Como también era de esperar, su metraje incluye escenas con helicópteros, explosiones, persecuciones y tiroteos diseñadas en busca del máximo frenesí, que por momentos resultan impresionantes y muchas veces simplemente confusas y en las que, en general, hay que reconocer el derroche de energía. Además, el giro de su trama no tiene ningún sentido y dificulta que el espectador se interese más que ligeramente por lo que está sucediendo, especialmente en lo que respecta a un puñado de personajes secundarios que sin duda no significarán nada para aquellos que no recuerden perfectamente las anteriores entregas de la saga. Y eso está bien porque el único ingrediente esencial en todos ellos es La química que comparten Smith y Lawrence, tan abundante hoy como el primer día.. De hecho, los mejores momentos de Montar o morir -Como los de Chicos malos de por vida– son aquellos en los que la película hace gala de un humor consciente de sí mismo a costa tanto de la edad como de la obsolescencia de sus protagonistas y, en consecuencia, de su propia existencia. Lástima que no sean suficientes y que no parezcan realmente sinceros.
