Una ley, un Senado y una oposición

Una ley, un Senado y una oposición
Una ley, un Senado y una oposición

Las Bases y el paquete fiscal aprobado en el Senado –según sabios– no van a mejorar ni a empeorar nuestras desgracias cotidianas, es decir, no nos harán más pobres ni más ricos; ni más feliz ni más infeliz. Ironías de la vida: aunque Javier Milei se niegue a creerlo, su victoria en el Senado fue una victoria exclusivamente política, esa palabra contagiosa que tanto detesta. Ganar la votación fue una buena noticia para La Libertad Avanza, pero si hubiera perdido no hubiera sido una mala noticia, hubiera sido lo más parecido a una catástrofe porque los afilados colmillos populistas no habrían dejado pasar la oportunidad. Milei siempre camina al borde de la paradoja. Su bravuconería verbal puede darle publicidad más allá de las fronteras o entusiasmar a su audiencia local, pero cuando se trata de logros reales, los verdaderos logros se obtienen recurriendo a los recursos, esquemas e hilos de una política execrable, con promesas de embajadas incluidas, en este caso a un exponente de la venerable y lapidaria casta de los Sapag.

Milei proporciona el espectáculo pero son los modales discretos, sobrios y políticamente correctos de Guillermo Francos los que deciden. No sé si los dioses o los oráculos saben cuánto durará el romance entre la racionalidad liberal y el comercio místico. El enjuague funciona por el momento y no está escrito que seguirá haciéndolo. Nada me entusiasma de este gobierno, pero jamás cuestionaré su legitimidad si lo que nos espera al fondo del barranco son las fauces de Juan Grabois, Guillermo Moreno o Axel Kicillof.

El objetivo del peronismo, como el de cualquier fuerza política, es conquistar el poder, lo cual es justo y legítimo, pero la marca en el filo que lo distingue es su afición, su empuje, su “vicio absurdo”, no ganarlo como tal. prescrito por las leyes, sino para manipularla, para desestabilizar por las buenas o por las malas al gobierno que no es de su signo, gobierno que siempre será considerado un intruso y un enemigo despreciable del pueblo. Los hechos de violencia y barbarie perpetrados en la calle la tarde del miércoles 12 de junio, mientras los senadores intentaban reunirse en el salón, actualizaron una vez más el matrimonio pampeano entre peronismo y izquierda. En esta ocasión no se hicieron tirando toneladas de piedras como en 2017, no porque su buen corazón se lo ordenara, sino porque la policía no los deja y los niños de esa época ya no tienen el poder de los buenos tiempos para hacerlo. lo que más quieren. les excita: daño.

A juzgar por los hechos, la ideología de los manifestantes que se congregaron el miércoles a las puertas del Senado no es la del pueblo llano que sufre “que quiere saber de qué se trata”. Por el contrario, se ha sugerido que el imaginario de los chicos es el de la Sierra Maestra o el del Palacio de Invierno, aunque me temo que sus inspiraciones no vayan más allá de las de una barrabrava depredadora y resentida. Como en política las acciones no son neutrales, los desmanes del lumpenage populista no hicieron más que fortalecer la imagen de Milei y recordar a quienes son olvidadizos o para quienes los ajustes son una carga abrumadora, que si Milei fracasa, sus seguidores llegarán al poder. . Consideran que quemar coches o bicicletas constituye una exquisita costumbre de redención política. Digamos que Milei no sólo logró que se aprobara su primera ley (ya veremos qué pasa en Diputados) sino que gracias al candombe populista mejoró su imagen, que había quedado algo dañada en la última semana. La carambola se completó con la proverbial y sigilosa bondad de China, el progresivo descenso de la inflación y la resignada complacencia del FMI. Conclusión: una buena semana para el gobierno que dice detestar la política mientras propone transformaciones políticas que algunos consideran audaces y otros consideran que no pretenden ir más allá de la reedición de viejas recetas que en otros tiempos intentaron con los resultados conocidos y matices del caso de los Alsogaray, los Pinedo, los Krieger Vasena o los Martínez de Hoz. Como se suele decir en estos casos: la moneda está en el aire o los dados ruedan sobre la tela y el banco confía en que el crupier los ha cargado correctamente. No es aconsejable aventurarse en los atolladeros y callejones de la política si no se tiene una dosis de fe en la estrella de la suerte, me dijo un amigo aficionado a la política y al póquer.

