Los libros Secretos para Contar llegan al último rincón de Antioquia

Los libros Secretos para Contar llegan al último rincón de Antioquia
Los libros Secretos para Contar llegan al último rincón de Antioquia

02:15 a.m.

Hace mucho tiempo, cuando los caminos aún eran caminos de herradura y los campesinos recorrían las montañas por miedo a toparse con algún extraño, una recua de mulas logró atravesar la última montaña con la caja que llevaba y dentro de la cual había algo tan poderoso que sería capaz de romper el hechizo y llevar a quien lo tuviera en sus manos a lugares que nadie había pisado antes.

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La caja que hace magia ha rodado desde entonces por todos los rincones del departamento, ha entrado a los hogares de 210.000 familias antioqueñas y ha quedado para acompañar las clases de los alumnos de 4.200 colegios. El arquitecto de esta ilusión es Fundación Secretos para Contarque nació hace 20 años con la misión de construir bibliotecas y sembrar nuevos lectores que pudieran manejar el “poder” que viaja dentro de las cajas: libros de todos los colores y conocimientos.

En estas dos décadas Secretos para Contar ha distribuido unos ocho millones de libros -es posiblemente la mayor editorial del país- en los lugares más recónditos, en los extremos del mapa, donde a fuerza de luchar contra las olas hertzianas y las mulas bien calzadas alcanzar.

No importa si hay que llegar en barco, a caballo, en cabra o a pie, o si los colegios que son los lugares de reunión están a dos o tres días de distancia, siempre llega un libro de Secretos para Contar.

—La escena que me parece más bella es la del campesino que, después de las reuniones, se sube a su mula con un libro bajo el brazo. Allí lleva su pasaporte, porque Los libros le muestran que el planeta no es sólo el lugar donde viven. La lectura los hace habitantes del mundo, ha ayudado al campo a saber que no estamos solos”, dice Néstor Úsuga, profesor de la Institución Educativa Pedro Nel Ospina de Ituango, donde el mes pasado se realizó el último encuentro en la localidad de La Granja.

Ese fue el sueño cuando todo nació en 2004. Bajo la dirección de Lina Mejía Correa y varias instituciones y familias benefactoras, se plantearon varias preguntas: ¿qué leen las familias rurales, o no tienen libros, o tal vez no tienen? ¿Hay bibliotecas en las escuelas rurales? Después de estudiar el tema en profundidad, concluyeron que los agricultores aprenden a leer los conceptos básicos en la escuela (recetas, documentos oficiales, notificaciones, listas de mercados), pero fuera de eso. No tienen nada que leer y mantienen el hábito.

Otra conclusión fue que tienen un profundo respeto y recelo por la palabra escrita, es una especie de algo sagrado y muy lejano para ellos. Por eso, con el paso de los años, la gente se olvidó de leer.

La Fundación se basó en estudios que revelan la alta probabilidad de que los niños lean con frecuencia cuando sus padres tienen una biblioteca en sus casas y se practica la lectura en familia. También visitaron escuelas y comprendieron que los estantes de las aulas tenían poco material, guías viejas, con páginas amarillas y gastadas que sólo provocaban bostezos. Los profesores tenían poco espacio para enamorar a sus alumnos de la lectura, y después de clases, la cocina, el azadon y el machete ocupaban las manos de los chicos que casi nunca volvían a coger un libro.

Es por eso que el diagnóstico y la solución comenzaron a perfilarse con claridad: el campo merecía atención urgente en términos de acceso al conocimiento y a la educación; y la mejor manera de empezar a ganar ese pulso era traer bibliotecas que se quedaran en los hogares y se convirtieran en un miembro más de la familia. La siguiente pregunta fue qué libros traer. Hubo textos introductorios, coloridos y didácticos, pero de México y España que hablan del maguey, el agave, los pistachos o los cerezos. Era necesario llegar a esos rincones remotos y hablar el lenguaje cotidiano de la gente del campo, de sus cultivos de maíz, frijol y yuca, de las quebradas, los charcos y el arroyo menguante, del Hojarasquín de la montaña y del curas de herbolario. Ese contenido había que crearlo para poder tirar el anzuelo. Entonces, además de conseguir libros donados, la Fundación decidió crear un proyecto editorial que produjera contenidos dirigidos a hogares rurales, explorando sus gustos y afinidades para brindarles material que fuera de su interés.

