“Si la moda te pide que seas rebelde y lo haces por eso, es un artificio, una mentira más del artista” – .

“Si la moda te pide que seas rebelde y lo haces por eso, es un artificio, una mentira más del artista” – .
“Si la moda te pide que seas rebelde y lo haces por eso, es un artificio, una mentira más del artista” – .
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El consejo de la escritora Ariana Harwicz, que acaba de publicar su primer libro de no ficción, “El ruido de una era”: “Suelta el lastre, resiste las convenciones y sé desobediente”.

El ruido de una época se llama el nuevo libro de Ariana Harwicz: una obra caleidoscópica que reúne impresiones, reflexiones, citas y datos sobre la escritura y la creación pero, sobre todo, celebra la posibilidad de repensar nuestro tiempo en un momento en que la velocidad que rige nuestras vidas y que muchas veces se refleja en los intercambios en las redes sociales anula con demasiada frecuencia la posibilidad de profundizar en el sentido.

Este es el primer libro de no ficción del autor, que también inaugura la colección de la editorial Marciana dedicada a este género. Y es una pieza preciosa, en la que Harwicz -una de las voces más celebradas de la narrativa argentina contemporánea- se propone interpretar las claves de un tiempo que impone una dinámica a veces contraria a la naturaleza de la creación: creación y escritura, sostiene, deben permanecer en un espacio “sagrado”ajeno a cualquier condicionamiento externo.

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El escritor argentino, residente en Francia, impactó en los últimos años con novelas como matate amor, Temprano cualquiera la mente débila lo que también se refiere en esta nueva obra: “¿De dónde salió ese infancia mórbidamente sexual en la mente débil¿De dónde salió esa pubertad infectada de erotismo adulto en Tempranode dónde salió esa adicción, esa depresión, ese cuerpo agredido, en matarte, amor. Viene de la música de las infancias y adolescencias que nos hizo vivir, o que vivimos involuntariamente. viene de esos abusos veladoscuando no teníamos palabras para entender”, explica en su nuevo libro.

En este caso, El ruido de una época cruza pensamientos y pasajes extraídos de artículos periodísticos, ensayos y entrevistas, a los que suma anécdotas de la vida de grandes escritores y artistas, en una síntesis novedosa, y que en su conjunto arroja nuevos significados.

En cuanto a su propio proceso creativo, Harwicz asume: “Escribir una novela es escribir la historia de la vergüenza. Por eso es siempre tan paradójico escribir, porque la vergüenza se escribe pero el pudor hay que perderlo. Escribir es ser un paria. Nunca tengo tanto miedo de mirarme como cuando escribo”.

Ariana Harwicz: “Escribir es un crimen pasional”. (Ekko de Schwichow)

-¿Por qué este libro es, a su manera, el retrato de una época?

-Sintetiza, de alguna manera, todo lo que estuve pensando a lo largo de estos años. Intenta ser una especie de diagnóstico o visión de lo que me parece que está pasando en este momento y de los “ruidos” que produce. Siempre me interesa leer cómo suena una época, sus voces, en el presente o en el pasado: París en el siglo XVIII, XIX, o hace cincuenta años, qué se decía, cómo se hablaba. Es lo que traslado a la reflexión sobre el presente.

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-¿La resistencia y la desobediencia a las poses públicas, más que convenientes, son necesarias para crear?

-Por supuesto, simplemente no hay otra manera: el artista tiene la misión de ver lo que otros no ven, entonces esa transmutación -como la llama Rilke- adquiere distintas formas o definiciones. Cada uno explica lo que hace a su manera, pero de lo que se trata es de ver, de una manera única y, en ese sentido, lo que dicta el mercado, lo que se encarga al autor, siempre es secundario. Es por eso hay que quitar el lastre, resistir las convenciones… Y para eso se necesita mucho coraje.

-¿El escritor y el artista tienen que rebelarse?

-Siempre. tienes que ser desobediente. Cuando entras en la espiral de la pose que te pide la época, empiezas a hacer concesiones -de eso habla Celine-, y esas concesiones pueden ser pequeñas, pero el diablo, dicen, está en los detalles…

-¿En qué sentido, “pequeñas concesiones”?

-Te pueden pedir, como autor, por ejemplo, ajustarte a un determinado tema que celebra la obra o evitar lo que condena, incorporar o quitar personajes, cambiar un título, elementos, lo que sea, de tu obra, de léxico. : pero entonces eso Ya no es tu trabajo, es otra cosa..

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-Tus obras también desafían las convenciones y resisten las habladurías. ¿Qué valor le das a la provocación?

-Las respuestas calculadas o automatizadas también son parte de la pose, ¿no? Son inútiles, siguen siendo parte de lo mismo. Si el mercado, el tiempo o la moda te piden que seas rebelde y lo haces por eso, no deja de ser un artificio, una mentira más del artista o del escritor.. Yo creo que la idea de provocación muchas veces va ligada a lo que se busca de nosotros, y si es así no cuadra, es falso: si una obra es provocativa no es porque el autor o artista lo pretenda, sino porque revela su propia fuerza cuando esa es su verdadera naturaleza.

Ariana Harwicz: “Las obras prediseñadas nacen para morir”.

-Hoy parece que todo escandaliza o busca escandalizar…

-Y, entonces, nada escandaliza. Además, en este sentido, las vanguardias ya han hecho de todo: han puesto materia fecal en un museo, un perro hambriento en una exposición de arte, restos humanos. En ese sentido, nada podría escandalizar. Si hoy te dice que “venden la poética de la mujer pero emancipada” o “venden las retrospectivas de la dictadura militar o sobre el espíritu de lo latinoamericano”, es inútil: las obras de imágenes prediseñadas nacen para morir.

