lectura oblicua – .

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Hace unos quince años nos mudamos de casa. En ese momento, mi esposa y yo pusimos todos los libros en la habitación que compartiríamos como escritorio. Todos juntos en la misma biblioteca, todo limpio y ordenado. Eran libros ya leídos, que habíamos elegido para que nos acompañaran como señal de hogar, sin mayores distinciones de quién los había comprado o traído.

Con el paso de los años, esa biblioteca se volvió desbordante y cada uno lo superó a su manera. Con sus compras, sus lecturas, sus aficiones. Los libros empezaron a salir de las estanterías, a salir de la habitación. En un momento, mi esposa instaló una nueva estantería en un pasillo. Ahí es donde terminaron sus libros; elegidos concienzudamente, ordenados por autor y país. Sin necesidad de permiso, fue cuando comencé a buscarlos; por derecho de lector consorte, por así decirlo.

Me encanta leer sus libros. Mi esposa es una lectora admirable. Curiosa, selectiva y apasionada. Del tipo que subraya líneas y escribe los márgenes. Simplemente abre cualquiera, y en las primeras páginas se indicarán los puntos que te interesaron, así como invitaciones para visitarlos. Las páginas están llenas de carteles, y muchos de ellos escritos con su letra diminuta y clara. Me gustan por eso y, además, y cabe destacar, porque compra y lee libros que yo nunca elegiría. No porque no me gusten, sino simplemente por desconocimiento, falta de curiosidad o mera distracción.

De esta manera me encuentro con libros que son pura sorpresa, pura novedad, elegida con mimo y justicia. Así, he leído con atención y placer a autores de los que sólo habría conocido algunos libros, algunos ecos. Leí todo sobre Virginia Woolf, con quien me había cruzado hace muchos años y sólo en Orlando. Y a Natalia Ginzburg, que para mí fue sólo una nota a pie de página en la literatura italiana, dominada en mi memoria por Pavese y Montale. Y una serie de autores irlandeses, de los cuales sólo habría dejado a Claire Keegan por pereza y perplejidad. Mujeres escritoras, es verdad. Alta literatura, sería mejor señalarlo. Si no fuera por esa manera indirecta de toparme con ellos, los habría perdido para siempre.. Alguien me señaló un tesoro con el que no me había topado.

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Pero hay algo más que agradecer en esta lectura indirecta, en estos encuentros impensables y casi clandestinos. Y son los subrayados. Mirar un libro subrayado es como mirar por encima del hombro de quien lee, iluminado por quien nos precede. Como quien escucha música cuya ejecución le da calidez o color propio a la partitura original.

En los libros, en la lectura aleatoria puntuada por el subrayado, nos dejamos llevar por alguien que nos ha precedido, y que con una especie de lámpara o cámara ilumina rincones, acentos y coloraciones del texto que podríamos haber pasado por alto. Lo que nos dicen estos subrayados sobre quién los elabora, cómo nos permiten espiar sus intereses y gustos, lo dejamos para otra nota.

*Premio Clarín de Novela 2022

 
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