Así nació la magia. Esta enorme editorial ha distribuido personalmente en estos 20 años algunos ocho millones de libros En 4.200 escuelas, ha conseguido que 210.000 familias rurales adopten varios libros y ha construido una potente red de más de 50 promotores de lectura que distribuyen los 250.000 ejemplares de cada nueva colección durante dos años para que las bibliotecas se renueven.

Se parecen a la familia de gitanos de Melquíades que cada marzo plantaban una tienda de campaña cerca de Macondo para dar a conocer con gran estrépito de pitos y timbales la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia.

Con más de 100 aliados públicos y privados, La Fundación ha financiado la producción de 27 títuloseditado por ellos y cuyos temas han sido propuestos por los mismos habitantes a quienes ya han dado textos anteriormente.

Es decir, las familias son quienes deciden qué temas quieren abordar en los nuevos volúmenes. Que sean libros contextualizados para el público que los lee ha permitido que el padre de familia que había dejado de leer hace mucho tiempo recupere el interés por aprender.

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Los textos abordan un sin fin de temas, desde primeros auxilios, gastronomía y salud, hasta Mitología y plantas medicinales. En una de las muchas reuniones en el campo se solicitó un libro con este último tema. Secretos para Contar se dio a la tarea de escribirlo, encomendando el apoyo científico a Álvaro Cogollo, director científico del Jardín Botánico, y la ilustración al Herbario de la Universidad de Antioquia. Cuando salió del horno y lo repartieron en el resguardo Cristianía en Jardín, uno de los taitas, que desde entonces lleva ese libro en su mochila, dijo: “Es lo único bueno que ha hecho el hombre blanco”..

Cada detalle de la colección está cuidadosamente planificado, su maquetación, su contenido, el diseño, la calidad del papel y la encuadernación. Es que ese olor nuevo cuando destapas un libro es lo que primero te enamora. Por eso cada entrega en una escuelita perdida entre las montañas es el evento social del año en los senderos.

Los campesinos se ponen los mejores looks, cogen la mejor mula y reciben a la caravana con actividades y comida. La lectura también se convirtió en el pretexto para recuperar la práctica ancestral de compartir. La Fundación también distribuir vasos para personas mayores que tienen presbicia y complementa la oferta con diccionarios para encontrar el camino si alguien se pierde en medio de un libro.

El impacto de esta iniciativa se ha medido cada dos años. La Fundación afirma que cuando empezaron, sólo el 24% de las familias tenían el hábito de leer mensualmente. En las últimas mediciones más del 78% tiene hábito de lectura entre diario y semanal. Hay signos de aumento de la frecuencia lectora y de los procesos de alfabetización y de reversión de la alfabetización, es decir, que los niños también ayudan a las personas mayores a aprender o retomar sus hábitos lectores.

El profesor Néstor Úsuga, de Ituango, dice que los talleres de lectura son mágicos porque acercan la palabra a través del juego, enseñan a jugar desde la palabra y no solo desde el lenguaje escrito. Los promotores enseñan a acercarse a los libros, a encontrar los mitos y leyendas, los personajes, las historias del campo, la naturaleza, el cuerpo humano y personas de otros lugares.

—La lectura no iba a venir por obra y gracia del Espíritu Santo. Había que acercarlos poco a poco a las palabras, desde la sorpresa, desde la magia. La forma de viajar son los libros. Leer es jugar. Estamos entusiasmados de que juntos podamos aprender”, afirma. Los ejercicios de lectura en voz alta reviven en el campesino, dice Néstor, el amor por contar sus historias. Esa es la verdadera magia, la que rompe el hechizo del miedo y el silencio en las montañas.

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—Una vez estábamos leyendo el libro Con los pelos de punta, sobre mitos y leyendas de Colombia y otros países. Eso motivó a los campesinos a transmitir sus propias historias, el ejercicio termina abriéndoles las puertas a contar lo que saben.

Y concluye. —En el campo hay mucha tradición oral que se está perdiendo porque los viejos mueren con sus historias. Siempre nos han enseñado el silencio por las malas. La lectura es también un efecto de catarsis, de hablar, para que las historias nunca más mueran.

 
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