualquier cosa en arte. Donde alguien ve basura, esta Lihuel encuentra una piedra preciosa, la perla de su difunta abuela que se guarda como un tesoro en la mesa de noche. Quizás ser artista tenga más que ver con esto que con ganar dólares, con poder ir por la vida haciendo pases alquímicos. El escenario donde aparecen los trucos es Las utilidades, su actual exposición en la galería Gachi Prieto. En este espacio se recogen diferentes fotografías de objetos recogidos en la calle, que se exponen sobre soportes también creados con descartes: las fotografías no están dentro de un marco, sino que están colocadas sobre restos de muebles, trozos de camas de tubo y cristales. roto. Son imágenes sutiles incrustadas en estructuras sórdidas. Una gota de amor sobre la tierra ajena.

Las obras presentadas en esta exposición surgen del trabajo que Lihuel viene realizando desde hace dos años. Además, funciona como una continuación de El principio y el fin de las cosas., obra que presentó en Francia, en 2023, y que surgió de la observación e intervención de objetos que encontró deambulando por las calles de París. Esa deriva que comenzó al otro lado del océano se trasladó a Buenos Aires y sirvió de puntapié inicial para esta exposición en Gachi Prieto.

A lo largo de su carrera, González utilizó diferentes formatos para crear sus obras. Fotografías, vídeos e incluso incursiones en el mundo del teatro. Los ha mezclado e incluso los ha abandonado. Esta artista ajusta el formato a la obra que está produciendo. Nunca queda claro si es ella quien decide o si son sus propias obras las que le dicen cómo debe ser tal o cual cosa. Quizás, las ideas que tiene sobre su trabajo funcionan como pequeños dictadores que le dicen cómo quieren verse a sí mismos.

Desde que comenzó a exponer su obra, hace más de diez años, Lihuel ha ido desarrollando muy diversas formas de producir. Las utilidades Parece ser una síntesis de muchos de sus proyectos anteriores: es una exposición que le permitió a este artista regresar a la fotografía, pero exhibirla de una manera más acorde con sus obras más recientes, más ligada a la instalación. Sin embargo, más allá de los formatos, siempre pone su mirada en los detalles y en las cosas descartadas, por ejemplo: en 2016 hizo un video en el que grabó todo un paseo por la Ciudad de México en el que cargaba un pino -lógicamente encontrado en la calle-. , siguiendo indicaciones de los habitantes de esa ciudad, hasta unos bosques.

Lihuel se adentra en esos rincones que la mayoría de la gente preferiría no mirar. Quizás por eso los retratos que aparecieron en Sus casas, una de sus primeras obras, mostraba viviendas que, captadas por González, resultaban un poco inquietantes. Quizás no había nada de malo en esas casas, pero el sesgo que la mirada de este artista ha transformado esos espacios en lugares inquietantes, por decir lo menos. Esa misma tensión está en las fotos que colecciona. Las utilidades. Tienen un aura de misterio que no genera ninguna calma. Son una advertencia: las cosas no están tan tranquilas como parecen.

A LA DERIVA

Al parecer, Lihuel González siempre tuvo la costumbre de coleccionar cosas muy diversas. En un momento de su vida quiso coleccionar alas de pájaro. Los restos de los animales llegaron a esta artista, los diseccionó y los conservó. Digamos que Lihuel es artista y al mismo tiempo coleccionista. Los objetos que decidió coleccionar Las utilidades No fueron extraídos de ningún animal u otro ser vivo, pero también son elementos que de antemano podrían considerarse desechos –que es una forma elegante de decir basura–.

Cada una de las piezas vistas en esta exposición fueron creadas con elementos que aparecieron en la calle: desde los objetos que retratan las fotografías, hasta las estructuras que los contienen. La metodología para encontrarlos fue simplemente salir a caminar y asegurarse de que los objetos fueran pequeños, o lo suficientemente livianos, para llevarlos en los bolsillos de un abrigo o en una mochila. Primero lo hizo por las calles de París y luego por las de Buenos Aires. Como señala Carla Barbero, comisaria de la exposición, en el texto que acompaña a la exposición: “Caminando sin destino, un legado de los situacionistas en los años 60”.

