¿Nunca salimos del horrible Chile? – .

¿Nunca salimos del horrible Chile? – .
¿Nunca salimos del horrible Chile? – .

Releer la correspondencia de Enrique Lihn con Pedro Lastra es un viaje al pasado personal e intransferible y al colectivo. En mi caso, volver a ese diálogo epistolar supone someterse a una doble operación: literaria y psicoanalítica. Me imagino que algo parecido les debió pasar a quienes leían con avidez las novelas de Proust porque esas novelas narraban sus vidas, habían sido protagonistas o personajes secundarios, pero esas historias eran sus historias, esas vidas habían sido suyas.

En sus cartas, Lihn cuenta a su amigo el día a día de este poeta que decidió no exiliarse durante los años de la dictadura. O mejor dicho, que nunca tomó la decisión de irse definitivamente. Evoca, con detalle, la agotadora tarea de recolectar unos pesos para sobrevivir en un país en el que el campo cultural quedó enterrado bajo las botas, las facciones y las pandillas. En 1976 escribe: “…La alternativa de estar preso en las cloacas de Chile es demasiado oscura. Acabo de recibir una carta pidiéndome que renuncie a parte de mis míseros honorarios para evitar la expulsión del Profesor X, que tuvo que ser sacrificado por razones económicas. Pasado mañana puedo ser yo quien indirectamente pase el frasco si eso le parece conveniente a Mario Góngora. Desde hace años, el miserabilismo ha ido acompañado de la más abrumadora represión moral e intelectual”. Pide contactos, un curso, un taller, un recital… cualquier cosa para no quedar atrapado en las cloacas de Chile.

En esa cloaca los de mi generación éramos adolescentes, entramos en la vida universitaria y literaria. En esa cloaca muchos tuvimos la suerte de conocer a Enrique Lihn. Al releerlo ahora, uno recupera inmediatamente el sentimiento de agobio y de derrota permanente cuando uno tiene diecisiete o veinte años y vive en un lugar donde la palabra “futuro” no existe. Por la sencilla razón de que la vida social (seas médico, escritor o agricultor) ha sido trazada, planificada año tras año y generación tras generación, incluso en sus aspectos más íntimos: los del pensamiento y la expresión de ese pensamiento. Lihn retrata en estas cartas mejor que nadie esa atmósfera opresiva, plana y peligrosa al mismo tiempo, propia de cualquier dictadura. “Sospecho que usted ha tomado la decisión de no regresar a este país, donde la literatura y sus respectivos ataques teóricos soportan una existencia fatídica. Su editorial permanece silenciosa como una tumba blanqueada y todo se orienta hacia las nuevas estrellas: Tomás MacHale, Campos Menéndez, Carlos René Correa (…) La muerte de Jorge Inostroza, como comprenderán, ha dejado de luto a la literatura nacional”.

Para completar la descripción agregue “el mundo” de los Huasos Quincheros, los Japening con Ja, el espectáculo muy surrealista de la selección nacional jugando un partido de fútbol contra nadie, es decir, contra un equipo ausente de la Unión Soviética, que se negó a venir al Chile de Pinochet. Etc. La cuestión es que Lihn, abrumado por toda la precariedad y miseria, decide quedarse en ese país del que clama salir. “Siempre siento un gran deseo de que me echen y me obliguen a ir al extranjero”, escribe. Y también: “Creo que nunca saldré realmente de Chile”. Es el modelo mismo del “poeta del exilio interior”. Mucho más que Parra (que también se queda). Pero Parra fuera de Chile no sería Parra. Lihn “sabe” que Chile es letal y al mismo tiempo indispensable para él. “¿Crees que extraño Chile o algo que me pasa allí?” Se confiesa a Lastra desde Madrid, en 1987.

Afortunadamente para nosotros se quedó, porque lo que “le pasó allí”, me atrevo a adivinar, fue un lugar en el mundo, o sea un mundo, una lengua para formular ese mundo (chileno, que no es lo mismo que español). ) y sin duda alguna gente… Para los que empezamos a escribir “allí”, sin duda Lihn fue una especie de guía que te hacía pensar que, en algún lugar, había un futuro. Ese lugar estaba escribiendo. La poesía de Lihn es vasta y variada; sus novelas, chistes reales y laberintos. pero el es conocido Urbi et Orbi para un solo poema, cuya primera estrofa dice: “Nunca salí del Chile horrible / Mis viajes que no son imaginarios / tardíos, sí -momentos de un momento- / no me arrancaron del páramo / remoto y presuntuoso”. Los que dejamos el páramo, remoto y presuntuoso, y los que nos quedamos, le debemos en gran medida un torturado y errático sentimiento de pertenencia, una forma única de detestar a Chile, al mismo tiempo que lo amamos.

 
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