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El desafío de Chile antes del retroceso de la reserva de hielo más grande de América del Sur.

En la cuenca del río Maipo, a solo 60 kilómetros de Santiago, El glaciar Echaurren del norte agoniza en silencio. Desde 1975 ha perdido más del 30% de su masa, pero pocos lo saben. Según las mediciones realizadas durante casi cinco décadas, este glaciar ha perdido una capa equivalente de 33 metros de agua acumulada. Su revés ya no es solo una advertencia ambiental: es una señal directa para la ciudad que depende de su deshielo para beber, agua y vivir.

Andrés Rivera, académico de la Universidad de Chile Y una de las principales voces de glaciología en el país advierte que el pico de contribución del agua de los glaciares de la zona central ya estaba detrás. Las contribuciones del agua, especialmente en verano, se necesitan más para el consumo y el riego, continuarán disminuyendo. Esta situación, señala, enfatizará cada vez más el sistema de suministro de agua potable de Santiago, forzando medidas de adaptación, como reducir el consumo, el control de pérdidas y el más alto reciclaje de aguas residuales.

Lo mismo ocurre con más de 2,000 kilómetros al sur, donde el glaciar Steffen —Un gigante ubicado en la Patagonia profunda – comienza a fracturarse, alimentando lagunas inestables que podrían vaciarse de repente. Esto es lo que los científicos llaman inundaciones de estallido de glaciares (GLOF), un fenómeno con potencial destructivo que ya ha sucedido antes. En 2021, la Laguna Tépanos, alimentada por el glaciar Steffen, fue vaciado de repente.

Más cuerpos de hielo, menos volumen

El hielo se remonta. Y él no lo hace solo. Con él, la seguridad del agua, la estabilidad de los ecosistemas, la biodiversidad que depende de esos microclimas y se lideran el cultivo de agua que aún sobrevive en algunos territorios. Según el último inventario público de glaciarrealizado por la Dirección General de Aguas (DGA) y publicada en enero pasado, Chile alberga más de 26 mil cuerpos de hieloLo que lo convierte en el país con la superficie del glaciar más alta de América del Sur. Aunque la cantidad de glaciares ha aumentado con respecto a la medición previa, el producto de la fragmentación de grandes masas de hielo en cuerpos menores, el área total de hielo y el volumen equivalente en el agua han disminuido significativamente en las últimas décadas.

En la zona central, algunos glaciares han reducido su área en más del 50%. Y aunque en la Patagonia el volumen sigue siendo mayor, también se ha documentado una aceleración de la fusión. En la región del sur de Australia, el aumento de temperatura ha alcanzado 1.5 ° C, lo que contribuye a la rápida pérdida de hielo , dice el investigador José Luis Iriarte, Urom el Austraral de Chile.

Esta fusión acelerada no solo amenaza la disponibilidad de agua dulce, sino que también está alterando la química marina, el pH, los niveles de oxígeno y el ciclo de nutrientes en los fiordos y canales patagónos, que afectan los fundamentos de los ecosistemas costeros. “Todavía sabemos poco sobre cómo la entrada de agua dulce en los sistemas costeros, producto de la fusión glacial, afectará la productividad marina y el ciclo de nutrientes”, advierte José Luis Iriarte.

El investigador enfatiza que este fenómeno no puede verse solo como un problema ambiental limitado al deshielo. “Necesitamos comprender estos procesos como una pieza clave en el funcionamiento del sistema climático y marino de Southern Chile”, dice.

No es solo el

¿Qué está causando este revés? Y aunque la respuesta parece obvia, el cambio climático, el panorama regional advierte que no es una amenaza distante o abstracta. En 2024, Venezuela perdió su último glaciar: el Humboldt, un símbolo de una era que se extingue. El glaciar del conejo en Colombia y el Sur Marcial en Argentina también desapareció. Estos casos muestran que la desaparición no es una posibilidad futura: es una realidad que ya ocurre en la región.

Pero no solo hay un factor. A la tendencia global de aumento de temperatura se agrega una mega-secuía de más de 14 años, la alteración del régimen de lluvia y fenómenos como el niño, que intensifican las pérdidas estacionales. Además, la actividad humana, como la minería en áreas cercanas a los glaciares o el desarrollo sin la regulación del turismo en la alta montaña, agrega presión sobre estos cuerpos frágiles.