En la sesión parlamentaria de este miércoles, el gobierno fue salvado por esa oposición moderada y no kirchnerista que Milei parece no cansarse de maltratar con los adjetivos más infames. Sin los votos radicales, es decir, sin los votos de los herederos de los despreciables Hipólito Yrigoyen y Raúl Alfonsín, Milei a esta hora sería como Carlos Monzón buscando en el minutero del reloj el gong que lo salve. En cualquier caso, es bien sabido por todos que el rival más duro, más tenaz y más eficaz de la UCR suele ser los propios radicales, siempre obsesionados con la lujuriosa costumbre de desollar a sus candidatos o dirigentes que se distingan por su talento. Es notable: el partido de la república y los hábitos de pluralismo y tolerancia sólo se permiten ejercer la intolerancia y la agresividad verbal en sus crónicas y a veces enfermizas querellas internas.

Desde 1983 a la fecha, el candidato con mejor imagen que produjo el radicalismo después de Alfonsín fue Rodolfo Terragno. Pues bien, algunas venerables momias del partido de Leandro N. Alem e Yrigoyen se dedicaron, con la pasión de la barbarie y los vicios de embaucadores políticos que habrían despertado la envidia de los principales conservadores de los años treinta, a derrotarlo. Si mal no recuerdo, Leopoldo Moreau era el líder de aquel infame juego del maíz.

Nunca hablé con Martín Lousteau. No lo conozco, no tengo ninguna preferencia personal por él y no se me escapa que en las circunstancias actuales reconocer algunas de sus virtudes parece una causa perdida. Simplemente sé que no llegó a la presidencia de la UCR por un golpe de Estado, sino porque así lo decidieron los dirigentes y las instituciones internas de este partido. Insisto en que no lo conozco, pero al mismo tiempo admito, porque el talento y la inteligencia siempre me seducen, que es de los pocos políticos a los que escucho por la sencilla razón de que no dice tonterías ni se empantana. en lugares comunes o consignas ligeras. . Como para inclinar la balanza, observo que su insistencia en salir con unos amigos en la ciudad de Buenos Aires no ayuda a mejorar su imagen. Se puede compartir o no sus ideas y, en particular, su carrera, pero no se puede ignorar la legitimidad de su investidura. Votó en contra de la Ley de Bases, lo que provocó un pequeño escándalo interno, aunque si no estaba mal informado la Convención y el Comité Nacional de la UCR se pronunciaron en contra de una ley que también fue rechazada por la Juventud Radical, Franja Morada y el Movimiento Radical Obrero. . ¿Dónde está el pecado? Lousteau votó en contra de la ley, pero dio el quórum que corresponde a un actor político que respeta las reglas del juego. Su discurso fue crítico con la Ley de Base, pero también se apartó de la letanía populista. Hay que añadir también que fue el mejor discurso del día, el más elaborado, el más complejo, el más rico en matices. Todo esto, por supuesto, se puede argumentar, un hábito que los radicales practican con convicción. Pero lo que me sorprende no es el debate, sino la agresividad de ese debate. Muchos radicales parecen disfrutar insultando al presidente de su partido, incluso utilizando adjetivos que tienen mucho cuidado al utilizar contra rivales de otros partidos. Lousteau parece que en ciertos ambientes radicales es una mala palabra. No le perdonan nada. Lo acusan de ambicioso y egocéntrico, como si esas “virtudes” no fueran las características de todo político que aspira al poder. Creo que a más de uno le molestan los amantes que ha tenido o su apariencia.

 
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