
Como no tenemos suficientes problemas, acaba de aparecer otro: la cordobesa Gigena “Tucho” Fernández, nueva cardenal nombrada por el Papa Francisco, acaba de advertir que Jorge Bergoglio podría no viajar a Argentina –como se había sugerido– si no es invitado, si percibe el riesgo de ser utilizado políticamente o si las autoridades desprecian su presencia.
Fernández arrojó la piedra y no dijo el nombre. Pero todos sabemos que está hablando de Javier Milei. Milei dijo la semana pasada que Bergoglio “está del lado de las dictaduras sangrientas” y “tiene afinidad con los comunistas asesinos”. El caso de Milei se basa, por ejemplo, en la relación de Bergoglio con Cuba. Ya como cardenal Bergoglio escribió un libro sobre los diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro a favor de los Castro. Como Papa visitó al entonces dictador Raúl Castro con quien “confesó” tener “una relación humana”. Nunca ha hecho una declaración crítica sobre la falta de democracia en Cuba. O en Venezuela, a cuyo presidente, Nicolás Maduro, recibió en el Vaticano.
Aún así, es difícil decir quién tiene razón en esta disputa de que, si Milei es elegido presidente y teniendo en cuenta la edad del Papa, es posible que Bergoglio nunca regrese al país donde nació.
Lo difícil es saber dónde empezó la pelea. Porque Milei hacía tiempo que no decía nada sobre el Papa. Fueron los curas kirchneristas (que se autodenominan villeros) quienes, sorprendidos como todos por el triunfo de Milei en Las Paso, días después organizaron una misa de desagravio para desagraviar al Papa por cosas que Milei había dicho… entre 2017 y 2020. Hace muchos años Milei había dicho que Bergoglio era “comunista”, “zurdo” y “el representante del mal en la Tierra”. Y luego moderé su posición diciendo que si fuera presidente respetaría a Bergoglio como jefe de otro Estado.
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Pero los sacerdotes K aparentemente no tenían muchas ganas de perdonar, como solía predicar el catolicismo. Porque la misa no era sólo para desagraviar a Bergoglio. También fue para ofender a Milei, algo sin precedentes en una masa. Porque allí los curas cristianos, sin ser psiquiatras, le diagnosticaron a Milei un “trastorno emocional” –lo trataron de loco, bah– e hicieron campaña en su contra, asumiendo que alguien así no podría ocupar la Presidencia.
---Ahora el ofendido es Bergoglio. Quizás podría venir de todos modos. Primero, porque para venir a Argentina no necesitas ser tratado como jefe de Estado si vienes a una actividad de la Iglesia Católica. Sería extraño, pero nada lo impide. Juan Pablo II viajó a su Polonia natal en 1983, cuando estaba gobernada por el jefe comunista Wokciech Jaruzelski, quien debió despreciarlo como a nadie.
Pero, más importante aún, podría llegar ejerciendo la virtud del perdón, de poner la otra mejilla. Bergoglio ya demostró que puede hacerlo.
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Inmediatamente después de ser elegido Papa en 2013, en cuestión de horas, por ejemplo, pasó del mal humor a la sonrisa con Cristina Fernández, mientras el kirchnerismo y sus escribas eliminaban de Internet las notas en las que lo acusaban durante años de haber convertido un Hacer la vista gorda ante el secuestro y desaparición de sacerdotes jesuitas durante la dictadura. Era algo insostenible para un Papa. Fue un pacto claro que benefició a ambos en sus relaciones públicas.
Aún más simbólicos fueron los frecuentes rosarios, regalos y conversaciones que se prodigaron con Hebe de Bonafini, a pesar de que ella no sólo había hablado de Bergoglio muchas más cosas malas de las que Milei podrá decir jamás en el resto de su vida. E incluso Bonafini había utilizado como baño el altar de la Catedral de Buenos Aires.
De todos modos. Perdonar es divino. Pero no es igual para todos.