


La vida es el primer valor que protege nuestra constitución porque es la base del ejercicio de otros derechos. A su vez, es necesario regular y garantizar adecuadamente el derecho al trabajo, ya que contribuye al apoyo de la existencia, tanto del ser humano como de la estructura del estado. Desafortunadamente, la crisis de la violencia que nuestra nación está llorosa y las acciones de nuestras instituciones y sus representantes indican que nuestro estado no prioriza la vida o el trabajo.
Cientos de instituciones educativas privadas cerraron; Muchas unidades de transporte público llenas de pasajeros son víctimas de balas terroristas; Los seres humanos son asesinados a plena luz del día, independientemente de si tienen hijos en sus brazos o si las medias bloques son militares o policías. Muchos ciudadanos de áreas desfavorecidas tienen que pagar por vivir en sus hogares sin sufrir ataques. Se distribuyen granadas, balas y diversas amenazas en hogares y negocios. Ningún estado de emergencia ha funcionado, el problema empeora.
En los últimos días de abril, se informó la desaparición de 13 guardias que sirvieron en la poderosa compañía minera, ubicada en el distrito de Pataz, La Libertad. Según las quejas, los familiares de las víctimas habrían sido extorsionados con el pago de S/4,000,000 (cuatro millones con 00/100 suelas) a cambio de su liberación.
Poco antes del Día del Trabajo, el 30 de abril de este año, nuestro primer ministro descartó en todo el país para ser los trabajadores de la compañía citados. Peor aún, dudaba de la veracidad del secuestro, llamándolo “suposición”. ¿Qué quería transmitir con estas declaraciones? Pero, sobre todo: ¿qué podría asumir un grupo de secuestradores que un millonario rescate exige, cuando el Primer Ministro de Estado cuestiona públicamente la existencia del secuestro? Realmente escandaloso.
En vísperas de una fecha que debería haber sido motivo de alegría y reflexión, que conmemora a tantos trabajadores que dieron su libertad e incluso su vida para conquistar los derechos básicos que todos disfrutamos ahora, la comunicación pública del primer ministro tuvo que concentrarse en minimizar los riesgos para los trabajadores secuestrados. No fue así. Tales expresiones abandonaron a las víctimas. La semana del Día del Trabajo fue teñida de sangre; La sangre de 13 personas que representan sectores desfavorecidos de nuestra sociedad, hasta el punto de arriesgar el trabajo en entornos con tal informalidad e inseguridad.
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Según la información que producen los medios, las acciones de las instituciones competentes para proteger el orden interno no fueron adecuadas. Me gustaría confiar en ellos, pero es cada vez más difícil. Me gustaría confiar en nuestros mejores representantes, pero sus acciones se alejan del interés general. Me parece incomprensible que se evalúe el aumento de los ingresos del primer presidente de Perú, cuando la economía se tambalea, la seguridad alimentaria está en peligro y la vida de todos tiene un riesgo constante.
Para los problemas más elementales de decencia, responsabilidad política y empatía, es necesario, al menos, que nuestro primer ministro renuncie o se separe del puesto. Espero que esto se logre antes de publicar estas consideraciones. Aún así, será demasiado tarde.
Muchos podrían suponer que este portal legal no es el alcance ideal para un reflejo de este calibre. Pero lo hago porque, como profesional de la ley, tengo fe. En línea con el octavo comando del abogado, por Eduardo Couture, “[t]en[go] fe en derecho, como el mejor instrumento para la coexistencia humana; en justicia, como un destino de derecho normal; en La Paz, como un amable sustituto de la justicia; Y, sobre todo, tener[go] Fe en la libertad sin la cual no hay derecho, ni justicia o paz. “
No debemos perder la fe, y esto comienza a pronunciarnos activamente y civilizados como estudiantes, como profesionales, como trabajadores y empleadores, como ciudadanos. Los gremios de empresarios y empleados tienen un papel clave, sin duda. Las casas de estudio también tienen un papel importante, aunque varias todavía no. En un país con altos porcentajes de tolerancia a la corrupción, manifestar nuestra indignación legítima es uno de los primeros pasos para avanzar. En la línea de Aristóteles, no hacerlo deformará nuestra vida ética. En nuestro caso, no hacerlo podría terminar nuestra existencia o la de nuestros seres queridos.
Hace mucho tiempo que las ideas políticas de los demás dejaron de ser un impedimento para participar. Este problema afecta a todos y es por esa razón que ahora, independientemente de nuestras diferencias, debemos caminar en una dirección: exigir nuestra paz.