Si cada Gobierno es recordado por dos o tres hechos, sin duda el de Iván Duque tendrá entre ellos el paro nacional del 21 de noviembre de 2019. En un país con sindicatos débiles y presidencialismo fuerte, el llamado de las centrales obreras a una movilización Parecía un paisaje. Desde 1975, casi medio siglo antes, ninguna huelga convocada por los sindicatos había afectado significativamente a un gobierno. El de 2019, en cambio, no sólo marcó un Gobierno que sólo pudo recuperarse de forma incompleta y temporal gracias a la pandemia, sino que también abrió la puerta a dos años de movilizaciones sociales, a manifestaciones de grandes cambios en la sensibilidad social y a primeras elecciones. de un presidente de izquierda en la Colombia contemporánea. Fue una huelga que cambió la historia del país.
Nació de la forma más habitual. En 2018, luego de que el uribismo recuperara la presidencia con Duque, las grandes confederaciones obreras, organizaciones campesinas, indígenas, afro, de mujeres y estudiantiles comenzaron a reunirse. Luego vino un primer año negativo para un Gobierno que vio hundida en el Tribunal Constitucional una reforma tributaria que quería aumentar el IVA, que se negó a negociar burocracia o representación política con los partidos que lo apoyaron en la segunda vuelta contra Gustavo Petro, y que había Reducción del impulso para la implementación del acuerdo de paz de 2016.
El presidente, un joven abogado que había entrado en política como senador en 2014 y había vivido durante casi una década en Estados Unidos, era impopular. Sin capital político propio, dependía de su padrino, el cada vez más desacreditado expresidente Álvaro Uribe. El viento soplaba más a favor de la oposición y de los críticos del Gobierno, entre ellos el entonces senador Gustavo Petro, que había perdido la presidencia en segunda vuelta y había anunciado que no sería un congresista centrado en los debates legislativos, sino en los asuntos sociales. movilización. .
Organizaciones sociales, que habían visto las protestas en Chile y Ecuador, convocaron a un paro nacional desde principios de octubre, contra varias políticas anunciadas por Duque y su gabinete que convocaron paquete. La fecha fue justo después de las elecciones regionales de finales de ese mes, en las que el uribismo fue derrotado y perdido incluso en sus bastiones de Medellín y Antioquia.
Una semana después, en un debate sobre una moción de censura que parecía destinada al fracaso -como suele ocurrir en Colombia- sucedió algo inesperado: el senador Roy Barreras, quien completó su transición de ser uribista triple A en 2008 a incorporarse a las filas. de la oposición. de izquierda, reveló que siete menores de entre 12 y 17 años habían muerto en un bombardeo militar, que Duque había calificado de “operación impecable”, y que el Gobierno lo había ocultado al país. El entonces Ministro de Defensa, Guillermo Botero, renunció ante una inminente derrota que lo destituiría de su cargo. La indignación fortaleció el llamado.
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Y luego vino el mayor error del Gobierno: darle protagonismo al desempleo. Declaraciones en la prensa, tuits del presidente y sus ministros, un comunicado oficial de Uribe y su partido: todo empezó a calentarse en el momento del paro. El presidente se sentó con los sindicatos, se desmarcó de los anuncios de sus ministros y buscó quitarle fuerza a la movilización, colocándola al mismo tiempo en el centro de la agenda pública. El llamado surgió de los círculos cercanos a las organizaciones que impulsaron el paro y se instalaron en el centro de la agenda pública.
El 20 de noviembre, un día antes de la fecha anunciada, el Gobierno allanó medios de comunicación alternativos y contempló cerrar las fronteras, mientras escuelas y universidades cancelaban clases. La huelga se hizo sentir, tanto por la falta de actividades en muchos lugares como por la magnitud de las movilizaciones, que se concentraron en algunas zonas de las ciudades. Fue lo suficientemente fuerte como para que el comité de delegados de las organizaciones que se reunieron apoyaran la salida nuevamente al día siguiente, un viernes. Y el sábado, al tercer día y cuando parecía que la movilización empezaba a perder fuerza, un capitán de la policía mató a un manifestante, un joven de 18 años llamado Dilan Cruz, disparándole un arma menos letal.
La muerte de Cruz marcó el destino de las movilizaciones. La violencia policial ganó protagonismo entre los motivos, las marchas se repitieron casi todos los días. Llegaron a zonas de las ciudades diferentes a las habituales. Hubo enfrentamientos ocasionales con la policía, vandalismo, toques de queda. Las sentadas pacíficas se replicaron. No sólo salieron sindicalistas y estudiantes, indígenas y militantes de izquierda, sino miles de personas espontáneas. Se convocaron protestas con cacerolazos, incluso en los barrios de clase alta.
Aunque las movilizaciones disminuyeron en torno a la Navidad y las cuarentenas iniciadas en marzo de 2020 fueron frenadas por la pandemia, el descontento no hizo más que crecer con la crisis económica, el hambre y el desempleo. En septiembre de 2020, otro caso de violencia policial, el asesinato de un abogado llamado Javier Ordóñez por varios policías, desencadenó nuevas jornadas de protestas y violencia. Y aunque las organizaciones del comité fueron perdiendo liderazgo, como quedó claro cuando convocaron a un paro nacional el 21 de noviembre de 2020 y la asistencia fue baja, el descontento llegó para quedarse, y la sensación de que era posible manifestarse con éxito. y fue implantado. Ese fue un cambio importante en la sociedad colombiana.
La misma sociedad que volvió a explotar en abril de 2021 por una nueva propuesta de reforma tributaria del Gobierno, nuevamente con la idea de aumentar la recaudación del IVA, cuando la economía hasta ahora se recuperaba de la crisis por la pandemia. Hechos como los de 2019 se repitieron, pero quizás a mayor escala. Durante tres meses hubo un aumento de la violencia policial y contra la policía, saqueos, informes de tortura y asesinatos. Varias carreteras fueron bloqueadas en todo el país y Cali quedó prácticamente sitiada. Pero al mismo tiempo hubo aún más conciertos y actividades culturales. Era una sociedad diferente.
Tan diferentes que las elecciones de 2022 marcaron la primera vez en la que los candidatos de los partidos tradicionales o del uribismo no estuvieron en la segunda vuelta. El centro político también acabó desplazado. En su lugar no quedó sólo la izquierda, a la que pertenecía buena parte del comité de huelga, con Petro. También una figura populista de derecha, Rodolfo Hernández, ex alcalde de Bucaramanga que llegó a la segunda vuelta como forastero críticos tanto con el Gobierno de Duque como con las fuerzas más alineadas con el paro.
Una segunda vuelta sin precedentes, seguida de un gobierno también sin precedentes, apunta al cambio en la sociedad. Pero él no es el único. En estos cuatro años Jennifer Pedraza pasó de ser líder estudiantil a congresista, y rescata una lección de la huelga: “La importancia de un movimiento social activo, que hoy nos falta. La política y la democracia pasan por las urnas, pero no acaba ahí”, concluye.
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