A pesar de esto, Chile aún no tiene una ley de protección de glaciares. La estrategia nacional de glaciares, en vigor desde 2009, dibujó una de ruta que ha permitido el monitoreo de glaciares y las cuencas de alta montaña. Pero, no es suficiente. ¿Por qué, entonces, continuamos sin una política sólida para proteger uno de los ecosistemas más estratégicos del país?

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Parte de la respuesta puede estar en la fragmentación del sistema: los monitores de DGA, pero con recursos limitados; Los científicos investigan, pero muchas veces sin continuidad o apoyo estatal; Las universidades regionales, como la UMag o el Austral, dirigen la investigación en lugares extremos, pero sus resultados rara vez se traducen en decisiones políticas. José Luis Iriarte Advierte que todavía existe una gran incertidumbre sobre cómo estos cambios afectarán la productividad biológica y los procesos de intercambio de co₂ en los mares interiores, un campo donde la ciencia avanza pero sin el apoyo sostenido que requieren estas investigaciones de aliento .

Andrés Rivera Reconoce que en las últimas décadas ha habido avances significativos en el monitoreo de los glaciares, la formación especializada y la aplicación de metodologías homólogas. “Sin embargo, esto aún no satisface las crecientes necesidades de información sobre lo que le sucede a muchos glaciares en el país y, lo que es más importante, lo que les sucederá en el futuro”, advierte.

Rivera agrega que la falta de financiamiento adecuado y la ausencia de continuidad en los proyectos de investigación limitan la capacidad del país para anticipar los próximos escenarios. Para él, “cada glaciar que desaparece es una señal de alarma”.

Una oportunidad

Este 2025 fue declarado por las Naciones Unidas como el año internacional de la preservación de los glaciaresUna iniciativa que busca hacer visible el retroceso acelerado de estas masas de hielo y promover acciones concretas para el monitoreo y la protección. Este escenario ofrece a Chile una oportunidad única para asumir el liderazgo en el tema. No solo porque concentra una porción vital de los glaciares sudamericanos, sino porque se enfrenta a una de las crisis de agua más graves del continente. ¿Qué haremos mientras el hielo desaparece?

¿Y los glaciares que no se ven?

Si bien la atención generalmente se concentra en el retroceso de los glaciares blancos y visibles del centro y al sur del país, en el norte hay otra realidad menos conocida pero igualmente estratégica: la de los glaciares de roca.

Oculto bajo escombros y sedimentos, estos glaciares esconden las reservas de hielo en las áreas más altas de la cordillera, donde la lluvia es mínima y la nieve no se acumula de forma permanente. “Estos glaciares pueden parecer solo una ladera de rocas sueltas, pero debajo de esa superficie se conserva el hielo que les permite moverse lentamente, al igual que los glaciares blancos tradicionales”, explica Christian Herrera, académica y directora del Centro de Investigación Tecnológica del Agua y la Sostenibilidad en el desierto, del Católico del Norte.

Los glaciares rocosos representan el 13.74% de los cuerpos de hielo en el país. Sin embargo, su superficie se reduce: los 3.598 cuerpos identificados cubren solo el 2.3% de la cobertura nacional de glaciares. A diferencia de las grandes masas de hielo patagón, los glaciares rocosos no deslumbran debido a su tamaño, sino que cumplen una función esencial: liberar agua gradualmente en tiempos de sequía, contribuyendo al suministro de agua de las cuencas áridas.

“Estos glaciares alimentan diferentes cuencas del norte, como en el valle de Huasco, en la región de Atacama. Son reservorios estratégicos, aunque a menudo invisibles para el aspecto público y político”, dice Herrera. Su detección es compleja: la capa de escombros que los cubre fuerzas para recurrir a imágenes satelitales térmicas para reconocer sus límites.

En medio del retroceso acelerado de los glaciares en todo el país, estos depósitos ocultos recuerdan que la crisis del agua también es libre, silenciosa, en las montañas del desierto.

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