Sin hoja de ruta para la acción › Cultura › Granma – .

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Foto: JORGE

Marlon Brando cuenta en su autobiografía que, una noche, él y su entonces pareja se despertaron y encontraron a una mujer completamente desnuda parada frente a su cama. Como era de esperar, le costó mucho convencer a su acompañante de que no conocía a la mujer desnuda. Brando nació en abril de 1924, el mismo año en que los adolescentes Richard Loeb y Nathan Leopold secuestraron y asesinaron a un niño de 14 años, Bobby Franks, en Estados Unidos. Era una época en la que a la prensa blanca le gustaba alimentar rumores de mujeres blancas violadas por negros, a quienes describía en términos deshumanizantes.

La madre de Marlon era alcohólica. En más de una ocasión el actor recordó el sentimiento de abandono que le provocó su enfermedad. Su padre tampoco ayudó mucho. Sin mayores problemas económicos, era más una ausencia que una presencia en la casa, y mientras estaba allí se encargaba de burlarse de su hijo por sus modales. La hermana de Marlon recordó una familia en la que no existía el perdón.

Conocer ese pasado puede ayudar a iluminar el desempeño de Brando. También su actitud dentro y fuera del escenario, y su pose de macho alfa. Actuó con todo su ser, como un buen discípulo del método. No dejó nada fuera. Lo hizo de tal forma que se convirtió en uno de los grandes actores del siglo XX. Inmenso en obras como En el muelle (Nido de ratas) o Un tranvía llamado deseo, tenía fama, con razón, de ser un dolor de cabeza para directores y productores.

Dicen que en Apocalypse Now hizo todo lo posible para enojar a Coppola. Ella se presentó en el lugar donde estaba filmando con algunos kilos de más, para interpretar a un personaje que originalmente se suponía que sería atlético. En pleno rodaje se afeitó la cabeza, para desesperación del director, que no lo había previsto en su guión. Marlon Brando insistió en no aprenderse sus líneas e improvisar continuamente. Coppola acabó poniéndose un micrófono en el oído para susurrar las palabras mientras actuaba. Para ocultar el artefacto, el director ordenó a los iluminadores que rodearan al personaje de Brando, el coronel Kurtz, con sombras.

El resultado de tantas tonterías fue un aterrador coronel Walter Kurtz, proyectando sombras, apenas locuaz, casi minimalista para otro actor, pero no para Marlon. Brando era simplemente un animal actoral que dominaba su oficio de tal manera que todo se convertía en Arte, con mayúscula.

Tanto en la ficción como en la vida, Brando representó el antiintelectual capaz de dejar huella en el pensamiento de más de una generación; ese personaje que te hace pensar que tal vez el gran pensador no existe.

Quizás nos equivoquemos al esperar, en todo momento, a que alguien nos guíe y, simplemente, no existe un mapa para la gran rebelión; esa nostalgia occidental que nos condena a ser eternos niños anhelantes de un tutor que nos diga qué hacer. La gran rebelión se lleva a cabo sin una hoja de ruta escrita de antemano, que nos diga, en cada momento, qué hacer y cómo hacerlo. No existe una hoja de ruta en ninguna acción. No existe una hoja de ruta en ninguna acción. En ninguna ciencia existe una hoja de ruta. Lo que hay es un método, que parece el mismo, pero no lo es. A lo que más podemos aspirar es a implicar todo nuestro ser en lo que hacemos, sin dejar nada fuera. Y ya de paso, no dejemos de acariciar a ese gato de la realidad deseada, de la que no sabemos si nos dará el visto bueno, en forma de ronroneo.

 
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