En los últimos años, hemos escuchado más fuertemente que bien, es clave para una vida completa. Y no se trata solo de sentirse bien o ser feliz de vez en cuando, sino de tener una base emocional y social que nos permite desarrollar, conectarnos con los demás y generar significado. Este enfoque, tan necesario como urgente, ha comenzado a llegar a las políticas públicas. Pero, si hablamos de bien, ¿por dónde comienza realmente? ¿Dónde se cultiva?
Una de las respuestas más obvias, a veces más olvidadas, es la escuela. Ese espacio en el que se enseñan no solo las matemáticas o el lenguaje, sino que se viven profundas experiencias emocionales, se crean y moldean los enlaces, día a día, la forma en que entendemos el mundo y los demás. La escuela es, quizás, uno de los primeros y más importantes escenarios en los que aprendemos a vivir juntos, a confiar, a participar y cuidarnos unos a otros.
Porque no es suficiente hablar sobre el aprendizaje académico si no nos detenemos para mirar lo que sucede entre los pasillos, en el recreo o en una conversación entre compañeros. El bien en la escuela no se trata de agregar talleres de habilidades blandas, sino de repensar el espacio escolar como un entorno humano, donde las emocionales y las sociales se entrelazan con lo educativo.
La evidencia ya dice: cuando una escuela promueve relaciones cercanas, confianza y participación, se generan vínculos que marcan la vida. Y no solo la vida escolar, sino toda la vida. Pero todavía hay algo más profundo: el sentido de la comunidad. Ese sentimiento de pertenencia real, de sentir que la escuela no es solo un lugar al que va, sino un espacio habitado, que se cuida y que nos cuida.
Promover ese sentido de comunidad implica cambiar el aspecto. Ya no es suficiente para evitar conflictos o promover “buenas prácticas”. Se trata de construir una cultura en la que todos (estudiantes, maestros, gerentes, asistentes, familias) se sientan parte de una tela común. Donde el vínculo afectivo con la escuela es tan importante como el rendimiento o los logros.
Hoy más que nunca necesitamos una escuela que abra a abrazar. Una escuela que entiende que bien no es un objetivo paralelo al académico, sino a su base en sí. Porque cuando nos sentimos parte, cuando nos conocemos a nosotros mismos, cuando vivimos relaciones significativas, algo más grande florece: una comunidad que sostiene, transforma y acompaña.
-Desde el Instituto de Informática Educativa de la Universidad de La Frontera, acostumbrada a incorporar la tecnología en entornos educativos y conectarnos a través de un par de clics, nos desafiamos a abordar los problemas de salud mental en los equipos educativos y, junto con el CPEIP, nos propusimos a las herramientas de gestión de bienestar al interior, precisamente, de comunidades educativas. A través de un ciclo formativo de aprendizaje B, proponemos una biientrato y un espacio de cuidado comunitario que permite que la conexión sea tecnológica, pero también humana. La invitación es clara: pasemos del cuidado personal al cuidado colectivo. Cultivemos a las comunidades escolares donde el pozo no es un lujo, sino una experiencia diaria. Porque al final del día, no recordamos solo lo que aprendimos, sino cómo nos hicieron.
By Alejandra Villarroel
Coordinador -Plan de bienestar socioemocional de equipos educativos
Informado sobre información educativa de UFRO
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