Releer | Malicia mínima | Pedro Adrián Zuluaga – .

Releer | Malicia mínima | Pedro Adrián Zuluaga – .
Releer | Malicia mínima | Pedro Adrián Zuluaga – .

Que no cunda el pánico, queridos lectores desempleados. No voy a hacer una defensa del placer de releer al estilo que de vez en cuando perpetran los lectores nostálgicos de un reino u orden anterior. No se trata de mirar atrás para recoger los escombros de lo perdido y escribir elegías de tiempos pasados, sino de situarse ante los libros como ante una materia viva, un cuerpo menos perecedero que la carne.

Ha finalizado una nueva versión de la Feria del Libro de Bogotá, y este texto no pretende ser un balance de un evento cada vez más grande, apasionante e incomprensible. A los clientes de estos ejercicios de síntesis, les recomiendo los análisis publicados en su cuenta de Facebook por un consumado editor, Nicolás Morales.

Las relecturas fueron las protagonistas de esta edición de FILBo y una de las formas posibles para no dejarse devorar por su vorágine de eventos, invitados, eventos y lanzamientos. El punto central fue, por supuesto, la invitación a leer con nuevos ojos la obra de José Eustasio Rivera, que muchos leímos por primera vez hace mucho tiempo y como si fuera el emisario de un horror del pasado, ya que no teníamos las herramientas y la sensibilidad para darnos cuenta de que él también estaba hablando del futuro.

La conmemoración en la FILBo del centenario de la vorágine Fue ejemplar. Para empezar, se multiplicaron las nuevas ediciones, lo que convirtió al propio libro de Rivera en el protagonista de la feria, por encima de otros superventas previsibles como Te veo en agosto Por García Márquez. “El apetito comercial de los herederos de García Márquez quedó totalmente eclipsado por la fórmula libre de regalías de José Eustasio Rivera”, escribió –precisamente– Nicolás Morales.

La edición cosmográfica de la vorágine, a cargo de Margarita Serje y Erna von der Walde, publicado el año pasado por la Universidad de los Andes, sentó las bases para una lectura urgente y actual del libro de Rivera. “Hoy estamos entendiendo que la violencia en la vorágine No viene de la selva, sino de la explotación extractiva”, afirma Erna von der Walde, quien junto a Ximena Gama también fue curadora de la exposición “El árbol que devoró un mundo: Las direcciones del caucho en la vorágine”, que pudo visitarse en el auditorio José María Vargas Vila de Corferias. No es la selva la que devora a los hombres, sino los hombres la devoran a ella.

La Universidad Nacional, por su parte, enfrentó el desafío de republicar la primera edición del libro de Rivera y recuperar material fotográfico que el autor consideró imprescindible en su momento. En una edición de 1928, el poeta huilense también incluyó mapas. Tanto éstas como las fotografías fueron eliminadas de ediciones posteriores y ahora son recuperadas por las ediciones universitarias, que tienen un carácter más crítico que conmemorativo.

El último esfuerzo institucional que merece reconocimiento es el del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, que, al frente de la conmemoración, decidió poner a disposición, tanto en formato digital como físico, la Biblioteca Vorágine, con 10 títulos que amplían la comprensión del libro y proponer una lectura de múltiples capas, para superar los corsés detrás de etiquetas como “novela de la selva” o “novela de violencia”. El mismo ministerio revivió la revista cultural Gaceta con un número monográfico dedicado a la selva.

Las nuevas lecturas de la vorágine También abren la puerta a reinterpretaciones del universo político, cultural y sensible de principios del siglo XX en Colombia. “Rlecturas” es precisamente el nombre de una colección editorial en la que participan las universidades de los Andes, Nacional y Eafit. Dentro de esta colección, una reedición de La ciudad del dolor. Ecos del cementerio de los enterrados vivos y de la prisión de los inocentescuya primera edición fue en 1923. Escrito en el lazareto de Agua de Dios, tanto el libro como el autor (el abogado, político y escritor Adolfo León-Gómez) quedaron en un lamentable olvido, como si el estigma que recaía sobre los enfermos de lepra Habría triunfado históricamente.

Este libro collage en el que su autor se prodiga en distintos registros (poeta, cronista, conciencia civil de la nación, oído que escucha y ojo que ve para dar testimonio del horror del encierro y de los usos y abusos políticos de la enfermedad), nos Trae noticias de otra frontera, de otra larga sombra proyectada por la inicua historia de Colombia, de, en definitiva, otros lugares de dolor. Paralelamente al genocidio provocado por el boom del caucho, estaban de moda en el país otras formas de dejar morir, tecnologías eficientes para la eliminación de lo que no se sumaba al tren del progreso. Hoy, esos monstruos y fantasmas nos persiguen. Colombia es una realidad espectral.

El prólogo de la reedición de La ciudad del dolor, de Felipe Martínez Pinzón, es imposible leer sin sentir un escalofrío epistemológico. Todo lo que en los años veinte parecía corresponder a una sensibilidad tardía o decadente (la profusión de lo macabro y lo gótico) es lo que hoy nos habla con “ojos modernos”. Para acceder al sentido y significado de la modernidad y el progreso colombianos, es necesario leer –y releer– su rostro enfermizo y nocturno. Hay que escuchar a sus víctimas (indios, leprosos, tuberculosos como Luis Tejada, otro conmemorado: toda una legión o pueblo por venir) y reconocer su resistencia. De lo contrario, el país irá de genocidio en genocidio, hasta su estrepitoso y definitivo fracaso.

Otra gran protagonista de la feria fue la ensayista y novelista española Irene Vallejo. Motivado por su carisma, finalmente me acerqué a la lectura. Infinito en una caña. El ensayo del escritor aragonés es también una relectura, en este caso de la historia del libro. Es emocionante cómo nos muestra que los libros no son una distracción del mundo; Al contrario, son una manera de estar en ello. No deben servir de entretenimiento sino de atención concreta e intensificada. No deben olvidar lo que es real, deben comprenderlo. Quizás no inventamos los libros. Lo más probable es que hayan inventado a la humanidad y la sobrevivan.

El libro de Vallejo nos trae noticias de campos de batalla, saqueos y pillajes, incendios y destrucción, pero también de sueños de comunidad en torno al libro. Desde que algunos de nuestros antepasados ​​aprendieron a leer sin mover los labios, hemos vivido en la ilusión de la lectura introspectiva. Quizás esas no sean las lecturas que dominarán en el futuro. O tal vez sí. Pero mientras existan el miedo y la muerte, existirá el hechizo de los libros.

 
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