Un siglo vendiendo pimentón en el mercado de San Blas

Viernes, 24 de mayo de 2024, 07:36

Enrique Gil recogió el testigo de manos de su padre, encargado de la Casa del Pimentón, casi sin querer. Había correteado entre los sacos y las especias desde que dio sus primeros pasos y había decidido que ya había pasado suficientes horas allí, que quería otro trabajo. «Cuando no estudiaba mi padre me castigaba y me llevaba con él a la tienda, y cuando sacaba buenas notas, como tenía vacaciones y tanto mi padre como mi madre estaban en la tienda, yo también tenía que ir porque no No podía quedarme solo en casa. Entonces decidí dedicarme al mantenimiento, me capacité y lo que quería era montar un negocio de electricidad”, recuerda Enrique.

Pero ese planteamiento se vino abajo cuando, mientras ya trabajaba como electricista, su padre les dijo a Enrique -y a su hermana- que iba a vender el negocio porque ya era hora de jubilarse. Enrique estaba triste porque la familia perdió el negocio que su bisabuela había fundado a finales de los años 1920, por lo que -a pesar de tener ya su vida encaminada hacia otras metas- le dijo a su padre que lo dejara. probar. “Me contrataron con mi padre dos años, aprendiendo teóricamente, pero claro, me di cuenta que ya sabía todo porque estaba aquí desde niño”. Por eso, cuando llegó el momento de hacerse cargo de todo, no hubo el más mínimo problema, “aunque la perspectiva cambió porque me di cuenta de todo lo que hay detrás de un negocio. El tema de los trámites es muy costoso, y eso ha ido aumentando con el tiempo. Cuando mi padre estaba allí era más joven, pero ahora…

Todos los trámites administrativos son los más duros para Enrique, que señala que ha tenido que cumplir normativa incluso “sobre cómo tengo que vestir en la tienda…”.

El tema burocrático y administrativo no es lo que más ha cambiado con el tiempo, también han cambiado los hábitos y con ello el tipo de venta: “Antes lo que más se vendía, por ejemplo en tiempos de mi padre, era el pimentón y las especias que eran utilizado para el sacrificio. En invierno había mucho más trabajo para eso, pero ahora es diferente, ahora vendemos más a restaurantes y carnicerías, y a algunas empresas cárnicas”, señala, aunque lo cierto es que la venta al por menor no se detiene en el establecimiento. , el flujo de clientes es constante. Unos llegan sabiendo lo que quieren, otros preguntan (por ejemplo, si el romero también tiene propiedades beneficiosas para el rostro), y todos son tratados con amabilidad y conocimiento. “Hay que reconocer que tenemos suerte, porque la gente nos valora”, señala con satisfacción Enrique, “ofrecemos una calidad y especialización que no se encuentra en los supermercados y, casi siempre, más barato”, admite, y hace referencia a una anécdota de el verano pasado: “Cerramos dos semanas por vacaciones y a la vuelta una señora que una vez nos había dicho que nuestros precios estaban altos me dijo ‘Dios mío, compré (una especia) en el supermercado, qué mala está, y ¿Qué es más caro? Eso es algo que me reconforta porque la gente se da cuenta de lo que hacemos y cómo lo hacemos”, afirma Enrique Gil, quien afirma que su trabajo se limita -que no es poca cosa- “a buscar el mejor producto y ofrecerlo a precios asequibles”. . El hecho de comprar grandes cantidades -normalmente por sacos- permite acceder a buena calidad a un precio competitivo “y como compro mucho, normalmente, los proveedores no dejan de abastecerme como cuando hay escasez. “Normalmente me atienden bien, aunque sea una pequeña cantidad me la pueden vender”.

Especialización

Otra de las virtudes de ‘La Casa del Pimentón’ es la especialización, y en eso Enrique -como miembro de la cuarta generación de la familia al frente del negocio- lo tiene más difícil que sus antepasados. «Antes se utilizaban muchas menos especias, pero sabíamos muy bien para qué servía cada una. Ahora hay muchos, pero no sabemos cómo utilizarlos”, explica. “Hay veces que un chef ha utilizado una especie rara en una receta que ha hecho en la televisión y la gente viene a pedirla, pero no sabe cómo utilizarla”, y afirma, “en este caso, la A más información, menos sabe la gente, porque lo que falta es formación.

En cualquier caso, Enrique Gil se muestra muy satisfecho con la decisión tomada en su momento. Aunque no sabe si encontrará el relevo en sus sobrinas, está contento con su trabajo y cree que entre sus clientes también “hay gente que viene a Logroño una vez al año, pero aprovechan para comprar aquí, porque como la mayoría de los productos tienen una fecha de caducidad muy larga…”

De momento se mantiene cómodo llevando el negocio y reconoce que si le toca la lotería “seguiría trabajando… pero sólo por las mañanas”, bromea.

Olores y sabores de otros mundos transmitidos por cuatro generaciones

El sótano de la Plaza de Abastos (Mercado de San Blas) esconde un pequeño tesoro en su fachada en la calle Sagasta. Doña Eusebia llegó a Logroño procedente de Santo Domingo para vender su pimentón y sus especias en los mercados. Cuando se inauguró el Mercado de Abastos los vendía adentro, pero en un puesto abierto. Fue unos años más tarde cuando la familia consiguió un local en el segundo piso y luego ocupó el pequeño local en la fachada que da a Sagasta. Los integrantes de cuatro generaciones de la familia Gil han ido dando vida al negocio y ofreciendo un olor atractivo a clientes y transeúntes. Del pimentón de matadero, han ido pasando a otras especias alimentarias procedentes de rincones recónditos del mundo, para atender a un público que demanda más variedad.

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