-En su libro sostiene que “primero hay que lanzarse a la vida, olvidándose de escribir, y luego lanzarse a escribir, olvidándose de la vida”.

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-Si yo digo: “Hay que aceptar estar muerto para escribir. No creo que se haya escrito ninguna gran novela desde la vida. Sólo siendo capaz de morir, de ver exactamente lo que ve un muerto, se llega a la escritura”.

-En Escribir, aquel célebre libro de Marguerite Duras, la gran escritora francesa, reunía en un solo volumen sus reflexiones e intuiciones sobre la vocación literaria y la escritura. ¿Hay una influencia directa de este autor en su trabajo como autor y en este libro en particular?

-La influencia de Duras es, como tantos otros, porque fue contemporánea de nosotros, de alguna manera, y tuvo ese tipo de emancipación política propia de su época, es un referente indiscutible. En su caso, el arte y la escritura no están subordinados a nada, y de eso estamos hablando: nada puede estar por encima del acto de escribir o del arte, lo que ella define como un acto de violencia. Y de sus libros sobre escritura, qué puedo decir: en él se ve claramente la escritura y su supremacía sobre la vida; no hay concesiones. Y el alcohol también, la autodestrucción: escribe tu propia autodestruccion. La pasión y la violencia están en el centro de su escritura, que es una pasión infinita, una pasión enfermiza y completamente amoral. Escribir es un crimen pasional..

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-¿Dónde está tu cabeza ahora? ¿Estás escribiendo?

-La cabeza del escritor está siempre en otra parte: en el libro que se está escribiendo. En este caso lo es una nueva novelaEstoy en ese proceso, que siempre es inquietante, incluso inquietante.

-¿Porque?

-Porque como autor no sabes si lo que estás armando se va a romper o se va a acabar, como una bomba, como un tiro -violencia, otra vez-. Escribes con fe pero nunca sabes a dónde te llevará la escritura.

Portada de “El ruido de una era” de Ariana Harwicz, editado por Marciana.

Escribir sin ofender a nadie es un oxímoron. Montaigne es el mejor adversario de Pascal. Arón el Sartre. Escribir es una controversia clandestina. En el año 1918, los alemanes escribieron libros de venganza. Los franceses, por otro lado, escribieron libros de paz. Es fácil imaginar cuáles eran mejores. Lo políticamente correcto es la gangrena del arte en este siglo. Un caricaturista francés dijo: “Lo que es bueno para la caricatura no es necesariamente bueno para la democracia”. Que cada uno elija a qué amo obedecer.

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Esta época se lee mal porque se lee desde la identidad. Los pro-wagnerianos ven a Wagner como Dios. Los anti-wagnerianos lo ven como un nazi. El problema es que Wagner no es ni solo Dios ni solo un nazi, sino ambos a la vez. Si eliminas la ambigüedad en un artista, lo destruyes..

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No hay novelas que estén en contra del racismo o la misoginia.. Sólo están los que adoptan la lengua del enemigo y los que hacen de la sumisión una lengua. Pero a veces, la víctima y el perpetrador hablan el mismo idioma. Antes de escribir, para mí todo es destrucción, cualquier palabra está desactualizada, las palabras se deshacen “en mi lengua como hongos podridos”. Las palabras fuera de la escritura están lobotomizadas. Pero al escribir, el lenguaje se rehace, se reconfigura, renace. Escribir una novela es escribir la historia de la vergüenza. Por eso es siempre tan paradójico escribir, porque la vergüenza está escrita pero hay que perder el pudor. Escribir es ser un paria. Nunca tengo tanto miedo de mirarme como cuando escribo.

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Se puede posar en todo: hacer libros falsos, afiliarse cínicamente a una ideología contraria, ser progresista y de derecha, hacerse pasar por buena o mala madre, ser moderno cuando se odia la modernidad, etc. Lo que no se puede mentir en el lenguaje, las palabras que elegimos no mienten, ahí es donde sale toda la verdad.

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Escribir es retirarse de la vida. Pero para escribir hay que vivir. Ahora me doy cuenta de hasta qué punto hay que lanzarse primero a la vida, olvidando la escritura, y luego lanzarse a la escritura, olvidando la vida. Escribir es ante todo una operación temporal, como la música. Escribir es más que vivir, es vivir dos veces. O es menos que la vida, es una relación de espejo, oblicua, distorsionada. Por eso, a veces un texto nos hace llorar. Pero el mérito de la emoción no es literario, el mérito es toda la vida. Y viceversa.

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Hay una conversión forzada en la literatura: una inquisición. La literatura infantil se está reescribiendo y la historia se está reescribiendoun revanchismo en el que un instrumentalización de las minorías. Sitúan a Marguerite Duras como una mujer oprimida cuando no lo era, cuando decía que no era feminista y que no creía en las etiquetas, como Yourcenar. Y, sin embargo, Duras fue una mujer crucial en su época. Ella cambia su nombre a George Sand después de su nombre de nacimiento femenino, Amantine-Aurore-Lucile Dupin, pero George Sand eligió ser del tercer sexo, ni masculino ni exclusivamente femenino, como la apodó Flaubert. Eso va en contra de la voluntad del autor. Se buscan traductores afrodescendientes para traducir autores afrodescendientes no binarios para traducir autores no binarios. Esta reducción del ser humano a su identidad genital, biológica, de género, a su condición sexual oa su color de piel, es propia del fascismo. Es una clasificación de la que huyeron horrorizados en el siglo XX y que hoy estamos, a través de los colaboradores, retomando en el arte. Vaciar el lenguaje de la violencia es imposible.

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