Saludos a todos – .

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Saludos a todos – .

El pasado lunes, un humorista murciano recibió un par de bofetadas durante su actuación por parte de un supuesto ultra con el que se había superado en Twitter. insultando a su hijo.

El hecho en sí parece irrelevante. Un altercado más, como los muchos que pueblan nuestra línea de tiempo. Pero empezó a resonar más allá de las fronteras digitales cuando todos (incluido yo mismo) empezamos a ver en esa batalla arquetipos del gran conflicto civil que sufrimos.

Que si uno representara el integridad de la defensa familiar. ¿Y si el otro quisiera defender el futura libertad sexual de un bebé. ¿Y si uno fuera ultra? ¿Y si alguien más hubiera colaborado con Broncano (!).

Y ahí, en ese momento, la pelea se volvió una metáfora de todas nuestras filias y fobias. Del bien y del mal. Todos tomamos partido y sentimos que uno de los bandos nos representaba más que el otro. Nos reíamos del cómico tirado en el suelo tras el puñetazo o decíamos que el ultra era un nazi. Recolectores de todo tipo y tipo comenzaron a justificar o acusar. Creamos argumentos mentales para arrojar luz sobre la parte de la historia que nos convenía. Algunos incluso comenzaron a buscar sus propios agravios con “bueno, una vez me dijeron… se van a enterar”.

Opinión

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Entendimos, juntos, que esa era la dinámica. Había habido una pelea, ¿cómo no sentirnos todos víctimas de una agresión? ¿No fuimos todos una víctima? Cada uno identificó al agresor dentro de su pelea particular. No entendíamos la razón de nadie más que la nuestra. Nos comportamos como lo hacemos con todo lo público. Todos ya estamos entrenados en lógica binaria.

Y cuando el conflicto empezaba a tornarse goyesco, cuando ya rozaba el hastío al que estamos acostumbrados, cuando parecía que se había perdido toda esperanza, en ese preciso momento llegó la ilusión; un mensaje de disculpa del comediante entendiendo que su broma había traspasado todos los límites y una aceptación por parte del otro afirmando que él también defendía su libertad de expresión.

Todo ese enojo termina con un “Saludos”. Dos palabras, parcas y aburridas, que parecen más propias de un correo electrónico de atención al cliente, pero que, en este caso, contienen en su significado la belleza de alguien que entiende lo que ha hecho mal y lo reconoce.

Al final, todos intentábamos enseñarle a uno de los dos personajes de esta historia y hemos recibido la lección. Porque han sido ellos quienes han decidido que, a veces, lo valiente y justo es dar un paso atrás. Reconocer la razón en el otro es mucho más valiente, mucho más honorable que alentar la propia. Entender que “un saludo” vale oro cuando se lo ofreces a alguien que te ha lastimado Es entender esas palabras manidas y manidas como concordia y convivencia.

Entonces desde esta plataforma me gustaría darles las gracias. quiero dar el gracias al comediante inapropiado y al padre ultra coraje. Gracias por la lección. Al menos tomo nota. Espero que en estos días oscuros de garrotes y razones podamos decir “saludos”. Saludos a los de delante. Al final no se me ocurre una manera más española, más nuestra, forma más sobria y hermosa de terminar cualquier discusión. Así que desde esta tribuna… ¡Saludos a todos!

*Abelardo BethencourtLicenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y cofundador y director general de Ernest.

 
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