un homenaje a Paul Auster – .

un homenaje a Paul Auster – .
un homenaje a Paul Auster – .

16 de junio de 2022: Escritor, guionista y director de cine estadounidense y Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2009, Paul Auster, durante su nombramiento como doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), en España. El aclamado autor falleció el pasado martes en su casa del barrio neoyorquino de Brooklyn, lugar que inspiró algunas de sus mejores historias, a los 77 años, a consecuencia de un cáncer de pulmón.

Foto: EFE – Rodrigo Jiménez

1.

Auster murió y es necesario escribir sobre él. Cuando comencé a leerlo allá por 2008, devoré su Trilogía de Nueva York, esas novelas policiales posmodernas repletas de ideas y apuestas metaficcionales. Luego entré al mundo de Luna, Palacio S (de la que bebe Mario Mendoza con sed impune), Leviatán (donde se menciona la conexión con Sophie Calle) y En el país de las últimas cosasuna novela que recomendé a varios feligreses, afirmando que describía un mundo muy similar al destruido Haití y que, además, contenía un guiño a ciudad de cristal ya El cuaderno rojo. Y no fue sólo un guiño, fue un truco astuto, una mención estratégica en una sola frase que permitió conectar varios libros del autor y hacer que los lectores hablaran durante décadas sobre “el universo Auster” como si fuera el MCU. La música del azar, aunque sonaba como el título ideal para resumir el espíritu de su obra, no me gustó mucho, lo que enojó a mi amigo Jorge Laguna: “Tú no sabes nada. Esa novela es muy buena. Es puro Beckett”. Él quedó fascinado, pero para mí fue el inicio de un desacuerdo que fue ratificado con diario de invierno y con Viajes por el Scriptorium. Después de graduarse y haber empezado ya a escribir más o menos en serio, se produjo un reencuentro como esos que pasan con las exnovias tóxicas. El cangrejo se produjo con Parque del Atardecer gracias a ese soberbio comienzo que explora la poética de los objetos. Yo también disfruté El libro de las ilusionesuna novela que alimentó mi pasión por la literatura sobre cine y Tontos de Brooklyn, muy recomendado por el guionista Efraín Bahamón por brindar una mirada inteligente a las estafas en el mundo del arte. El reencuentro definitivo llegó durante la pandemia, cuando por fin le di la oportunidad a un rincón de su obra que antes había despreciado por esnobismo: sus libros de no ficción. La invención de la soledad.esa lúcida y conmovedora historia sobre la muerte del padre, así como Un salto desde el monte, la narración de sus aventuras traduciendo poesía en Francia y las inspiradas reflexiones sobre la relación de la humanidad con el dinero. En la no ficción, Auster brilla como nunca porque su prosa cristalina se libera de los tremendos artificios que muchas veces contaminan sus historias. Su prosa cristalina al servicio de hechos reales nos permite ver con mayor claridad la lucidez de sus reflexiones y nos libera de esos diálogos planos que es inevitable encontrar en sus ficciones. Hoy murió Auster y más allá de la urgencia de escribir sobre él para capitalizar la situación, urge leer lo que tengo pendiente sobre su obra; leer 4321leer Invisible y sobre todo leer La llama inmortal de Stephen Craneese libro que compré en 2022 impulsado por la urgencia de la novedad.

2.

Me aterra la urgencia que las librerías le dan a las novedades: “Cómprame ahora o nunca podrás leerme”, “Cómprame ahora, no importa cuánto cueste o nunca podrás acceder”. mi contenido.” Esa urgencia fue la que me llevó a comprar aquella biografía sobre Stephen Crane que escribió Paul Auster y que costó unas 150 lukas. Después de leerlo a medias, lo archivé y todavía está allí, mirándome por no volver a tocarlo. No lo he leído a pesar de ser de Auster, a pesar de la buena reseña, a pesar de la hipérbole que utilizó el vendedor de la librería Tornamesa para convencerme de que lo cogiera. “Lo mejor que ha escrito Auster en años”. “Auster es mejor en no ficción que en ficción y en este libro lo demuestra”. “Auster, a pesar de su edad, todavía está en perfecta forma y esta biografía lo demuestra”. Asentí porque todos esos argumentos sirvieron para ahogar mi voz interior anticonsumista, una voz que me sigue a todas partes y no me deja dormir. Cogí el libro y pagué, fingiendo que el gasto no me perjudicaba. Pagué en efectivo, pero no fui efectivo con la lectura. Es una biografía voluminosa (más de 900 páginas), ocupa mucho espacio, espacio que podrían ocupar tres libros realmente buenos que probablemente tampoco leeré, pero que me sentiría más orgulloso de no haber leído. , hasta el punto de presumir de ello como lo hacen. Muchos escritores de carrera: “Tengo un libro así en mi casa, en una hermosa edición que me costó un ojo de la cara. “No lo he leído, pero lo tengo en la lista”. Lo hacen para que usted lo desee, para provocar que se lo preste y luego saborear el rechazo.

El día de la compra, mientras regresaba a casa, me visualicé leyendo con entusiasmo y voracidad: tomando notas, haciendo notas de voz y hasta programando la grabación de un podcast literario dedicado exclusivamente a ese libro, sólo para hablar de lo bueno que era. era. Es Auster escribiendo no ficción. ¿Qué me detuvo? No leí porque cuando llegué a casa y me conecté a Internet, vi que el título ya estaba disponible en la página de Lectulandia: esa web desde donde descargo epubs y pdf gratis para cotillear las primeras páginas de un texto antes de decidirme. para comprarlo o alquilarlo. El mismo día que compré el libro, Lectulandia lanzó una edición digital gratuita del título en cuestión, ese libro de Paul Auster que había comprado por 150k. Estaba buscando un texto para un encargo de trabajo cuando irrumpió la portada del libro de Auster para reprocharme: “Te gastaste 150k en mi versión física y me ves aquí, gratis y a un clic”. (Le recomendamos: Otra columna de Deivis Cortés en homenaje al actor Ryan O’Neal).

