Aquella Revolución de Mayo de 1810 – .

Aquella Revolución de Mayo de 1810 – .
Aquella Revolución de Mayo de 1810 – .

Comparto con José Luis Romero y Tulio Halperín Donghi que, efectivamente, fue una revolución. Como puedes ver, no estoy en mala compañía. Revolución permanente, revolución inacabada, revolución traicionada, pero revolución al fin y al cabo. Cierta derecha revisionista afirma que no fue más que un golpe de Estado bonaerense, liberal y probritánico. Para ellos, seguramente, “hubiéramos estado mejor con los españoles”.

Desde la izquierda se admite que algo pasó, pero no fue lo suficientemente radical. El más brillante de ellos, Milcíades Peña, admite que fue una revolución política que no llegó a ser social y económica porque fue incapaz de promover un nuevo modo de producción. Con todo respeto: ¿qué significa “promover un nuevo modo de producción”? Capitalista, socialista… ¿intermedio?

En este tema hay mucha tela que cortar y que bueno que así sea. El pasado merece ser revisado, pero más allá de las interpretaciones más o menos sutiles, más o menos complejas, la pregunta básica sigue presente: ¿fue una revolución o no? Y si lo fuera, ¿de qué tipo de revolución estamos hablando: nacional, anticolonialista, burguesa…? Inconcluso, responden algunos historiadores. Chocolate para la noticia. No conozco ninguna revolución que no esté inconclusa o que se la acuse de estar inconclusa. De los ingleses a los franceses, de los rusos a los chinos, de los coreanos a los cubanos.

Parece que para quienes parten del principio de que toda revolución tiene como destino inexorable una sociedad dotada de los atributos de la perfección, es previsible que quede inconclusa, porque esa sociedad perfecta nunca llegó y, a juzgar por lo que se vislumbra para ella, En el futuro, no será fácil llegar allí.

En este sentido, tengo la impresión de que para muchos izquierdistas, consciente o inconscientemente, sobrevive el mito o prejuicio de que la historia tiene un argumento que sólo ellos conocen, un argumento que se desarrolla en una serie de revoluciones, cuyo máximo nivel de realización sería la revolución socialista. Desde ese lugar contemplan el pasado y juzgan si el curso de los acontecimientos se ajusta a ese argumento que define con claridad meridiana el paso de una sociedad a otra y el papel que corresponde a los actores, que no sólo están previamente definidos, sino que también se les asigna el papel que deben cumplir para ser leales o no al mandato de la historia. Desde ese tribunal severo y exigente se juzgan las inevitables traiciones y deserciones. ¿Por qué inevitable? Por la sencilla razón de que la vida o el futuro de la vida es siempre mucho más rico, más interesante y, si se quiere, contradictorio que los esquemas rígidos y severos que dominan la imaginación de los izquierdistas.

Volvamos a los días de mayo. Quizás valga la pena debatir si la Nación Argentina nació en esos días, si preexistió, pero lo que está claro, lo que es obvio, es que a partir de esa fecha dejó de existir lo que se conoce como el viejo régimen. Si los protagonistas eran conscientes o no del paso que estaban dando es un tema a discutir, pero más que juzgar las intenciones, lo que merece evaluarse en este caso son las consecuencias. Y las consecuencias son visibles.

Se dice que no hubo cambios fundamentales. No sé exactamente qué se entiende por cambios fundamentales, pero es seguro que los cambios existieron. Halperín Donghi lo expresa en pocas palabras: pasamos de la hegemonía comercial a la hegemonía terrateniente; desde la importación de artículos de lujo hasta la importación de bienes de consumo; desde la exportación de metales preciosos hasta la exportación de artículos pecuarios.

¿Te parece poco? Yo no. Es cierto, si nos ajustamos al catecismo que dicta las tareas que corresponden a las revoluciones burguesas, quedaba mucho por hacer. Pero sucede que los hombres que fueron protagonistas de aquellos hechos no tenían ese catecismo a la mano y, por tanto, hicieron lo que les permitieron, o lo que pudieron, con los limitados recursos materiales e intelectuales que tenían para afrontar largas distancias. -alcanzar desafíos históricos.

