“Un libro tiene que matar… – .

“Un libro tiene que matar… – .
“Un libro tiene que matar… – .

La laureada escritora, dramaturga y poeta argentina Fernanda García Lao (Mendoza, 1966) ha estado viajando en los últimos meses desde Barcelona a varios puntos de España para promocionar su último libro de cuentos, teoría del tacto (Candaya, 2023). En estos viajes, la autora se reencuentra con lectores, amigos y algunos familiares de su familia materna antes de migrar a Argentina. Así recuerda una de “las cosas más curiosas” que le han pasado como narradora: haber inventado un personaje y luego saber que en realidad era alguien de su árbol genealógico. “Rosa Cuevas”, me dice, “es un personaje, y resulta que no es inventada, porque de alguna manera está en mi genética, entonces hoy ya nada me sorprende”.

Esta reconstrucción migrante se vive en estos relatos donde la ficción “es una obra arqueológica” y, al mismo tiempo, una suerte de causalidad mágica. “Eres una especie de adivina”, le comenté a Fernanda en la conversación que tuvimos sobre su nuevo libro, a lo que ella respondió: “Si te fijas, todos somos adivinos. Los hombres también. Uno decide negarlo, pero la vida está llena de señales”.

teoría del tacto Es un libro que ha tenido cierta destilación fuera del llamado “auge de escritores latinoamericanos”, ese segmento que narra desde lo fantástico, el terror y el gótico latinoamericano. “Siempre me interesa lo fantástico, pero mucho más lo extraño que lo fantástico. Me interesan más los perversos que el terror”, afirma García Lao, quien, además de otros dos libros de cuentos y tres poemarios, ha firmado novelas como Hambriento (2005), El algo más perfecto (2007), Vagabundos (2011) o Sulfuro (2022). “También me parece que, seguramente, era necesario sacudir las cosas para muchos narradores, y es genial que lo hayan hecho, pero es un peligro quedarse folclorizado. Como mujeres, hasta que no nos demos permiso para desobedecer lo que ahora se supone que debemos escribir, no nos vamos a liberar completamente de estar sometidas a la mirada de lo que se espera de nosotras”, añade.

La naturaleza y el erotismo de lo perverso son algunos de los elementos que confluyen en varios de los 29 relatos que componen el libro, herencia de las lecturas surrealistas de la adolescencia del autor, donde lo humano no asume el protagonismo. Estos recursos, dice García Lao, son también “una apuesta política, porque somos absolutamente ignorantes si pensamos que hay supremacía humana sobre el resto, y es una forma de interpretar un mundo en integración con esos otros universos”. En ese sentido, destacan historias como ‘Las Crueles’, donde se traen del viejo mundo unos lirios con aires de grandeza ante la barbarie del sur; o ‘La gracia del mundo’, donde un libro tiene la capacidad de provocar la muerte a un lector.

“Cada historia puede leerse en diferentes niveles y asimilarse según la capacidad o el deseo del lector”, afirma el escritor. “Calculo que la lectura funciona de manera diferente para todos. De hecho, eso me encanta. Cuando recibo un comentario personal y me dicen que esta historia es más terrible que otra, nunca coincide con lo que pretendía contar, porque cada persona se ha encontrado con un miedo diferente, el que le habla directamente”.

El poder del libro en la sociedad del espectáculo

Decíamos que en ‘La gracia del mundo’ un libro mata a un lector, y en esa historia ni la hija ni la madre del fallecido quieren recordar el título de la obra asesina para poder sobrevivir. Fuera de la ficción, para García Lao un libro “lo primero que tiene que matar son los lugares comunes”. No en vano siempre le interesaron los textos que “venían cargados de preguntas, preguntas sobre quién es uno”.

Los libros, dice el autor, son filosofía en acción y un juego de teoría con el tacto. “Las cosas parecen casi contrarias o no manejadas en el mismo plano, y creo que hay algo ahí que te conmueve”. Por supuesto, hay libros que se mueven desde un lugar casi benigno, pero la escritora argentina va más allá: es de lo que hablaba Emily Dickinson, de esa descarga que tenía de producir un poema, como si te arrancara la cabeza.

A Fernanda le gusta pensar que los libros tienen esa capacidad de influirnos, y ahí cree que radica su eficacia: “Los libros, no es cierto que no sirvan para nada. Lo que no sirve es la vida que llevamos habitualmente. La literatura que me importa, así quiero ser. Y es una obra muy íntima, uno de los últimos lugares de intimidad que nos podemos permitir en esta espectacular sociedad en la que cada uno actúa por alguien. Estar a solas con un libro es un acto radical de libertad”.

Sin embargo, el escritor cree que estamos perdiendo esa libertad al entrenar la mente con todos los algoritmos y formas de consumo que nos hacen dejar la imaginación a un lado. “La domesticación”, dice Fernanda, “ha llegado a tales extremos que nos vemos obligados a trabajar para algoritmos. Así que el antiguo temor a la robotización hoy parece casi ingenuo, porque al menos el robot tenía un cuerpo. Era una imitación del cuerpo, sin embargo, ahora también estamos despojados del tacto. De ser tocado y tocado. Todo es esquivo, casi poético. Le falta material, porque se pervierte, se desgasta y deja de moverse”.

El amor de muchos de quienes escriben –o leen– tiene esa reafirmación y preferencia por el libro como objeto físico. “Este hecho de que tenga espalda tiene algo muy animal. El olor del libro, el subrayado, tener el mismo libro en diferentes ediciones. También hay algo en esa puesta en escena que es como una puesta en escena en el teatro. Comprar un libro viejo y encontrar que algunas páginas no han sido abiertas o cortadas”, dice el autor. Es entonces cuando se comprende el valor del libro: en ese poder de ser tocado como un cuerpo, se convierte en un artefacto erótico entre la imaginación y el tacto.

 
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