Por qué romper cosas o salir a correr no ayuda a reducir la ira

Por qué romper cosas o salir a correr no ayuda a reducir la ira
Por qué romper cosas o salir a correr no ayuda a reducir la ira

En los últimos años se ha popularizado un modelo de negocio que propone a sus clientes pagar una cantidad de dinero y entrar a un espacio donde pueden tirar hachas o romper cosas, liberando estrés y enojo. son los cuartos de ira o salas de la ira, presentes en muchos países del mundo, España incluida. En el estado de ánimo adecuado, la idea es tentadora, pero no la más eficaz. Sophie L. Kjaervik, psicóloga especializada en agresión e ira e investigadora postdoctoral en la Virginia Commonwealth University, llevaba algún tiempo observando con cierta impotencia cómo este tipo de negocios no hacía más que ganar popularidad. ¿Cómo demostrar que el concepto es realmente perjudicial? Con investigación.

“Al expresar enojo estás practicando un comportamiento agresivo. “Quería romper el mito de que es algo efectivo a la hora de controlarlo y mostrar alternativas más saludables”, explica. Para ello, revisó 154 estudios que exploraban la efectividad de diferentes actividades para reducir el nivel de excitación al que nos lleva la ira. La conclusión es clara: desahogar la ira liberándola (golpeando objetos, saliendo a correr, etc.) no funciona. Lo que sí hace, sin embargo, es bajar nuestro nivel de activación: respirar profundamente, meditar, practicar yoga…

Para el metanálisis, que preparó para su tesis en la Universidad Estatal de Ohio y que fue publicado en la revista Revisión Psicológica Clínica El pasado mes de abril, Kjaervik dividió las actividades propuestas para relajarse en dos grupos: las que reducen el nivel de excitación y las que lo aumentan. Buscar controlar la ira interviniendo en esa excitación tiene sentido, ya que en momentos de ira el cuerpo se activa de una forma muy concreta. “Durante un episodio de ira, se produce un aumento del tono muscular general, a menudo acompañado de tensión en grupos musculares específicos, como los del antebrazo y la mano para formar un puño, los músculos maseteros para apretar la mandíbula o los músculos superciliares. fruncir la cara. fruncir el ceño. Además, la respiración tiende a volverse más agitada y frecuente”, explica la doctora en Psicología Raquel Gómez Leal, profesora del Máster en Inteligencia Emocional de la Universidad de Málaga y miembro de su grupo de investigación Laboratorio de Emociones. La ira también produce cambios en el ritmo cardíaco y la fuerza de contracción del corazón, además de la secreción de hormonas como la adrenalina, relacionada con la movilización de energía. Incluso se producen cambios en la piel, cuya conductancia aumenta.

Otro efecto de la ira es que nuestro pensamiento se nubla, añade el psicólogo clínico Xacobe Abel Fernández García, presidente de la Sección de Psicología y Salud del Colegio Oficial de Psicólogos de Galicia (COPG). Por eso, lo que más deseamos cuando la ira nos inunda no suele ser meditar, sino descargar esa energía que está preparada para el ataque. Boxear, romper objetos en un entorno como una sala de ira o salir a correr suelen parecer más atractivos. Sin embargo, la evidencia científica recopilada por Kjaervik en su metaanálisis muestra que ninguna de esas acciones tiene ningún propósito. Es más, salir a correr en estos momentos (como subir escaleras) no sólo no apacigua la ira, sino que la aumenta. En el texto, Kjaervik y Brad J. Bushman, coautor del estudio, especulan que puede ser el efecto repetitivo de correr lo que hace que crezca la ira.

¿Por qué entonces está tan arraigado en la imaginación popular que expresar esa ira o hacer algo que nos agote la reducirá? Sophie Kjaervik explica, refiriéndose específicamente a la cuartos de ira, que romper y golpear objetos es algo que nos hace sentir bien. Sin embargo, el efecto dura sólo unos minutos y no sirve de nada a largo plazo. Raquel Gómez Leal coincide en que “estas situaciones pueden proporcionar un alivio temporal, dando una sensación de alivio y liberación de tensiones”. Además, al ser “un modelo aceptado de manejo de la ira” que vemos mucho en el cine y la televisión, también es algo que nos parece efectivo, aunque sea momentáneamente.

Por otro lado, siempre es mejor “darle un puñetazo a un armario que a una persona”, afirma Xacobe Abel Fernández García. No es, por supuesto, lo más saludable ni lo más aconsejable, pero también hay que tener en cuenta que poder practicar las actividades más efectivas, aquellas que realmente nos calman, no es algo que todo el mundo vaya a conseguir en el primer intento.

