El último vestigio de la modernista Casa Llorach – .

La extinta Casa Llorach iluminó el barrio -entonces pueblo- de Sant Gervasi de Cassoles durante las tres primeras décadas del siglo XX. Y sí, iluminar es el verbo correcto: por un lado, porque se trata de una obra de Puig i Cadafalch construida paralelamente a la célebre Casa de les Punxes, y, por otro, porque su entonces propietaria, Isabel Llorach, hija de Concepció Dolsa, convirtió el recinto en una cita obligada para el universo intelectual y cultural del momento. No sólo en el ámbito de la burguesía catalana, sino a nivel mundial.

Hoy la Casa Llorach es sólo un recuerdo reflejado en recuerdos y fotografías teñidas del amarillo del tiempo. En la manzana que ocupaba el palacio (la plaza formada por las calles Avenir y Travessera de Gràcia y Muntaner y Santaló de Barcelona) no queda ningún recuerdo de la obra que Puig i Cadafalch construyó en 1904… a primera vista. Al discreción del portal del número 263 de la calle Muntaner (el mismo número que marcaba la entrada a la Casa Llorach), frente a los ascensores, sobreviven como testigos del paso cuatro columnas modernistas con motivos florales que sustentaban uno de los salones de baile del palacio. de los años y del Barcelona que fue.

Las columnas supervivientes de la Casa Llorach en el actual salón de Muntaner 263.

Javier Dale

Llorach, mecenas vocacional

La importancia de la Casa Llorach en la Barcelona de entreguerras radica en la voluntad culturalizadora de su ocupante, Isabel Llorach. Heredera del palacio y de gran parte de su patrimonio familiar, Llorach (1874-1954) se convirtió en mecenas y defensora de las artes en una época en la que la preocupación cultural superaba lo meramente estético.

Aunque los jardines de la casa sirvieron de entretenimiento para la burguesía de la época, Llorach pronto abandonó su patrimonio y su propia casa como escenario de belleza y cultura. Así, el bailarín Vaslav Nijinsky, dios del ballet ruso, bailó en las salas de la Casa Llorach durante su visita a Barcelona en 1917 para actuar en el Liceu. Una visita que, recordó su viuda Rómola en La vida de Nijinsky Acabó con la bailarina detenida y liberada gracias a las gestiones de Francesc Cambó.

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La Casa Llorach, y la generosidad de su propietario, también recibieron la visita de Carlos Gardel, quien cantó para un elenco de los elegidos en el recinto. Fue en 1928, en días previos a un viaje a Santander invitado por José Samitier, futbolista del FC Barcelona -del que Gardel era hincha-, con motivo de la final de la Copa del Rey. Más allá de la Casa Llorach, de aquel viaje surgió una breve pero intensa amistad entre el poeta Rafael Alberti y el cantante argentino. A raíz de aquellos días y de aquellos partidos, Alberti compuso su Oda a Platko, y Gardel volvió a grabar su tango Patada incluir en sus versos a varios jugadores del FC Barcelona. Los tiempos eran tiempos.


Noticia gráfica de una de las fiestas celebradas en los jardines de Casa Llorach.

Archivo Municipal de Barcelona

un reportaje de revista bellaterra de abril de 1924 permite conocer cómo era la vida en la Casa Llorach, además de aportar las escasas imágenes que se conservan del interior del local. En catalán, el texto destaca que “en cuanto al aspecto social, la casa es, sin duda, aún más conocida. Con frecuencia, la sociedad hace crónicas de los acontecimientos que se celebran en sus suntuosas salas. (…) Tés, bailes, fiestas de eminentes artistas que pasan por Barcelona… Aún es reciente la ofrecida a la muy amable y eminente actriz italiana Vera Vergani. [de visita con su iniciativa teatral en Barcelona] y otros elementos principales de la empresa”.

En 1929 surgió el Club Conferentia de las reuniones y actividades realizadas en la Casa Llorach, una iniciativa de Francesc Cambó presidida por Isabel Llorach cuyo objeto era “la promoción de congresos culturales”, según afirmó. la vanguardia en su edición del 21 de abril de ese año, club del que fue socio fundador el arquitecto y paisajista Nicolau Rubió i Tudurí. La iniciativa sólo acabó con la Guerra Civil, aunque tuvo tiempo de traer a Barcelona figuras de todas las ramas de la cultura, desde Federico García Lorca o Ramón Gómez de la Serna hasta Paul Valéry o Ortega y Gasset.

