Seis meses de agonía › Mundo › Granma – .

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Argentina está muriendo. No está muerta, no es seguro que vaya a morir, pero está muy grave. Desde lo social, desde lo político, desde lo moral, pero incluso como Estado nación.

Desde el punto de vista social, porque Javier Milei como presidente tiene el récord de haber llevado la pobreza al 60%, y la indigencia a casi el 20%. Esto se explica por el shock inflacionario de los primeros meses, con picos del 25% mensual, para luego bajarla hasta llegar al 5% actual, y presentarlo como un logro, cuando en realidad se está volviendo a los niveles previos al mandato. . del.

Una furiosa devaluación del peso argentino, la liberalización de los precios y la eliminación de los subsidios estatales a la energía y el transporte dispararon el costo de vida.

El Gobierno lo presentó como un logro más de la motosierra y la licuadora. Lo que se licuó fue el nivel de vida de la sociedad argentina, y eso produjo una caída precipitada del consumo, que generó varios resultados más: recesión, cierre en cadena de negocios y pymes (pequeñas y medianas empresas), desempleo y un ejército de nupos ( nuevos pobres). En definitiva, el peor escenario para la economía: la estanflación, que es la extraña mezcla de inflación y recesión.

El eje principal de la campaña electoral resultó ser un gran engaño: Milei había prometido acabar con la “casta” política, y que esa supuesta casta pagaría la crisis; una crisis que él mismo convirtió en tragedia, y que la paga el pueblo trabajador, no “la casta”. La verdadera casta, la del gran capital, está cada vez más feliz, especialmente la del capital especulativo y extranjero que está ahí, al acecho, esperando que entre en vigor la Ley de Bases, para abalanzarse sobre nuestros recursos naturales.

De hecho, la famosa Ley de Base, que tanto le costó al Gobierno obtener, es un auténtico estatuto de neocolonia, que garantiza todo tipo de prerrogativas al capital extranjero que viene a saquear los recursos energéticos: petróleo, gas y, sobre todo, litio. .

Ese proyecto de Ley Base, que empezó a llamarse Ley Ómnibus, fue enviado al Congreso en enero con más de mil artículos, y esta semana terminó siendo aprobado con sólo 238, pero que mantiene lo esencial, y que potencia su efecto destructivo. capacidad con poderes especiales. entregado al Ejecutivo, lo que convierte a Milei en casi un monarca absoluto.

De la negociación de la Ley de Base surgieron hechos bochornosos, como el de una senadora de la oposición que cambió su voto en el último momento y -qué casualidad- fue nombrada embajadora ante la Unesco, un deseado destino parisino. Esto significa que, a la agonía social ya descrita, se suma una gravísima crisis política y moral.

Mientras todo esto sucedía en el interior del majestuoso edificio del Congreso, afuera se repetían las típicas imágenes de un país que se desangra. Un pueblo protestante y la lógica represión policial, un aspecto cuidadosamente planeado y planeado por un Gobierno que sabe que, sin palos, gases y cárcel, no puede aplicar su programa antinacional y antipopular.

Otro récord tiene que ver con las millas acumuladas por una Milei que, en seis meses, ha realizado diez viajes internacionales; la mayoría para fines privados y personales, pero con dinero público.

En noviembre, como presidente electo, viajó a Nueva York para visitar la tumba de un rabino mesiánico llamado Manachen Schneerson. En enero fue a Davos, Suiza, para la cumbre anual de los más ricos del mundo. En febrero viajó a Israel, donde dio todo su apoyo al Gobierno de Benjamín Netanyahu, acusado por la ONU del actual genocidio contra el pueblo palestino, y compaginó la gira con una visita a Italia, para abrazar a la líder de extrema derecha Giorgia. . Meloni. Luego regresó a Estados Unidos, en este caso a Washington, a la Conferencia de Política de Acción Conservadora, en la que abrazó a Donald Trump.

En abril aterrizó en Miami, donde volvió para estar con sus amigos de Lubabish, un ínfimo sector del judaísmo más reaccionario, que le nombró Embajador de la Luz, y saltó a Texas para hacerse una foto con Elon Musk, uno de esos interesado. en quedarse con el litio argentino.

En mayo regresó a su destino favorito, Estados Unidos, esta vez a Los Ángeles, para participar en una conferencia de la Fundación Milken, un think tank de la derecha neoliberal.

En mayo cruzó el Atlántico para estar en Madrid, en un acto neofranquista, con sus amigos de Vox, en el que insultó al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y desencadenó otra crisis diplomática.

A principios de este mes estuvo nuevamente en Estados Unidos, en San Francisco, para visitar a los patrones de Silicon Valley, y luego pasó por El Salvador, para asistir a la toma de posesión de Nayib Bukele. Este fin de semana estuvo en Italia, en la cumbre del G7, y luego en Suiza, para dar apoyo incondicional al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, en su guerra contra Rusia.

El próximo jueves regresará a Madrid para recibir un premio del Instituto Juan de Mariana, otra de las muchas instituciones que combinan el neoliberalismo con pinceladas de neofascismo.

De esos diez viajes en apenas seis meses, sólo tres podríamos decir que incluyeron acciones gubernamentales: Davos, Israel-Italia y el G7. El resto fue para fines personales.

Por último, y quizás lo más grave de todo, es que la crisis amenaza la integridad misma de Argentina. En una entrevista, Milei admitió: “Me encanta ser el topo que destruye un estado desde adentro”.

Esta confesión da toda la dimensión de la agonía de Argentina. No estamos ante la derecha neoliberal tradicional que siempre hablaba de achicar al máximo el Estado, sino que estamos ante un verdadero anarcocapitalista que quiere destruirlo, pero destruirlo de verdad.

Destruir el Estado es destruir la nación. La gravedad es preocupante, la agonía es triste y el pronóstico… reservado.

 
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