Suzanne Valadon, una conciencia a recuperar a través de la pintura – .

Suzanne Valadon, una conciencia a recuperar a través de la pintura – .
Suzanne Valadon, una conciencia a recuperar a través de la pintura – .

Suzanne Valadon es un caso extraño en la Historia de la Cultura. Nació en 1865 en el seno de una familia de clase baja en un pueblo del Lemosín, Bessines sur Gartenmpe, y murió en París en 1938, consolidada como una pintora fundamental, clave para entender la transición a las vanguardias.

La fama de Valadon, nacida Marie-Clementine, es conocida en el extranjero. Estas semanas, hasta el 1 de septiembre de este año, se celebra en el MNAC una exposición dedicada a su obra.subtitulado una epopeya moderna, algo impulsado aún más gracias al montaje del comisario Eduard Vallés, con una tesis inicialmente atrevida, aunque muy minuciosa.

lo mismo puede Se dividirá en 3 segmentos visibles en 109 obras, muchas de ellas procedentes de la colección del museo ubicado en el Palau Nacional de Montjuic y otras del Pompidou parisino., actualmente cerrado por reformas. El primer apartado aborda el origen del pintor, donde reflexiona sobre su vinculación con los artistas catalanes de Montmartre, desde Ramón Casas hasta Santiago Rusiñol, sin olvidar a Miquel Utrillo, que reconoció también al hijo de Valadon, el pintor Maurice Utrillo. .

El La conexión catalana sirve para dibujar una historia muy interesantela de principios de los noventa del siglo XIX en aquella montaña parisina sin serlo, epicentro de una comunidad artística centrada en el Moulin de la Galette inmortalizado por Augusto Renoiruno de los pintores que contrató como modelo a Suzanne Valadon, entre los que cabe destacar a Pierre Puvis de Chavannes o Henri Toulouse-Lautrecquien le proporcionó su seudónimoSusana.

El Los retratos de Valadon muestran tanto la imaginación de los pintores como la implicación del modelo, intensa o angelical según el interés del artista. Rusiñol la muestra empoderada y seductora desde su mirada, mientras Casas la mueve por los espacios del Moulin de la Galette, muy consciente de cómo le había ganado la partida a ella.

Contacto con tanto genio atormentadola mayoría de ellos aparecen en el libro de oro de la historia pictórica, la convierte en un poderoso modelo de feminidad moderna para la galería, que ella adquiere para sí misma. Todos esos egos la definían como terrible. Su lucha será gradual y consistirá en recuperar su propia imagen.

Aquí es donde Inaugura el segundo recorrido de la exposición, donde nos acompañan numerosos lienzos complementarios de todos sus amigos, amantes y conocidos, con esculturas de Degas y Suzanne por todas partes, transformándose. De musa pasará a ser pintora, primero con autorretratos para (re)conocerse a sí misma. Esta práctica será una compañera de vida y también una palanca para el siguiente paso supremo de su yo creativo: el de desaparecer de lo captado, excepto en la firma.

De este modo Destacará como pintora de retratos femeninos de niñas solas o en parejas, vestidas o desnudas, alegres o melancólicas y siempre con colores estridentes. que son un poco su seña de identidad en esas composiciones donde se ve cómo Valadon, desde su propio estilo, no era en absoluto ajena a los motivos y tendencias de ese primer largo tercio del siglo XX.

El La trilogía de montaje trama y permite comprender su evolución vital y artística. Montmartre es un entorno y una escuela para entregarse en todos los sentidos.utilizado posteriormente con el autorretrato, paso previo a la madurez de la independencia, donde se va del interior al exterior, al otro.

Satie y fidelidad a un entrenamiento.

El escenario de Montmartre es un atractivo y un eje indudable de toda la Exposición. Lo curioso es cómo hasta hace poco no se había realizado en nuestro país el estudio de algo que, a través de las obras expuestas en el MNAC, es irrefutable.

El Moulin de la Galette de 1890 es un rito de paso hacia las vanguardias a través de una serie de cruces artísticos de carácter internacional. Es legítimo pensar que un relato favorable de la influencia catalana puede dirigirse a toda esa comunidad. No es nada absurdo, sólo una rueda más de un mundo que Van Gogh había recorrido antes que Casas porque ese molino magnetizó durante una larga década lo más transgresor del panorama pictórico parisino.

Valadon estuvo en el lugar exactamente en el momento adecuado. Hasta no hace mucho, su gran aportación a la historia de estos jóvenes desheredados fue su breve e intensa relación con el excéntrico músico Erik Satie. Esos seis meses dejaron un legado en Barcelona combinado con la trilogía de un magnífico retrato de Casas sobre tabla, piano del autor de Las vejacionespiezas que surgieron a raíz de la ruptura con la bella y magnética Suzanne, harta de los celos del hombre que tuvo veinte veces el mismo traje en su armario y coleccionaba paraguas para no mojarse nunca cuando llovía.

La protagonista de esta más que notable propuesta del MNAC fue siempre fiel a sus orígenes artísticos en Montmartre.sin sumergirse en la experimentación de los herederos del Moulin de la Galette, instalado a principios de siglo en el cercano Bateau Lavoir con Pablo Picasso a la cabeza. Su trayectoria estuvo en consonancia con lo asimilado durante esa época dorada de aquella juventud rebelde y en la miseria. El estilo es de su entera propiedad y no se aventura mucho más allá de una cierta zona de confort, atravesada por un cromatismo que a veces adquiere connotaciones fauvistas.

Cuando está ausente de lo pintado adquiere otro relieve, quizás hoy más claro. Al omitirse, se empodera y asume una individualidad con confianza en sí misma y orgullosa miembro del mercado del arte internacional, con sus lienzos acostumbrados a cruzar el Océano Atlántico.

En realidad, su viaje no es excepcional en el universo de Montmartre. Muchos llegaron al puerto deseado. Pero eran hombres. La historia de Suzanne Valadon encaja muy bien con las normas contemporáneas, donde se pone mucho énfasis en recuperar lo femenino de la autoría. La diferencia con otras propuestas inflacionarias de la oferta cultural radica en que su Obra sí merecía ser contada, más bien ordenada, pues mientras vivió ella se encargó de regarla, mimarla desde dentro y fuera del marco.

 
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