La pesada y gruesa copia de mi biblioteca personal perdió inmediatamente su valor. Ya no me costó los 150k que había invertido y estoy seguro de que, si lo hubieran pasado por un pastoreador, no habría registrado ningún peso. Cualquier posibilidad de leer ese libro que había prometido devorar “en cuanto tenga un poquito de tiempo” quedó cancelada. Lo tenía planeado, lo puse en la lista para abordar después de un par de títulos que había sacado de la biblioteca y que debían entregarse ese mismo fin de semana. Verlo disponible de forma gratuita, digital y pirateada devaluó significativamente la copia física. Y no me sentí mejor por haberlo comprado, como les ocurre a muchos consumidores que presumen de su ética de compra legal: “Sólo leo libros originales porque leer libros en PDF es como no haber leído nada”. No me sentí mejor por haber pagado un valor que luego quedó registrado en una factura y que contribuiría a la economía de Auster después de todos los descuentos, recortes y porcentajes que se quedaría la industria. No me sentí más ético ni mejor lector. Me sentí estúpido. Me sentí como el típico consumidor idiota que cae en la urgencia de compra artificial que crean las librerías, el sector que, por ciertomás ganancias obtendrás por cada copia vendida.

“Cómprame ahora o nunca podrás leerme”. Es una urgencia artificial, obsoleta y mentirosa. No es una urgencia para el lector, es más bien una urgencia para las editoriales y librerías que tienen que pagar alquileres caros y mantener una nómina de empleados. Es la urgencia de la industria editorial la que tiene que vaciar los estantes de nuevos productos para dar paso al producto de pasado mañana. Es una urgencia industrial de distribuidores y vendedores, pero no es una urgencia de lectores, no es una necesidad natural del consumidor literario. El lector que consume más textos que libros, más cuentos, discursos, ideas y prosas que objetos acumulativos, sabe que este libro va a llegar a las bibliotecas gracias al depósito legal, sabe que este libro va a estar disponible para su descarga en un muy poco tiempo. y sabe que si espera lo suficiente (y a veces “lo suficiente” son sólo dos o tres días) podrá disfrutar de esa lectura.

Ojalá hubiera tenido la paciencia suficiente para no haber comprado ese libro por 150.000. Ojalá hubiera tenido esa capacidad de esperar que tiene Daniel Quinn al final de ciudad de cristal. Me hubiera gustado haber esperado a que saliera la edición digital para leerlo y, con el cerebro lleno, volver a visitar esa librería y ver cómo alguien más compra y cae en la trampa consumista, alguien que claramente no seré yo sino otro pobre. diablo, alguien que busca un regalo ideal para despertar a esa pelirroja que posteaba en las redes sociales “si quieres tenerme en el bolsillo, dame un libro”. Y mientras ese alguien hojea ejemplares sobre la mesa de noticias, podré mirarlo con disimulado desdén: “Me da pena que hayas caído en el consumismo del que yo escapé siendo más paciente y menos escrupuloso con la legalidad”.

3.

Auster murió y urge leer su obra. Y como está muerto, lo que paguemos por sus libros no irá directamente a él. Llegará a las editoriales y tras los descuentos requeridos, esa limosna del 10% acabará en los bolsillos de Siri Hustvedt, que ella no necesita porque por eso es feminista y por eso escribe sus propios libros. Poco antes de escribir esto revisé el catálogo austeriano de Lectulandia y vi varias joyas que me interesa revisar: los ensayos completos, 4321, Señor vértigo y Una vida en palabras, ese juicioso libro de conversaciones. Este último lo tengo en forma física y lo he leído un par de veces, probablemente porque soy adicto a los libros de entrevistas, probablemente para compensar la culpa de no haber tocado la biografía de Crane. Mientras reviso el catálogo epub arriesgo otra hipótesis: probablemente no he leído el último Auster porque no superé el cambio de editorial que sufrió el autor para su consumo en español. Auster fue durante mucho tiempo sinónimo de Anagrama, especialmente porque muchos de sus libros (Leviatán, la tierra de las últimas cosas, el palacio de la luna) tenían tapa roja y se podía imaginar que hacían alusión al cuaderno emblemático de su mitología. Ahora los derechos son de Planeta y no da la misma sensación leer a Auster con otra tipografía, con otro papel y con esas tapas blancas de Seix Barral. Auster editado por Planeta ya no parece Auster, parece cualquier autor amigo de los editores de turno. Prefiero leer lo que me falta de su obra en formato epub. Seguramente los editores no apoyarán la decisión. Tampoco lo harán esas personas cursis que compran libros nuevos sólo para olerlos en voz alta y alardear de ello en las redes sociales. Pero seguramente Auster no tendrá ningún problema, seguramente el Auster que escribió Un salto desde el monte podré empatizar con mi conflicto anticonsumista.

* Deivis Cortés Pulido es cineasta y analista audiovisual, tiene una maestría en Escritura Creativa, extra con discurso en Con Ánimo de Ofender (serie web) y ha sido crítico de cine en El Espectador.

 
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