La falsa idea de que Tlaxcala es un laboratorio donde se experimentan variables para provocar cambios en el sistema político. No existe ningún registro del que se derive evidencia alguna de que algo así haya ocurrido.
La premisa de que el avance de la democracia es producto de las acciones de Salinas de Gortari es una falacia. Toman como referencia los acuerdos por los que se transfieren a la oposición gobernaciones y cargos en el Congreso.
Exgobernadores del PRI afirman que fueron las bases del Partido Revolucionario Institucional las que exigieron la democratización. En consecuencia, se produce la salida de grupos de militantes que luchan y ganan la gobernación.
Es un mito que en Tlaxcala esté probada la idea de que una mujer puede llegar a ser presidenta de la República. La candidatura de Maricarmen Ramírez fue un capricho por la forma en que su esposo gobernador la convirtió en senadora.
En Tlaxcala se afirma que un gobernador del PRI preparó el terreno para que el PRD asumiera la gobernación. Quizás por eso la clase política local ha sido la misma desde el siglo pasado.
El peso político electoral de Tlaxcala a nivel nacional es simbólico. De ahí que cualquier cambio que se registre no tiene trascendencia en la vida pública del país. A pesar de que se afirma y confirma que en Tlaxcala el amor se paga con amor.
La vida política de Tlaxcala se mueve en una concepción muy tradicional en la que el peso de las familias y compadrazgos juega un papel importante. Siempre se han utilizado los partidos políticos.
De ahí que hasta ahora la cultura política siga siendo la misma. En términos político electorales la entidad ha estado más a punto de convertirse en un museo que en un laboratorio.