Volcán y serenidad del primer poeta de América › Cultura › Granma – .

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Foto: Archivo Granma

El aliento se opone al poder, / Y la muerte contrasta a la muerte / La consistencia encadena la suerte; / El que sabe morir siempre gana.

A casi 200 años de haber sido escrito, los versos del Himno del Exilio (1825) siguen vivos; Su fervor todavía impresiona y mueve coraje y ternura por su patriotismo, especialmente en aquellos que tienen como suya esa “dulce tierra de luz y belleza”, perennemente vestida de verde, cuya frente ceñida de palmeras besa el mar.

Su autor, José María Heredia y Heredia (Santiago de Cuba, 31 de diciembre de 1803 – Ciudad de México, 7 de mayo de 1839), tenía una cualidad de buenos poetas: sentir profundamente y trasladar la emoción a la página sin disminuir la intensidad, para el disfrute o la revelación –incluso ambos- de sus lectores.

No en vano, Martí afirmó que Heredia había despertado en su alma, “como en la de todos los cubanos, la inextinguible pasión por la libertad”.

No fue fácil el camino del santiaguero hasta alcanzar versos como los de La estrella de Cuba (1823), considerado inaugural de la poesía cubana revolucionaria: Si el patíbulo me espera, en su altura / Asomará mi cabeza ensangrentada / Monumento a la Hispanidad fiereza, / Al secarse a los rayos del sol.

Con un padre que ocupó diversos cargos en la administración de la Península, dentro de la adolescencia, en cada país americano donde residió, chocaron las visiones contrarias del Viejo y el Nuevo Mundo, e incluso las espiritualidades correspondientes.

Cuba, cuna, fue también la patria elegida. Como señaló Ángel Augier: “La nostalgia de la patria, originada por la novia, esboza en su espíritu la idea y la intuición de la patria, a la que anhela regresar reclamada por su ilusión erótica”.

Finalmente en la Isla, el joven Heredia, que había alcanzado muy temprano la plenitud lírica, entró como una ráfaga en el panorama literario. Con otro rasgo de los grandes poetas, no poder quedarse al margen allí, donde reina la injusticia, conspiró, huyó, salvó su vida, pero marcada desde entonces por el dolor del exilio.

A través de sus palabras, el romanticismo se abrió paso en la literatura de habla hispana. Augier agregó que el poeta “logró condensar los más plenos sentimientos y aspiraciones de la conciencia cubana en formación”.

En México escribió y tuvo una vida política activa, pero casi siempre estuvo al borde de la depresión; entre la serenidad de la tristeza y la convulsión de su talento y su conciencia. Una carta en la que renunciaba a sus ideales independentistas, y que le permitió pasar unos meses en Cuba, le valió muchos insultos. Martí entendió bien que a Heredia sólo le había faltado el valor de “morir sin volver a ver a su madre y a la madre de ella”.

Y murió a los 35 años, increíblemente joven para todo lo que era capaz de hacer: hoy hace 185 años. Algunos de sus versos bien podrían revelar el tono de su partida: ¡Adiós, oh Musa, eras mi gloria! / Adiós, amigo de mi edad de fuego: / El dolor loco rompió mi lira.

Pero el mismo Apóstol lo colocó en merecidas alturas: «El primer poeta de América es Heredia. Sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, la pompa y el fuego de su naturaleza. “Es volcánico como su núcleo y sereno como su altura”.

 
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