Estas derivas que realizó Lihuel le permitieron reconvertir aquellos elementos que se encontraban en las esquinas, alargó la vida de un puñado de objetos que para muchas personas ya no tenían ningún tipo de finalidad o uso. En el descarte de otros, González encontró una nueva oportunidad, un nuevo punto de partida. En este sentido, hay otra conversación que Lihuel está manteniendo con la historia del arte, no sólo con los artistas de los años 60, sino con otros más cercanos a ella, aquellos que a principios de los 2000 reivindicaban la estética. basura en la escena artística argentina. En ambos casos, la basura aparece como elemento central para la creación de nuevas obras. Sin embargo, a diferencia de sus antepasados ​​recientes, no hay violencia ni agresividad en las piezas que Lihuel creó para Las utilidades. Aquí la instalación mostrada tiene una elegancia absoluta, es un caos limpio y ordenado. Contenido. El norte parecería estar en encontrar brillo en un objeto diminuto y olvidable. En darle la oportunidad de brillar a una cáscara de plátano o a un puñado de colillas. ¿Quién define el fin de las cosas? ¿Cuándo está listo un objeto para ser desechado y enterrado en el cementerio de una ciudad?

Lihuel González da vida a una bolsa de red, un trozo de alambre, una ramita, restos de esculturas. Es como un médico de guardia que trae a un muerto de vuelta a este mundo realizándole reanimación cardiopulmonar. Esta instalación, los muebles que la componen y las fotografías que contiene, son una venganza de todos estos objetos. Una manera de persistir en el tiempo, aunque la indiferencia de los demás les haya abandonado en la calle. Entonces, esta deriva urbana que practica este artista no es sólo un paseo inerte e injustificado, sino más bien un acto de reparación histórica por estas miniaturas que fueron desechadas. Caminar es un gesto de justicia poética.

RETRATOS DEL CATÁLOGO

A mediados de los años 90, el artista y fotógrafo Alejandro Kuropatwa dio un giro rotundo en su carrera: abandonó el blanco y negro y pasó al color. El pistoletazo de salida a ese cambio fueron unas fotografías que tomó de todos los medicamentos que consumía a diario para combatir el VIH. De ese impulso surgió su serie más conocida, Cóctel. En los blisters de las pastillas vio joyas y las retrató como si fueran productos de belleza. Una aclaración importante: no se ganaba la vida vendiendo obras, sino fotografiando innumerables productos cosméticos, que producía la empresa familiar, Vía Valrossa. Kuropatwa elogiaba estas pequeñas cosas y un colorete de segunda categoría le parecía uno de primera, más cercano a un lápiz labial de Mac que a uno de Avon. Varias décadas después, Lihuel González parecería reivindicar ese gesto y aplicarlo a su propia obra, ya que Las utilidades incluye una serie de retratos realizados de estos pequeños objetos callejeros.

Las fotografías mostradas en esta muestra tienen la perfección de las fotografías del producto. Generan el mismo engaño que producen las imágenes de los catálogos: embellecen un objeto aunque sea un pedo. González trata con mucho mimo todo lo que encuentra en la calle y todo parece tener el mismo valor que las joyas. Cuando uno se enfrenta a las imágenes de esta exposición es muy difícil pensar que lo que se muestra es basura. Los puchos se convierten en pepitas de oro, una pluma en una tela muy costosa y un trozo de vidrio en un diamante.

Pero más allá del gesto, estas fotografías también significan el regreso de Lihuel a esa disciplina. En sus últimos proyectos esta práctica había quedado en un segundo plano. La imagen en movimiento se superpuso a esta otra que siempre está quieta. Con el paso de los años, el vídeo y la performance ganaron terreno en su producción –al igual que ocurrió con las obras Ensayo para tres máscaras cualquiera decir casi lo mismo, en el que se combinaron estos dos géneros. Ahora, la fotografía aparece como el lenguaje indicado para mostrar estos tesoros. Hay algo que une profundamente estas dos cosas: la fotografía es tan portátil como los objetos que en ella se retratan. Las utilidades. Una cámara puede caber en el mismo bolsillo en el que caben unas cuantas tapas de refresco.

Es la práctica misma la que da lugar al pase mágico, ese que transforma cualquier cosa en una obra de arte. La cámara es la varita mágica. Lo que antes no era nada, se convierte en algo en el momento en que es captado por el dispositivo. Ésa es una de las posibilidades que ofrece la fotografía: devolver el misterio a algo inerte y olvidado. En el momento en que Lihuel retrató estos restos, les dio una nueva vida y un nuevo significado. Nada de lo que exhiben estos retratos tiene vida fuera de la imagen. Si viéramos en la vida real los mismos objetos que aparecen en las fotos, probablemente veríamos lo que la mayoría de la gente hace: basura. Pero lo que vemos no es eso, sino sus fotos, las mismas que funcionan como un cera para muebles, como una sustancia capaz de devolverle el brillo a cualquier cosa llena de suciedad.

Las utilidades Se podrá visitar hasta finales de junio en la galería Gachi Pietro, Uriarte 1373. De lunes a viernes, de 14 a 19 horas; Sábados a partir de las 15 h. Gratis.

 
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