No hace falta hacer demasiadas concesiones ideológicas para admitir que aquel lejano 25 de mayo de 1810 sucedió algo importante, que de alguna manera hubo un antes y un después, que los protagonistas de aquellos días pronto se convencieron de que estaban viviendo un revolución. ¿Mito? No lo sé, pero al año siguiente se incorporaron al calendario las fiestas mayas y los ejércitos nacionales que marcharon a Paraguay, Córdoba, Alto Perú y la Banda Oriental se suponía que serían portadores de un mensaje revolucionario.

Se dice que la revolución se redujo a Buenos Aires. Empezó en Buenos Aires, siempre se empieza por algún lado: París, San Petersburgo, Sierra Maestra. Por cierto: los primeros en cuestionar los cambios porque eran exclusivamente de Buenos Aires fueron los funcionarios coloniales españoles en el ayuntamiento abierto el 22 de mayo. Una vez leí que un revisionista criollo no es más que un viejo súbdito español que monologa su nostalgia por los tiempos de dominación monárquica de los austriacos y los borbones. Es un chiste, pero a partir de Freud ya sabemos muy bien lo que pasa con los chistes.

Quienes afirman que una nueva sociedad sólo puede nacer a través de la violencia, supuesta partera de la historia, les recordarían que si bien los días del 25 de mayo fueron relativamente pacíficos, entre otras cosas porque los funcionarios coloniales no tenían nada que resistir; A las pocas semanas, el horizonte que se abrió a la revolución fue la guerra: guerra en la Banda Oriental, guerra en el Paraguay, guerra en Córdoba y el Alto Perú. Guerras revolucionarias y, por si fuera poco, guerras civiles.

En otra escala histórica, podríamos pensar en algo más que una fecha revolucionaria en un período histórico marcado por cambios revolucionarios. Pensemos, por ejemplo, en la revolución como un proceso, un proceso creativo que se abre en el Río de la Plata en 1806 con las invasiones inglesas y se cierra alrededor de 1820. La revolución como proceso o como problema. Una revolución que exige ser estudiada en su singularidad y universalidad. ¿Ilustración, ilustrado, liberal? No creo que sea malo. ¿O tal vez preferirías que hubiera sido inquisitorial, monárquico, restauracionista?

Recurriendo a una metáfora común, podemos decir que a partir de 1806, los vientos de la historia sacuden el Río de la Plata y la prolongada siesta colonial se estremece con el ritmo acelerado y –para algunos– despiadado del cambio. En tres o cuatro años suceden cosas que no sucedieron en doscientos. Llegan los ingleses, la monarquía española se desploma.

Lo que parecía consistente y firme se revela en toda su fragilidad. Todo lo que se conocía, lo que era habitual y rutinario se altera, se transforma. La aceleración de los tiempos. “Todo lo sólido se disuelve en el aire”. Y en este contexto, los hombres se ven obligados a tomar decisiones con conocimientos incompletos y más dominados por incertidumbres que por certezas.

“Fue una revolución”, dice José Luis Romero y no se equivoca. Lo mismo afirma Tulio Halperín Donghi. Una revolución con sus alcances que son visibles y sus límites que no fueron pocos. Una revolución con milicias populares, con ejércitos nacionales, con intelectuales y hombres de acción, líderes políticos y líderes militares, héroes y villanos, mártires y verdugos.

Una revolución como proceso que abrió un rumbo histórico, en 1810, y un camino sinuoso y contradictorio –como no podía ser de otra manera– que declaró la independencia “de España y de toda dominación extranjera” y, en algún momento, anunció que la revolución ha llegado a su fin y se imponen las exigencias de un orden, un orden que no será ni cómodo ni fácil de forjar, pero que en todas las circunstancias estará marcado por las convulsiones, los temblores, el dolor y las esperanzas abiertas en aquellos años en los que La tormenta desatada por la historia exigió que los hombres estuvieran a la altura de las circunstancias.

“Fue una revolución”, dice José Luis Romero y no se equivoca. Lo mismo afirma Tulio Halperín Donghi. Una revolución con sus alcances que son visibles y sus límites que no fueron pocos. Una revolución con milicias populares, con ejércitos nacionales, con intelectuales y hombres de acción, líderes políticos y líderes militares, héroes y villanos, mártires y verdugos.

 
For Latest Updates Follow us on Google News
 

PREV Los apellidos con los que se puede solicitar la ciudadanía portuguesa – .
NEXT “No esperaba la nota más alta” – .