En 1951, a propósito de la Gran Guerra, Freud hizo la siguiente reflexión: “(…) la afrenta y la dolorosa decepción que experimentamos por la conducta inculta de nuestros conciudadanos del mundo en la presente guerra no estaban justificadas. Descansaban en una ilusión de la que éramos prisioneros. En realidad, no cayeron tan bajo como temíamos, porque nunca habían subido tanto como pensábamos” (1).
La afirmación es extrapolable a este presente distópico, y vale la pena recordar las nociones freudianas en las que se basa la cultura: represas, formaciones reactivas, renuncia pulsional, represión, sublimación. En resumen, la criatura humana sólo consiente laboriosamente a las exigencias de la vida en común, ya que “el alma primitiva –es decir, la indomabilidad de la pulsión y sus derivas mortales– es imperecedera en el sentido más amplio” (2) y cede fácilmente. a la regresión.
Siendo así, es necesario construir cada vez, en cada tiempo y en cada lugar, las aristas más o menos débiles que demarcan un espacio posible de vinculación social.
En Argentina, una operación de sublimación de esta naturaleza es la que llevan a cabo las víctimas del terrorismo de Estado de la última dictadura –Madres, Abuelas, Niños y otros actores y organizaciones de derechos humanos– quienes, ante el horror más oscuro y desenfrenado, forjó una serie de significantes –Memoria, Verdad, Justicia, Nunca más, 30.0000 detenidos-desaparecidos, Ni olvido ni perdón– que sirvieron de frontera y dieron soporte al pacto democrático.
El asedio al que están sometidos estos significantes desde hace casi diez años –desde “la obra de los derechos humanos”. en adelante– alcanza su punto más cínico en el cuestionamiento del número de personas desaparecidas, cuando se utiliza la inexactitud del número, como si fuera posible saber cuántos desaparecidos en un sistema represivo despiadado y clandestino, como si hubiera no hay documentos desclasificados que permitan deducir que la cifra podría ser incluso superior a 30.000, ese significante cuyo valor reside, precisamente, en su condición de tal.
Los resultados del ataque al S1 de la democracia argentina son visibles: descomposición de los vínculos y la convivencia, manifestaciones de odio y violencia cada vez más extremas y frecuentes.
A diferencia del discurso del maestro, la operación analítica no consiste en sacralizar el S1. Es más, Lacan se encargó de denunciar lo “indecente”(3) de escribirlas en las paredes, refiriéndose así a la pretensión de universalidad y eternidad de los tres de la Revolución Francesa. El racismo tiene sus raíces en la hermandad del cuerpo (4), predijo, y hoy nos enfrentamos a una nueva versión de la crueldad que puede ejercerse en nombre de la libertad.
El discurso analítico se ocupa de producir el S1 de un sujeto para vaciar el goce mortificante que se le atribuye y posibilitar otros usos, o una nueva invención, siempre singular. “En su individualidad, los significantes son modelados por el hombre y probablemente más aún por sus manos, que son su alma” (5), dijo Lacan respecto de la sublimación. ¿Cómo, dónde, cuándo puede tener lugar una artesanía que permita un discurso pleno, es decir, un vínculo nuevo, donde el odio esté rampante? Que la chispa de un deseo o de una contingencia afortunada lo encienda, y que sea pronto, porque es urgente.
Ana Cecilia González es psicoanalista. Es miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Escuela Lacaniana de Orientación. Es doctora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Los grados:
(1) Freud, S., “De la guerra y de la muerte. Asuntos actuales”, Trabajos completos, vol. 14, Buenos Aires, Amorrortu, 1992, p. 286.
(2) Ibídem, pág. 287.
(3) Lacan, J., El seminario, libro 19, …. o peor, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 73.
(4) Ibíd., pág. 231.
(5) Lacan, J., El seminario, libro 7, La ética del psicoanálisis., Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 148.