¿Qué funciona?

Si cuando nos enojamos el cuerpo se activa de la manera descrita anteriormente, ¿bajar esa activación también reduce la ira? La respuesta es sí. Todas las actividades que bajaron la activación lograron reducir la ira, la agresividad y la hostilidad de los participantes, sin diferencias por sexo, edad, ocupación o cultura. Estas actividades van desde la meditación y la atención plena hasta ejercicios de respiración, pasando por la relajación muscular progresiva. Las actividades que tienen un componente cognitivo (los ejemplos incluyen la meditación y la atención plena), en las que, como explica Kjaervik, “no sólo intentas relajar el cuerpo, sino también la mente”, son aún más efectivas. “De alguna manera observas tu ira y la dejas flotar en una nube”, dice el investigador, poniendo como ejemplo un clásico ejercicio de meditación.

La psicóloga de la UMA Raquel Gómez Leal ofrece otra idea. “Un buen ejemplo sería combinar la respiración profunda con la reevaluación cognitiva. Es decir, mientras respiras profundamente (deberás practicar un poco estas técnicas) podrás reevaluar la situación; “Esta técnica consiste en modificar la forma de pensar ante diferentes situaciones intensas”, argumenta.

Practicar es importante, porque es posible que alguien que tenga problemas para controlar la ira no pueda simplemente respirar y controlarla. “Se necesita práctica y un poco de estrategia”, afirma Xacobe Abel Fernández García, del COPG. “Es importante conocernos y capacitarnos. Si me encuentro en discusiones y enojos, y luego me arrepiento y me siento mal porque he dicho cosas que no debí o he roto armarios, he tirado cosas, es importante primero analizar por qué me he enojado tanto. ,” el explica. Si esto se acompaña de ejercicios que ayuden a mantener la calma, si aprendemos a reducir esta activación, “quizás sea una habilidad que también podamos utilizar cuando la ira nos pille y empiece a intentar impedirnos pensar”.

Otro hallazgo interesante del metanálisis es que no todas las actividades que aumentan la excitación son ineficaces para controlar la ira: los deportes con pelota y actividades como los aeróbicos mejoran el estado de ánimo. Kjaervik cree que es mediante la introducción del elemento de juego, que genera emociones positivas y contrarresta la ira. “No se puede estar feliz y enfadado al mismo tiempo, es imposible”, afirma.

¿Por qué controlar la ira?

La ira es una emoción natural que todos hemos experimentado y experimentaremos a lo largo de nuestra vida. Incluso puede resultar útil “en situaciones concretas para movilizar recursos y afrontar obstáculos”, afirma Gómez Leal. Sin embargo, es importante aprender a controlarlo para no quedar a su merced cada vez que algo nos enoja. “La ira puede derivar en acciones impulsivas y agresivas que pueden causar daño a uno mismo o a los demás, ya sea física o emocionalmente”, explica la psicóloga. Esto puede resultar en problemas interpersonales o legales.

Más allá de esa parte, que quizás sea la más evidente, Gómez Leal añade que la ira crónica también es mala para la salud. “La ira crónica o descontrolada puede tener efectos negativos en la salud física y mental, como mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, problemas digestivos, trastornos del sueño, depresión y ansiedad”, explica. Kjaervik insiste en la parte cardiovascular: “la ira es mala para el corazón”. Hay muchos estudios sobre esto; El más reciente, publicado a principios de mayo, indica que incluso los episodios breves de ira reducen la capacidad de dilatación de los vasos sanguíneos, lo que está relacionado con un mayor riesgo de ataque cardíaco.

Por otro lado, al tratarse de una emoción natural, también es importante saber cuándo debemos empezar a preocuparnos y buscar ayuda. “Enojarse es normal, enojarse es legítimo. La barrera es respetar los derechos de las demás personas, su integridad física y moral. Es decir, ni golpes, ni insultos, ni demostraciones de fuerza (pueden resultar intimidantes)”, afirma Fernández García. “Cuando es algo que se repite, cuando la gente de nuestro alrededor empieza a contarnoslo, es señal de que hay un problema. Un motivo para acudir a consulta es también el miedo a perder el control. “Algunas personas han estado en situaciones en las que han tenido miedo de sí mismas”, dice.

En lugar de golpear algo o pagar a una empresa para que destruya objetos en una habitación destinados a expresar enfado, aprender a respirar profundamente no sólo es más eficaz, sino también menos perjudicial para la salud, el medio ambiente y el bolsillo.

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