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Isabel Llorach, con Carles Soldevila y André Maurois (centro), en el hotel Ritz para una conferencia organizada por el Club Conferentia, 1936.

Otras fuentes

Toda esa actividad de Isabel Llorach, en cualquier caso, tuvo un precio. Un precio puramente monetario: tras el crack del 29, Llorach se vio obligada a elegir entre la casa familiar de Puig i Cadafalch o mantener su actividad mecenazgo. La realidad resuelve la duda: tres décadas después de levantarse en el entonces pueblo de Sant Gervasi, la casa dejó de formar parte del paisaje del barrio del mismo nombre.

Un edificio y tres arquitectos

El derribo de la Casa Llorach en 1934 se debió a la necesidad económica del patrón. El solar en el que se ubicaba el edificio aumentó de valor a medida que Barcelona se expandía hacia el norte, por lo que Llorach decidió prescindir de la casa, pero sin dejar de vivir en el local. En contraposición a la suntuosidad modernista, Llorach hizo construir un edificio de seis plantas, de estilo racionalista, en el que ella ocuparía la buhardilla. Aún hoy, el edificio es una rareza junto a sus vecinos, edificios neoclásicos posteriores, como el par de viviendas del arquitecto Joan Gumà i Cuevas que ocupan los números 265 y 267 de la misma calle Muntaner.

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Cruce entre las calles Muntaner y Travessera de Gràcia. La casa de la derecha, Can Roses; A la izquierda, Casa Llorach. Autor: Josep Domínguez, años 30.

Otras fuentes

Sin embargo, la autoría del edificio del número 263 también tiene su misterio. En diferentes documentos del archivo de la ciudad de Barcelona se atribuye a Adolf Florensa cuyo legado en Barcelona puebla la Via Laietana, con edificios como la sede de Foment del Treball o la Casa Cambó. También en documentación del archivo municipal –y en la fachada actual del 263– se atribuye el mismo edificio a Rubió i Tudurí, en asociación con el propio Puig i Cadafalch.

Aunque la Fundació Rubió, que gestiona el legado del arquitecto, no tiene constancia documental de la autoría del edificio, es plausible que el diseño le perteneciera, dada la citada firma exterior del edificio. Además, Rubió, más conocido como autor de jardines y espacios abiertos, había trabajado recientemente en la zona con la creación del cercano Turó Park. En cuanto a Puig i Cadafalch, está claro que la autoría se limita a las columnas de la casa original.

las cuatro columnas

Por qué quedan exactamente cuatro columnas de Puig i Cadafalch en el edificio sigue siendo un enigma, que puede resolverse con el conocimiento de los hechos. Aunque la hibridación de estilos -un interior modernista en un edificio racionalista- no es algo propio de la época, dado que el encargo de la obra correspondía a la propia Isabel Llorach, el mecenas podría haber puesto como condición la conservación de ese elemento que Recordó, en el edificio en el que iba a vivir, su antigua casa.

La dirección, en cualquier caso, sería la misma. Aunque ocupaba la gran mayor parte de la manzana, la puerta de la Casa Llorach correspondía al número 263 de la calle Muntaner. La misma portada en la que hoy perviven las columnas de Puig i Cadafalch.

Las antiguas cuatro columnas, derribadas en 1928, que simbolizaban la bandera catalana, obra de Puig i Cadafalch

Las cuatro columnas del Puig i Cadafalch en Montjuïc que fueron derribadas en 1928

Propio

Además, en aquel 1934 en el que la Casa Llorach pasó a ser parte del pasado, esas cuatro columnas tienen algo de remedio. No mucho antes, en 1928, las cuatro columnas que Puig i Cadafalch construyó en lo que hoy son las fuentes de Montjuïc, y que constituían un símbolo del catalanismo, fueron derribadas por orden de la dictadura de Primo de Rivera. Que al final de la Casa Llorach sobrevivieran otras cuatro columnas, también de Puig i Cadafalch, que sustentaban estancias donde convivían la cultura catalana y la internacional va más allá de lo simbólico. Al final, Llorach protegió el catalanismo ofreciendo su casa como sede de la Asociación Wagneriana de Barcelona, ​​de la que fue fundadora. Una entidad que estuvo presidida por Joaquim Peña, también fundador de la revista Joventuten el que Pompeu Gener difundió sus tesis catalanas.

Sea como fuere, la memoria marmórea de una Barcelona inquieta y abierta a la cultura subsiste en un discreto portal de la calle Muntaner, para curiosidad de vecinos y transeúntes, y como testimonio modernista de cómo palpitó la ciudad hace poco más de un siglo atrás.

 
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